domingo, 11 de noviembre de 2007

OLVIDO

Lo miras sin mirarlo entre la bruma de una risa a veces alocada, y piensas que es tan igual a los demás que no le da por los tobillos al que le brindas tu amor “sólo de vez en cuando”.
Lo miras con la piedad del que tiende una moneda al mendigo de la plaza, como si con tu sonrisa aportaras algo a un corazón ya sin aliento por los años.
Lo miras sin mirarlo, como una sombra ante ti que es pasajera, y le hablas por un detalle de aprendida urbanidad en la escuela de etiqueta.
No sabes, ni piensas que ese tipo soy yo, que habito entre los astros siderales.
Te confundes y no miras las estelas de luz navegando en sus ojos, más allá del tiempo... y el amor.
No te imaginas que volabas junto a él a las estrellas; que en su afán por darte el mundo inventò un universo sólo para ti.
Caminas por la vida olvidando las galaxias, cuando andábamos pariendo humanidades; esculpiendo los poemas de Neruda y cantando a los paisajes de Van Gogh.
Lo miras, barrendero ante tus ojos, pordiosero de la vida, vagabundo por las calles, sanki panky sin destino, ceniciento sin zapatos en la ilusiòn.
Te cubre un negro velo los ojos, con un olvido lejano en el corazón.
Tu adiós, con ese olvido de siglos, alejado de la tierra, como un hechizo maldito, de ti, por siempre me esfumó.


Pablo Martinez

jueves, 1 de noviembre de 2007

RECORDANDO A ISABEL



Ya me había olvidado de Isabel, cuando sentí su aliento a través de su “Memoria de elefante”. Tan tierna que parece un peluchito suave y juguetón entre las manos del espacio que frecuenta. Me sorprende su forma de sentirlo todo a la manera de mis antiguas edades cuando visité a Berlín, en uno de esos arrebatados viajes entre las páginas de “La noche quedó Atrás” de Jim Vartín; época en que la era moría de parto pariendo un corazón ( a la manera de Isabel), para este momento que le ha tocado vivir a la humanidad.
Cuando la leo, no sé por qué me voy tan lejos. Me parece revivir el holocausto hebreo a manos de los Nazis, y me parece verla entre las calderas tiznadas de los buques mercantiles de los puertos de Berlín, con sus manos llenas de panfletos del partido comunista llamando al paro. Es una extraña sensaciòn de conocerla en otras latitudes del tiempo, fuera del espacio en que vivimos; con ella se me olvida mi pasiòn de viejevo enamorado, para recordarla surgiendo de una historia desprendida de vivencias imposibles, no sè de què lugar. Es que me atrapa esa muchachita de cachetes mimosos, con su forma de alejarme de todo este mundo de estièrcol pantanoso en que nos llevò el consumismo y la necesidad.
Me llama a vivir un instante entre los sueños mitològicos del “unicornio azul“ de su adorado Sivio, como si ya no lo viera como una postalita repetida traída de mi mocedad lejana.
Esta noche voy vivir el sueño de Isabel entre el plumaje de los sillones de Siddharta en su castillo dorado, creyèndome que vivo algo màs allà del cielo, y me olvidarè de los ochentiseis muertos ( y los que faltan), las quince mil familias sin techo, y los sesenta mil refugiados de un pueblo que sufre la maldita realidad de su pobreza centenaria.
Voy a dejarme llevar por mi mente inquisidora, hurgadora en las entrañas de mi imaginaciòn, para crear un mundo a la manera de Isabel: rosadito, como sus cachetes cuando ríe; con su ternura de algodón y su voz de àngel; y dormirme para siempre en su regazo, donde olvidarè mi dolor y se han de secar mis làgrimas por esos que se fueron y que no volveràn a soñar jamàs.

domingo, 7 de octubre de 2007

GAVIOTA TRISTE

Què haces aqui triste gaviota
Què buscas en la tierra
dònde està tu cielo
Este es mi lugar
y el tuyo
Donde se vuela feliz
libre

Yo sè que fuiste cautiva
Ya he visto tus alas rotas
Si a mi has venido
Triste gaviota
Què puedo hacer

Yo tambièn busco tu cielo
Tu mar y tu sol
Y persigo un sueño
Que es la libertad

Y yo tambièn estoy triste
Solo y herido en esta rivera
Con los pies pisando la tierra
Porque al igual que tù
Tampoco puedo volar.


