Los
dos se llamaban Felipe; uno
recientemente cumplió los ochenta años, y sentía que la vida se le iba cada día; el
otro, muy distante, no había celebrado
aún los trece años, y vivía tan feliz que no se daba cuenta del paso de los días.
Cuando a
Don Felipe le diagnosticaron el corazón grande, supo que debía vivir sus últimos días haciendo lo que
realmente le gustaba: trabajar en su granja; por eso contra todos los consejos,
se levantaba bien temprano a realizar sus
labores de granjero, con la que había hecho todo un imperio económico, por lo
que se le consideraba uno de los hombres mas ricos de su país. Gracias a su amor al trabajo y al dinero,
podía sentir de vez en cuando que sus energías lo acercaban a los días de su juventud cuando le decían que en eso de
trabajar él era un toro; aunque muy en
sus dentro sabía que ya nada era lo
mismo; quería vivir eternamente, pero contaba cada día como si fuera el último
porque sabía que con lo único que no podía contar era con el tiempo. En una ocasión se acercó
a su despacho uno de sus hombres de confianza, quien hacia las funciones
de capataz y mandadero, y con quien conversaba de vez en cuando.
-¿Cómo etá patrón? Vine a bucá con qué pagá alosombre que pusimo a trabajá eta
mañana; ya terminaron su tarea, y e´shora. Dijo.
-¿Cuanto me dijiste que era eso? ¿Diez mil?- Preguntó Don Felipe.
-No patrón; son do shombre por camión.
Enviamo die camione y vente hombre, que a mii peso pol dia, son vente mii; y
eso sin contá mi propina.- Bromeó Vicente,
Don Felipe
subió un maletin, lo abrió en el escritorio, y se acordó de algo.
-¡Mierda, Vicente! Yo con tanto dinero y me
voy a morir- Dijo, mientras
acariciaba las manillas de billetes producto de una semana de negocios.
-No diga eso patrón, que a uté le falta mucha
vida por viví- Lo consoló.
- Qué va,
lo mío es cosa de días; los médicos me dijeron que sólo un trasplante me
salva, y a lo que veo la lista es larga delante de mi esperando el turno. Soy
un cadáver andante, Vicente.- Dijo.
-Mire patrón,
uté e´ un hombre muy impoltante para todo ete pueblo, y que decí que del paí;
lo meno que le puede faltá e´ quien se sacrifique por uté. Por ahí anda mucha
gente que no sive pa´ na´ que lo meno que puede hacé e´negociá uno de loshijo como si fuera un novillo y resolvele ese problema; dejeme
eso a mi, que yo me encalgo. Dijo,
mientras una idea diabólica le pasaba por la mente.
-Vicente, ¿en qué estas pensando?-
Preguntó Don Felipe, mientras le contaba veinte billetes de mil, y lo ponía en sus
manos.
-Bien; no se preocupe le dije, patrón, y déjeme eso a mi, que yo le aviso.-
Acotó el capataz antes de irse, envolviendo los billetes con la lista de los nombres a quienes debía pagar. El patrón lo vio salir,
y sin saber porqué sintió un soplo de esperanza por aquellas palabras.
Era viernes, y Felipito salió de la
escuela; tomó la ruta acostumbrada, internándose
por el estrecho, y desolado camino vecinal que lo conducía a su casa, entre los espigados cañaverales de aquel batey donde apenas vivía
gente.
El niño vio un camión detenido con el bonete
abierto, en medio de la calle, y debajo, un hombre
con herramientas en las manos como
reparando algo.
-Mijo, ven acá; ahí hay do galone detrá de la
cola; tráeme el que tiene agua, hame el favol.- Solicitó el hombre.
Se escuchó un desplome.
En la noche el capataz solicitó ver al
patrón que en ese momento se hallaba en
la galería de su casa descansando en su mecedora preferida.
-Dime,
Vicente, qué te trae por aquí a esta hora ¿tienes problemas?- preguntó Don
Felipe.
-No,
patrón, pero me gutaria que me diera un permisito para tratale algo.- Contestó
el capataz, buscando que los dejaran solos.
-Siéntese, y no se apure que yo estoy
haciendo la cena- Dijo la esposa del Patrón mientras caminaba a la cocina.
-El
asunto ta resuelto patrón; ya tenemo al que va donar- Dijo el capataz
hablando entre los dientes.
-No
relajes, Vicente, ¿Cómo lo conseguiste y quien es? ¿Cuanto hay que pagar?-
Preguntó Don Felipe, sorprendido.
-Lo
conseguí en el Batey donde uté tiene lo
conejo; el muchacho ta loco, y su papá no lo quiere, le ofrecí dociento mii
peso por el muchachito, pero su mamá no
sabe ná; tengo que entregá ese dinero mañana temprano.- Mintió.
-¿Donde
lo tienen?- preguntó Don Felipe.
-Amarrao en el camión, lo dormí con burrundanga;
hay que andar rápido que se puede afisiar - Dijo el capataz, quien a pocos
minutos recibía doscientos mil pesos por parte de su patrón.
Un medico cirujano llegó tarde en la
noche, y amaneció en la casa.
Al otro día
se anunció a los allegados la operación de Don Felipe, porque por fin apareció un donante.
Ya había partido el vehículo que lo
trasladaría a la clínica cuando llamaron; era la otra mujer del patrón, con
quien había procreado un hijo en el Batey, para informarle que el niño no había regresado de la escuela desde el día anterior; creyeron
que a causa de la operación no era
factible avisarle a Don Felipe, por lo que prefirieron guardar silencio.
La operación fue un éxito, aparentemente
el órgano era compatible, por lo que se creía no habría rechazo de ningún tipo; lo que sí había que hacer era aislar al paciente de todo contacto con el
mundo exterior hasta que estuviera fuera de peligro.
Durante el tiempo de recuperación de Don
Felipe, la policía investigaba la desaparición de un niño en el Batey Canta La
Rana, y todo señalaba al conductor del único vehículo que pasó por aquel lugar
ese día, y que fue visto trasladando contenedores de conejos vivos.
Al cabo de tres meses, la recuperación del
operado era irreversible; sentía la fuerza y el vigor de la juventud recorrerle
el cuerpo con la misma vitalidad de un
adolescente, cuando llamaron
a la puerta que daba a la calle;
era la policía.
Los acontecimientos sucedieron uno tras
otros; el capataz fue hecho preso, y se declaró culpable por el rapto del menor; Don Felipe dijo que sobre
ese caso no sabía nada.
Días después, desde el fondo de un
aljibe extrajeron las osamentas de
varios cadáveres; uno de ellos era el de un niño con un
hueco en el pecho, y que aún llevaba el uniforme de la escuela.
Don Felipe encontró la muerte horas más tardes, victima de un infarto
fulminante al corazón, cuando tomó una llamada donde le informaban que el niño desaparecido
y que fue encontrado en un hoyo cerca de su casa, era su hijo.
FIN
Pablo
Martínez
Dominicano
1 comentario:
Muy bueno aunque trágico, y puede ser una situación real aunque sea un cuento, creo que debe ser parte de la colección, cuentos trágicos.
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