martes, 4 de septiembre de 2018

LA ALERGIA (relato)



       Las bombillas quemadas no sirven para nada, la gente acostumbra tirarlas a la basura desde que fueron inventadas, pero para Carlito, de apenas seis años no tenían precio. Desde que vio a sus amiguitos llegar con dos y tres bombillas cada uno, solo se preguntó: ¿donde estaba yo?
        Cómo era posible que todos ellos tenían muchas bombillas y él no, y no sabía donde encontrarlas. Preguntó dónde era que estaban. – Están en el patio de la casa del coronel.- le dijeron los demás chicos. El coronel, casi en espera de su  retiro por la edad, había estado al servicio de las fuerzas armadas en tiempo de la dictadura, y vivía con su esposa  en esa casona arrumbado como un mueble viejo más. Lo que nadie sabía, era que con ese coronel  trabajaba un tío suyo que era  policía, por lo que se veía  normal que de  vez en cuando visitara esa la casa donde ya lo conocían bien. No lo pensó dos veces, y salió a  buscar las bombillas. Como la casa no tenia cerca,  entró directamente al patio y lo recorrió todo. No había bombillas a la vista. Solo basura entre las yerbas, y algunos patos deambulando de aquí para allá.
        Contrariado, ya se iba  con las manos completamente vacías, cuando vio algo que le llamó la atención: un nido con huevos. Los revisó, y eran lindos, redonditos y blancos como perlas grandes. Irse sin  nada no parecía buena idea, así que tomó un huevo y   se marchó.
          Al llegar a su casa mostró el hermoso huevo que había encontrado, y le preguntaron donde fue que lo había hallado. - Una palomita bajo del cielo y lo puso ahí, al lado de los farallones,  y yo lo tomé, y me lo traje.- respondió, casi inocente. Tomó el huevo, y lo puso entre las brasas de un anafe repleto de carbón. A las dos horas llegó su tío el policía, y habló con su cuñada, una mujer recia y enemiga de lo ajeno.
-Carlito, ven acá. ¿Dónde fue que tú encontraste ese huevo?- Preguntó su madre.
-Bueno, una palomita bajó del cielo y lo puso ahí, por los farallones, y yo lo tomé.- Repitió el niño nuevamente.
       Nadie supo a donde fue a parar el huevo esa tarde noche. La madre no dio tregua, tomó unos ramos de yerbas secas, y le propinó una pela entre las piernas que los gritos se oyeron en todo el vecindario. Nunca había sentido algo semejante; un picor indescriptible al compás de los ramasos que creía interminables. Cuando por fin lo soltó, notó los arañazos que  le quedaron en todo el cuerpo. Aquello era algo  que nunca la olvidaría
        Tiempo después, ya con catorce años,  a inicio de la clase en la escuela,  llegó la hora del almuerzo, y Carlito no probó bocado, por lo que la maestra se le acercó preocupada.- Carlito, que te pasa que no comes, estas enfermo?- Preguntó.
-          No maestra, no puedo comer lo que trajeron de compaña, me hace daño- Contestó el adolescente.
-¿Cómo así  de que te hace daño? Si está buenísimo, es un guisado de huevo- Pregunto, al mismo tiempo que afirmaba la maestra.
- Si profesora, yo lo sé; lo que pasa es que desde chiquito a mi el huevo me da alergia.- Contesto el jovencito, y abrió un cuaderno.

FIN

Pablo Martínez
Dominicano.

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