Pablo Martinez
1985

CARRUSEL

¿Qué es la vida? Se preguntó el poeta un día ¿Es acaso el vaivén de las olas del mal y del bien, o es la vida un carrusel del pasado y del presente? Se preguntó el poeta doliente ¿Qué he hecho de mi vida? Tan sólo inventar palabras también inventadas musas. Hablar siempre del amor de una y mil maneras/ de las cosas de la tierra/ de las sombras/de la luz. Decir un fuiste tú Porque siempre hay un culpable Tener un romance con alguien Para contar aventuras Y poder ver a la luna Encontrarle algo nuevo Sabiendo que el universo es viejo Aunque nunca se ha marchitado. Es la vida como la rosa Mitad llanto, mitad verso Es un camino incierto Desemboca en un río Es como un pájaro herido Por su trino adolorido Acecha un gavilán Es la vida un caminar La cima descalzo Es la vida la espera De un eterno ocaso. © Pablo Martínez 1985

RUTINA


No me importa tu olvido
Al pasar los años soy un viejo lobo
Que perdió el olfato en el camino
viviendo apenas de su instinto
No me importa la soledad
Me acostumbrè al recodo de mi puerta
A la espera de la nada como única ilusión
Si me amas o no
¡Qué más da!
No hay mayor lejanía que el limbo
Allí mora mi alma hace tiempo
Desde que dejaste de ser tù
Ay, tu cuerpo voluptuoso
Ay, tu pasión mortal
Ay, los desvelos por las noches
A dónde fueron a parar
El jardín florido se marchitó
Sólo quedan espinas
Y una mueca de dolor
Es tu sonrisa
No me digas que me vas a olvidar
Repitiendo las palabras
Buscando de qué hablar
¿No te das cuenta?
Tú no existe
Yo no existo
Entonces
Muramos en paz



© Pablo Martínez

miércoles, 26 de septiembre de 2007

PASAJERO DEL TIEMPO



Laberintos de miel

Universo de amor

Mil apiarios de versos

Y una mujer

Y en la soledad

Una estrella fugaz

Mil espacios vacíos

Y un hombre va

Pasajero del tiempo

Un amante de abril

Primavera en tus ojos

Que lo hacen vivir...

En el mundo del Net

Nuestra ruta espacial

Me parece el ensueño

Un sueño irreal

Recorriendo tu cuerpo

Y tu espacio vital

Un orgasmo que estalla

En el mundo virtual

Pasajero del tiempo

Un amante de abril

Primavera en tus ojos

Que lo hacen vivir...




Pablo Martinez

TE HALLÈ TARDE


...y en la soledad
una estrella fugaz, mil espacios
vacios y un hombre va, pasajero
del tiempo...


Te buscaba
Y te hallé tarde
Con tu vida apostada
A otro cartón
No tuviste la culpa
De no hallarme
Ni yo
Solamente te hallé tarde
Ya puedo imaginarte
Una boina de perfil
Un pantalón vaquero
El Partido Comunista
Por Neruda
Y tus versos en un panfleto
Para mí
Te hallé tan tarde
Que me avergüenzo
De decirte que te amo
Dirás que no has vivido
Lo he vivido yo
Pero ya igual te amaba
Sin saber de quien era
Ese amor que me daba
La mocedad.
Tu vestido amarillo avisté
En un verso de Benedetti
Y al verte
Enmudecí sin su canto.
Porque el amor traba lenguas
Y no sabemos qué hacer
Cuando llegan unos ojos
Que parecen de miel
Te alejas sin mirar atrás
Y me duele sentir
Que no puedes recordar
Lo que nunca estuvo
En tu memoria
Tu corazón sin candado
Pasa de puerta en puerta
Mi dolor
Y en ti ¡qué carajo¡
Es mi dolor
Tu libertad es una brisa
Que te aleja de mis sueños
Y mi amor verdadero
Pero qué le voy hacer...
Olvidaré que te hallé
Y viviré sin saber de ti
Y lo sé...
Por haber llegado tarde
Para siempre... te perdí.

lunes, 24 de septiembre de 2007

LA CULPA ES DE UNO


Para todos los que aman
con un corazòn lleno de ternura,
este regalo de Martha Morgaro, desde Mèxico


Quizá fue una hecatombe de esperanzas
un derrumbe de algún modo previsto,
ah, pero mi tristeza sólo tuvo un sentido,

todas mis intuiciones se asomaron
para verme sufrir
y por cierto me vieron.

Hasta aquí había hecho y rehecho
mis trayectos contigo,
hasta aquí había apostado
a inventar la verdad,
pero vos encontraste la manera,
una manera tierna
y a la vez implacable,
de deshauciar mi amor.

