El alcalde saliente se acomodó en su sillón mientras contemplaba los
reconocimientos en forma de placas y pergaminos encuadrados que por su “gran
gestión” le había hecho la comunidad. Miró el fino escritorio de caoba
centenaria, con un brillo de joya pulida que no tenía nada que envidiarle a la
Estrella del África. Miró a su entorno y sintió tristeza. Después de cuatro
años se había acostumbrado al cargo y
al sentir que volvería a ser un ciudadano más lo llenaba de una nostalgia
anticipada que no esperaba sentir. Recorrió con su mente toda su gestión hasta
ese mismo momento. Recordó las metidas de pata de sus días de novato y los
actos relevantes, sin dejar de lado las proezas de su administración. Fue en
ese momento que comenzó a temblar de pies a cabeza. En su afán por compensar
los gastos de campaña tuvo que incurrir en acciones dolosas que supo maquillar
a la perfección, con lo que mantuvo los
organismos de fiscalización y la opinión pública alejada de la verdad. Ahora
estaba en peligro. No tendría el control de nada. Estaría a merced del nuevo
alcalde.
-
Tesorero,
venga a mi oficina un momento- Llamó.
En
poco tiempo entró el tesorero a su oficina. – Dígame una cosa, ¿qué tengo que
hacer para que la nueva administración no comience a indagar acerca de los
presupuestos de las obras?, porque si no
hago algo caigo preso.- Inquirió.
El
Tesorero se cotejó antes de contestar. –Mire señor Alcalde, usted tiene todo
bajo control, sólo tiene que hablar con el alcalde entrante, que de seguro
llegaran a un acuerdo amigable, y no habrá problemas. Si usted quiere yo mismo
me encargo de preparar ese encuentro en un restaurante o un hotel de la ciudad.-
dijo.
-
Bueno,
si no hay de otra, comience a hacer los contactos, yo me retiro. Acotó el
alcalde.
Esa
noche, el ganador de las elecciones municipales compareció a un programa de televisión,
y entre las cosas que dijo, estaba la de que inmediatamente asumiera sus funciones
como alcalde, realizaría una auditoria que abarcaría a todos los presupuestos
de obras municipales, y obras contratadas.
Al oír
aquello, el alcalde saliente sintió cómo un hilillo de orines le mojaba los calzoncillos, y de resorte tomó el celular.
- Tesorero, ¿como va el asunto del encuentro
con el alcalde electo?- Preguntó.
– Me ha resultado difícil, pero ya he tratado
con el que me va a sustituir a mí que es el Licenciado Fortuna, y esta de
acuerdo que se lleve a cabo. Mañana me dará la respuesta, yo le aviso, señor
alcalde.- Terminó.
El Alcalde
se preparó un trago de whisky con hielo, mientras miraba de lado a las dos
jovencitas que le acompañarían esa noche. Pensó en el peligro que podía correr su estabilidad después de dejar el
cargo, por lo que mandó llevar a las muchachas
a sus respectivas casas, no sin antes darle algún dinero. – Hoy esto no se
levanta ni con oraciones,- pensó.
Después
de aquella noche, el alcalde electo no dejó de ser entrevistado por todos los
medios locales, y las redes sociales. En todas las entrevistas decía que llevaría
a los tribunales a todos los culpables de cometer actos reñidos con las leyes;
por esa razón la gente del pueblo comentaba en las esquinas y las plazas
públicas sobre el fin que tendría el alcalde saliente, a quien todos auguraban
con un mínimo de diez años en la cárcel.
Faltando apenas tres días para la asumir el cargo, el alcalde electo accedió a una reunión clandestina con el alcalde saliente. La reunión se
produjo esa misma noche, en un restaurante de la ciudad capital, en la que cenaron
y tomaron vino.
El día
de la toma de posesión, el nuevo alcalde pronunció un elocuente discurso, entusiasta
y conciliador, que dejó a todos boquiabiertos.
– A partir
de ahora, esta alcaldía trabajará para todo el pueblo, y en beneficio de su
gente. No perseguiré a la administración saliente, por la razón de que me han
allanado el camino para un desempeño eficiente de los recursos de este
ayuntamiento, por lo que a partir de ahora estaremos dándole continuidad a los proyectos que se están ejecutando en este momento; y en lo que concierne al tema fiscal, nuestra política será: borrón
y cuenta nueva.- Concluyó.
Cuentan que de vez en cuando, los dos ediles se juntan en un restaurante
de la ciudad, y que de la mesa que ocupan suelen escucharse sonoras carcajadas, entre copas y
mujeres tiernas, brindando siempre, en el nombre del pueblo.
FIN
Pablo Martínez
Dominicano
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