sábado, 19 de diciembre de 2009

BODAS DEL TIEMPO ) Relato)

Al otro día de su boda se miró en el espejo; piel lozana, negrísimos cabellos, ojos brillantes, llenos de vida, y con la fuerza de un atractivo varonil puesta a pruebas recién anoche.
Hora del café. No sabe por qué le tiemblan las manos al tomar el azúcar. Piensa en ella, su esposa que le espera paciente, quizás ataviada con su mejor vestido.
La miró extrañado. - Quien es ella? Se pegunta confundido, ante la anciana que bordea la decrepitud.
Suelta la taza de café que se derrama sobre la mesa. Va al espejo. Pierde la noción del tiempo. Siente vértigos. Se le nubla la cabeza y apenas ve. – Me casé anoche- pensó. Mientras una chispa de lucidez iluminó su memoria.
Se dirigió a donde su esposa, y la encontró igual, tan anciana como él.




Pablo Martinez (dominicano)

lunes, 17 de agosto de 2009

Desinstinto

Esta noche lóbrega, en que una lluvia pertinaz moja las calles de mi pueblo, la he elegido para morir. Tal vez debí esperar otro día, pero no creo que se repita en mucho tiempo esta singular escena: yo solo, truenos y relámpagos en la oscuridad inmensa, sin luna ni estrellas, las bombillas apagadas, sin electricidad; la melancolía, el silencio sólo interrumpido por los truenos; la casa abandonada, sin un hijo que me espere, y cuatro muertos que si me aguardan en el mas allá.
Por qué he tomado esta decisión de que sea justamente hoy el día para morirme? No me queda de otra. Me cansé de estar arrumbado en un rincón de la casa como un mueble viejo más; me cansé de la soledad de mi vida sin sentido, de repetir uno tras otro un trago de alcohol que ya ni me embriaga. Además, creo que no haré mucha falta, el vecino más cercano no sabe si estoy vivo o muerto; mi familia (los hermanos y sobrinos que aun quedan y que no veo desde hace siglos) vive tan lejos, que la noticia de mi muerte le llegará cuando ya mis huesos estén blancos. Entonces para que prolongar más esta agonía. Voy a hacerlo. Me mataré con el mínimo dolor que pueda sentir. Déjame ver. Me meteré en la tina llena de agua y me ahogaré. No, eso tarda mucho y creo que seria muy doloroso; tomaré los cables eléctricos y me electrocutaré. No, tampoco, ni siquiera hay electricidad en todo el pueblo; me prenderé fuego, abriré el tanque de gas, cerraré las ventanas de vidrio y prenderé un fosforo, jajajaja, volaré por las alturas cuando explote todo. Ni loco, esto me costó demasiado construirlo. Ya sé, tomaré el veneno de las ratas, es tan efectivo, que la última vez maté cuatro con poca cosa. No, tampoco, me dicen que los dolores son muy prolongados y que destruye el estomago. Podría darme un tiro, pero eso está desde ya descartado, quiero morirme, si, pero no llamar la atención de esa manera; me imagino esto lleno de gente, rompiéndolo todo, porque nada les cuesta...
No sé qué hacer... cómo lo hago.
La lluvia mengua, la tormenta pasa; truenos y centellas son cada vez menos.
Llegó la energía eléctrica, las calles se alumbraron, hasta la radio se encendió sola y rompió el silencio. Suena la puerta, alguien llega… es mi esposa, debo abrir… ahora qué hago… en qué íbamos, en el veneno de ratas, no sé donde está guardado…

Lástima, esta era la mejor noche para morir, ya tengo sesenta; una noche así no aparece de nuevo ni en veinte años.
Mejor abro la puerta, con la lluvia, la pobrecita va a coger un resfriado.


Pablo Martinez (dominicano)

jueves, 16 de julio de 2009

LOS ZAPATOS DEL GENERAL

Dedicado al General Ad vitam Antonio Imbert Barreras. (Hèroe Nacional)