Con un sólo pronóstico lo quitaste
de los suburbios de tu vida posible,
lo envolviste en nostalgias,
lo cargaste por cuadras y cuadras,
y despacito
sin que el aire nocturno lo advirtiera,

ahí nomás lo dejaste
a solas con su suerte que no es mucha.

Creo que tenés razón,
la culpa es de uno cuando no enamora
y no de los pretextos
ni del tiempo.

Hace mucho, muchísimo,
que yo no me enfrentaba
como anoche al espejo
y fue implacable como vos
mas no fue tierno.

Ahora estoy solo,
francamente solo,
siempre cuesta un poquito
empezar a sentirse desgraciado.

Antes de regresar
a mis lóbregos cuarteles de invierno,
con los ojos bien secos
por si acaso,
miro como te vas adentrando en la niebla
y empiezo a recordarte.

Mario Benedetti

martes, 18 de septiembre de 2007

LA ESPERA (Pablo Martinez)




Gélido
Entre cuatro paredes
Un desierto en mi alma me acompaña
El silencio en el entorno que muy poco se aleja
Traspasa las paredes de la casa y me trae (más que a cada instante)
Tu recuerdo
Aún te espero
Fuiste mi amor alado
Hacia el cielo infinito alzaste el vuelo
Olvidando que el olvido es sólo una palabra
Que se pierde cuando el silencio de la noche (sin permiso y sin quererlo)
Va y busca
Tu recuerdo
En dónde está tu amor
Se pregunta la nostalgia a esta hora
Se oye el eco de tu nombre en el vacío que espera
Tu silueta dibujada en las paredes de la casa (que es ruina y se derrumba)
Y tú no estas
Siempre libre
Corrías a mi lado
Regresabas con tu amor a quemarropa
Eras fuego de mi vida, de mi cama, de las cosas
Que sufren tu demora en el silencio en que se esparce (con el aroma de tu cuerpo)
La soledad
A dónde voy
Cómo regreso a vivir
Dónde puedo hallar la paz pérdida
Dónde encontrar consuelo y dejar de sentir
Que no hay nadie más en quien pueda alcanzar (por el resto de mi vida)
La felicidad.

Pablo Martinez

sábado, 15 de septiembre de 2007

HAIKUS ((Onitsura))







Un viento fresco.
Llenando el firmamento,
voces de pinos.

VA DE PRISA (Pablo Martinez)



Va de prisa
Tras mis pasos van quedando
Hondas huellas de recuerdos
En el tiempo sepultadas
Bailotean estridencias del pasado
Entre luces multiformes
Anhelando los imposibles besos
De un amor soñado

Adónde va
La rueda que me lleva
Al verso nunca escrito
La fuerza que me atrae
Dejó mi corazón herido
La savia de la flor ya está seca
Y no es misterio el amor
Cuando llega azota la tormenta
Todo lo rompe y se va.

Y queda
En los seres que aman
La eternidad del sentimiento
La esperanza muerta
Y una vida entera sabiendo
Que ya nada más será igual

Y pasaran los mal vividos
Y los buenos años
Presagiando la osamenta que seremos
Y olvidaremos que no somos gusanos
Que viven entre la muerte y los huesos

Y al final
Cuando cambie de forma el firmamento cantaremos
Y la rueda de la vida seguirá la misma ruta ya sin vernos
Olvidados como un copo de tierra en el sendero
Y sin saberlo
En algún lugar del espacio-tiempo viviremos
Y soñaremos.

ODA A LA ALEGRÌA (Pablo Neruda)



