Las
bombillas quemadas no sirven para nada, la gente acostumbra tirarlas a la
basura desde que fueron inventadas, pero para Carlito, de apenas seis años no tenían
precio. Desde que vio a sus amiguitos llegar con dos y tres bombillas cada uno,
solo se preguntó: ¿donde estaba yo?
Cómo era posible que todos ellos tenían
muchas bombillas y él no, y no sabía donde encontrarlas. Preguntó dónde era que
estaban. – Están en el patio de la casa del coronel.- le dijeron los demás
chicos. El coronel, casi en espera de su retiro por la edad, había estado al servicio
de las fuerzas armadas en tiempo de la dictadura, y vivía con su esposa en esa casona arrumbado como un mueble viejo
más. Lo que nadie sabía, era que con ese coronel trabajaba un tío suyo que era policía,
por lo que se veía normal que de vez en cuando visitara esa la casa donde ya
lo conocían bien. No lo pensó dos veces, y salió a buscar las bombillas. Como la casa no tenia
cerca, entró directamente al patio y lo
recorrió todo. No había bombillas a la vista. Solo basura entre las yerbas, y
algunos patos deambulando de aquí para allá.
Contrariado, ya se iba con las manos completamente vacías, cuando
vio algo que le llamó la atención: un nido con huevos. Los revisó, y eran
lindos, redonditos y blancos como perlas grandes. Irse sin nada no parecía buena idea, así que tomó un
huevo y se marchó.
Al llegar a su casa mostró el hermoso
huevo que había encontrado, y le preguntaron donde fue que lo había hallado. -
Una palomita bajo del cielo y lo puso ahí, al lado de los farallones, y yo lo tomé, y me lo traje.- respondió, casi
inocente. Tomó el huevo, y lo puso entre las brasas de un anafe repleto de
carbón. A las dos horas llegó su tío el policía, y habló con su cuñada, una
mujer recia y enemiga de lo ajeno.
-Carlito,
ven acá. ¿Dónde fue que tú encontraste ese huevo?- Preguntó su madre.
-Bueno, una
palomita bajó del cielo y lo puso ahí, por los farallones, y yo lo tomé.-
Repitió el niño nuevamente.
Nadie supo a donde fue a parar el huevo
esa tarde noche. La madre no dio tregua, tomó unos ramos de yerbas secas, y le
propinó una pela entre las piernas que los gritos se oyeron en todo el
vecindario. Nunca había sentido algo semejante; un picor indescriptible al compás
de los ramasos que creía interminables. Cuando por fin lo soltó, notó los
arañazos que le quedaron en todo el
cuerpo. Aquello era algo que nunca la
olvidaría
Tiempo después, ya con catorce años, a inicio de la clase en la escuela, llegó la hora del almuerzo, y Carlito no
probó bocado, por lo que la maestra se le acercó preocupada.- Carlito, que te
pasa que no comes, estas enfermo?- Preguntó.
-
No
maestra, no puedo comer lo que trajeron de compaña, me hace daño- Contestó el
adolescente.
-¿Cómo
así de que te hace daño? Si está
buenísimo, es un guisado de huevo- Pregunto, al mismo tiempo que afirmaba la
maestra.
- Si
profesora, yo lo sé; lo que pasa es que desde chiquito a mi el huevo me da
alergia.- Contesto el jovencito, y abrió un cuaderno.
FIN
Pablo
Martínez
Dominicano.
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