El general se levantó bien temprano esa mañana de mayo. Como cada año en esa fecha, le correspondía ataviarse nueva vez con su traje de general ad vitam, cuyo honor le había sido conferido por el congreso por haber salvado a la República de la dictadura. Ese día era el único día en que terminaba su largo letargo. En que el viejo soldado volvía a la vida para remembrar junto a una batería de periodistas, aquella temeraria conjura que le puso fin al tirano y de la cual era su único sobreviviente.
Se presentó frente al espejo a anudarse la corbata negra sobre su camisa gris. Se ajustó el kepis color kaki en su cabeza ya obesa por el tiempo, y se puso su chaqueta militar del mismo color guardada para la ocasión en el perchero; luego, como acostumbraba, se metió dentro de su pantalón pardo, se abrochó su nueva correa de guardia viejo, y se puso los calcetines. Entonces caminó sobre la alfombra verdiazul bordada con el escudo de armas, hasta un antiguo cofre de bronce bajo el ropero y extrajo unos lustrosos zapatos color negro ya endurecidos por los años. Eran aquellos, los mismos zapatos que usó hacía casi medio siglo cuando inmortalizó su nombre en la contienda en la que el tirano fue ajusticiado; los mismos zapatos que soportaron el peso de de aquel intrépido militar, con su fusil en las manos y el corazón en la boca.
Por instinto, encendió el televisor a control remoto. Se sentó en su vieja mecedora de caoba centenaria, y subió el volumen.
Las noticias reseñaban el sorpresivo paro del transporte público en todo el país, pidiendo la rebaja del combustible ante el alza de los precios internacionales del petróleo. Miró las turbas enardecidas enfrentarse a la policía antimotines.
Otra información daba cuenta de la huelga de médicos que llevaba varios días, y que provocó el abandono de los hospitales públicos, mientras la gente moría por descuido. En otra, los políticos de oposición enfrentaban ardorosamente al gobierno ofreciéndole a la población hasta un viaje gratis a la luna.
Miró los zapatos y los encontró opacos, sucios y desteñidos. Los tomó y caminó como un autómata hasta el baño, y no miró los papeles usados del zafacón para disponerse a pronunciar aquella nefasta palabra: - no valió la p... …-
El toc toc de la puerta lo despertó. Su mujer lo apremiaba a salir a su cita acostumbrada cada treinta de mayo. Se había quedado dormido.
La televisión presentaba a los nuevos graduados de la universidad estatal. Cambió de canal y muy breve, miró un recuento de las últimas contiendas electorales ocurridas en el país. Observó el traspaso de mando de un presidente a otro, poniéndole la banda tricolor sobre el pecho. En las imágenes, la gente del pueblo reía.
Tomó sus zapatos del suelo, y procedió a ajustárselo en los pies; tranquilo, con su mente puesta en un ideal.
Se incorporó. Y como en aquel día de héroes, caminó decidido a su encuentro con la historia. Sólo pronunció una frase -!Claro carajo!, valió la pena-.
Y abrió la puerta.


Pablo Martinez (Dominicano)

jueves, 25 de junio de 2009

EL MUERTO

Me quedè afuera, con mi alma al aire al igual que antes. No escuché el otro tiro, creí que el primero no me hizo daño.
El del ataúd era triste lo vi por la herida de la frente. Estaba pálido.
Se me parecía a alguien; a otro muerto, de esos que andan deambulando.
Por eso fue que me quedé afuera. Estaba confuso, creí que soñaba.
Lo entraron al nicho, con el baúl perforado. A él no le importó, ni a mi.
Los ladrones también comen -decía un ladrón- El otro lo escuchaba.
Fue cuando me di cuenta que no sentía ni el aire, del inmenso parecido: la misma boca, la misma calva; las cejas arqueadas.
Allí estaban todos menos yo.
Dónde estaba yo. Estaba, pero no estaba.
Por eso me quedé afuera, con el alma al aire porque llegué tarde.
Sentí angustia cuando lo encerraron.
A él no le importó nada, a mi si. Ya sospechaba… La misma camisa blanca, con el caimán bordado.
Escucho la música. Todos cantan el mismo canto.
Ya recuerdo: hoy es nuestro día.
Me quedé afuera de nuevo. Como cada año, me acordé muy tarde.
No me moví del sitio. No escuché el segundo tiro. Tampoco más nada. Por eso no me hice socio del club desde el primer día, como hicieron todos.
Me quedé pegado de la reja, mirándola cuando se quito la ropa, entro al baño y salió en toalla.
No oí el segundo tiro. El hombre la acarició como si nada cuando guardó el arma.
Ya ni él me hace caso. Sabe que sigo ahí todavía, mirándolos por la rejilla de la ventana, como el primer día, y hoy de aquello se cumple otro año.

En el lugar ya no existe la casa, una avenida ocupa todo el espacio. Dicen que durante las noches, en el trayecto del largo camino, aparecen los fantasmas de quienes no saben que han muerto. Este se quedò repitiendo su ùltima escena hasta el infinito, sin saber que todos son sòlo recuerdos.