Alegria,
hoja verde
caída en la ventana,
minúscula
claridad
recién nacida,
elefante sonoro,
deslumbrante
moneda,
a veces
ráfaga quebradiza,
pero
más bien
pan permanente,
esperanza cumplida,
deber desarrollado.
Te desdeñé, alegría.
Fui mal aconsejado.
La luna
me llevó por sus caminos.
Los antiguos poetas
me prestaron anteojos
y junto a cada cosa
un nimbo oscuro
puse,
sobre la flor una corona negra,
sobre la boca amada
un triste beso.
Aún es temprano.
Déjame arrepentirme.
Pensé que solamente
si quemaba
mi corazón
la zarza del tormento,
si mojaba la lluvia
mi vestido
en la comarca cárdena del luto,
si cerraba
los ojos a la rosa
y tocaba la herida,
si compartía todos los dolores,
yo ayudaba a los hombres.
No fui justo.
Equivoqué mis pasos
y hoy te llamo, alegría.
Como la tierra
eres
necesaria.
Como el fuego
sustentas
los hogares.
Como el pan
eres pura.
Como el agua de un río
eres sonora.
Como una abeja
repartes miel volando.
Alegría,
fui un joven taciturno,
hallé tu cabellera
escandalosa.
No era verdad, lo supe
cuando en mi pecho
desató su cascada.
Hoy, alegría,
encontrada en la calle,
lejos de todo libro,
acompáñame:
Contigo
quiero ir de casa en casa,
quiero ir de pueblo en pueblo,
de bandera en bandera.
No eres para mí solo.
A las islas iremos,
a los mares.
A las minas iremos,
a los bosques.
No sólo leñadores solitarios,
pobres lavanderas
o erizados, augustos
picapedreros,
me van a recibir con tus racimos,
sino los congregados,
los reunidos,
los sindicatos de mar o madera,
los valientes muchachos
en su lucha.
Contigo por el mundo!
Con mi canto!
Con el vuelo entreabierto
de la estrella,
y con el regocijo
de la espuma!
Voy a cumplir con todos
porque debo
a todos mi alegría.
No se sorprenda nadie porque quiero
entregar a los hombres
los dones de la tierra,
porque aprendí luchando
que es mi deber terrestre
propagar la alegría.
Y cumplo mi destino con mi canto.

Pablo Neruda

ODA AL DIA FELIZ (Pablo Neruda)




ESTA vez dejadme
ser feliz,
nada ha pasado a nadie,
no estoy en parte alguna,
sucede solamente
que soy feliz
por los cuatro costados
del corazón, andando,
durmiendo o escribiendo.
Qué voy a hacerle, soy
feliz.
Soy más innumerable
que el pasto
en las praderas,
siento la piel como un árbol rugoso
y el agua abajo,
los pájaros arriba,
el mar como un anillo
en mi cintura,
hecha de pan y piedra la tierra
el aire canta como una guitarra.
Tú a mi lado en la arena
eres arena,
tú cantas y eres canto,
el mundo
es hoy mi alma,
canto y arena,
el mundo
es hoy tu boca,
dejadme
en tu boca y en la arena
ser feliz,
ser feliz porque si, porque respiro
y porque tú respiras,
ser feliz porque toco
tu rodilla
y es como si tocara
la piel azul del cielo
y su frescura.
Hoy dejadme
a mí solo
ser feliz,
con todos o sin todos,
ser feliz
con el pasto
y la arena,
ser feliz
con el aire y la tierra,
ser feliz,
contigo, con tu boca,
ser feliz.

RUMBO AL AEROPUERTO (foto)

ELEGÌA (Miguel Hernàndez)

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
De angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

DISTANTE DEL MAR (Haikus de Bashoo)





Sobre la rama seca
un cuervo se ha posado;
tarde de otoño.

DETRÀS DEL MUSEO (Haikus de Bashoo)





Un viejo estanque;
se zambulle una rana,
ruido de agua

REVOLUCIÒN (Pablo Martinez)



Yo no se quién eres pero te amo
Y corren lagartijas por mi piel cuando te nombro
Como si fuera un hechizo de vino y de recuerdos
Que viene de un nombre que no olvido
Y que guardo en silencio
En los campos de mi tierra cobras vida
Entre cocoteros, framboyanes y palmeras
Llenando de calor y de valor
A una patria que te admira y que te sueña.
Nunca te he visto
Pero duermes conmigo a mi lado
Y habitas en cada mujer y en cada sueño
Y te escucho entre murmullos de voces
Que simulan la caída del agua al riachuelo.
Por que eres naturaleza
Lo mismo que la fronda a la patria, selva
Que al valor de los valientes, pueblos
Y vienes del ayer y todos te asumen
Y te aman como a un cuerpo de mujer hecho de carne
Y piensan que son dignos de tu amor por que te aman
Y creen que te hacen el amor por que te sueñan.
Y yo que soy quien más te ama
Que te siento y te llevo como a mi cruz en mi calvario
Al nombrarte sonrío y te beso en el recuerdo.
Porque soy dueño de la verdad que encierra
Esa forma de mujer hecha de fuego
Hecha de guerra.
Que se une al mundo de la idea haciendo una canción
Que se canta y se grita en los bateyes con la caña
Que se clama a orillas del Ozama*
Cual si fuera tu nombre una palabra
La palabra “Revolución”.


*Río dominicano alrededor del cual vive la mayor población de indigentes del país

DESDE UN VELERO ( Haikus de Pablo Martinez)



Sobre el estío.
Partículas divinas,
Al hombre Llenan.

