jueves, 18 de febrero de 2010

EL PREDICADOR (Relato)

Me faltó poco para pararme. Fue un impulso de emoción lo que me volvió resorte, pero me agarré de la barra del banco que tenia en frente y me contuve. Lo escuché con atención irse de un artículo a otro del sagrado libro, con tal elocuencia, que parecía que aquella disertación la hacía un maestro de la oratoria y el buen decir, no un hombre que apenas sabía escribir su nombre.
Si no lo hubiera reconocido, no hubiera tenido reparos en ir derecho al púlpito, y dejar que ungieran mi cabeza con el agua que preparaban para la ocasión en aquella iglesia. No sé el tiempo que tenía sin verlo, pero eran varios años. Si, era él, mi vecino de al lado, por quien perdí mi empleo en aquel entonces; música estridente casi hasta el amanecer; cerveza y ron a granel y el bullicio propio de las juergas libertinas.
Yo, empleado de una cervecería alejada de casa, me acostaba temprano para poder llegar a tiempo. Jamás pude dormir desde que se mudó aquel vecino que al parecer llevaba muy dentro deseos insatisfechos e inconfesables, herencia tal vez de su puta madre. Quedé sin empleo a los tres meses por mis llegadas tarde. No me valieron de nada las súplicas a mi vecino pidiéndole que bajara la música; las tantas veces que me levanté de la cama a implorarle compasión, nada, desde que me alejaba subía el volumen y volvía el desenfreno.
Ahora ahí está, el hijuesumadre, pidiéndome que me arrepienta de mis pecados, yo que no mataba ni una mosca. Por venganza esta noche me tomaré dos botellas de ron más que ayer. La gente no sabe que por ese predicador lo perdí todo, hasta a mi mujer. Desde hoy nadie me hace rezar.
Cuando salió nadie lo echó de menos. El borrachín volvió a su andar despacio y torpe. Fue la última vez que lo vieron con vida. Al otro día lo encontraron tirado entre el hedor de una cuneta con la boca llena de moscas. Nunca volvió a rezar.



Pablo Martinez