MI PEDAZO DE ISLA

viernes, 14 de septiembre de 2007

LAS NARICES DEL MAR

CONTRASTE (foto)

OTRA VEZ DE AUSENCIAS (Valentin Amaro)



Otra vez de ausencias
me puebla el silencio
en mi inconmensurable pequeñez
de hombre y renacuajo

No sé,
sufro la extraña manía
de renunciar siempre a todo
fatigado de estos pies
de estos ojos
y estas manos
que esgrimen mis versos
como me esgrime la noche

II

¿Y qué si en mi turno
de dios pardo y cansado
prefiero todavía la danza bajo la lluvia
el sortilegio de los viernes santos
hablar con las estatuas
lanzarme de espaldas
tres veces al mar
y desnudarme en los corredores
de esta casa viva y vacía?

EL PULMON DEL MAR

ODA A LA TRISTEZA ( Pablo Neruda)



TRISTEZA, escarabajo
de siete patas rotas,
huevo de telaraña,
rata descalabrada,
esqueleto de perra:
Aquí no entras.
No pasas.
Ándate.
Vuelve
al Sur con tu paraguas,
vuelve
al Norte con tus dientes de culebra.
Aquí vive un poeta.
La tristeza no puede
entrar por estas puertas.
Por las ventanas
entra el aire del mundo,
las rojas rosas nuevas,
las banderas bordadas
del pueblo y sus victorias.
No puedes.
Aquí no entras.
Sacude
tus alas de murciélago,
yo pisaré las plumas
que caen de tu manto,
yo barreré los trozos
de tu cadáver hacia
las cuatro puntas del viento,
yo te torceré el cuello,
te coseré los ojos,
cortaré tu mortaja
y enterraré tus huesos roedores
bajo la primavera de un manzano.

MAR Y FLORA ( Haikus de Pablo Martinez)




El sol brillante.
Sobre la mar azulada,
La Tarde ríe.

IMÀGENES (Haikus de Pablo Martinez)





En nubarrones.
Estancia de los truenos,
Los rayos brillan.

ODA AL MAR (Pablo Neruda)



Aquì en la isla
el mar
y cuánto mar
se sale de sí mismo
a cada rato,
dice que sí, que no,
que no, que no, que no,
dice que si, en azul,
en espuma, en galope,
dice que no, que no.
No puede estarse quieto,
me llamo mar, repite
pegando en una piedra
sin lograr convencerla,
entonces
con siete lenguas verdes
de siete perros verdes,
de siete tigres verdes,
de siete mares verdes,
la recorre, la besa,
la humedece
y se golpea el pecho
repitiendo su nombre.
Oh mar, así te llamas,
oh camarada océano,
no pierdas tiempo y agua,
no te sacudas tanto,
ayúdanos,
somos los pequeñitos
pescadores,
los hombres de la orilla,
tenemos frío y hambre
eres nuestro enemigo,
no golpees tan fuerte,
no grites de ese modo,
abre tu caja verde
y déjanos a todos
en las manos
tu regalo de plata:
el pez de cada día.
Aquí en cada casa
lo queremos
y aunque sea de plata,
de cristal o de luna,
nació para las pobres
cocinas de la tierra.
No lo guardes,
avaro,
corriendo frío como
relámpago mojado
debajo de tus olas.
Ven, ahora,
ábrete
y déjalo
cerca de nuestras manos,
ayúdanos, océano,
padre verde y profundo,
a terminar un día
la pobreza terrestre.
Déjanos
cosechar la infinita
plantación de tus vidas,
tus trigos y tus uvas,
tus bueyes, tus metales,
el esplendor mojado
y el fruto sumergido.
Padre mar, ya sabemos
cómo te llamas, todas
las gaviotas reparten
tu nombre en las arenas:
ahora, pórtate bien,
no sacudas tus crines,
no amenaces a nadie,
no rompas contra el cielo
tu bella dentadura,
déjate por un rato
de gloriosas historias,
danos a cada hombre,
a cada
mujer y a cada niño,
un pez grande o pequeño
cada día.
Sal por todas las calles
del mundo
a repartir pescado
y entonces
grita,
grita
para que te oigan todos
los pobres que trabajan
y digan,
asomando a la boca
de la mina:
"Ahí viene el viejo mar
repartiendo pescado".
Y volverán abajo,
a las tinieblas,
sonriendo, y por las calles
y los bosques
sonreirán los hombres
y la tierra
con sonrisa marina.
Pero
si no lo quieres,
si no te da la gana,
espérate,
espéranos,
lo vamos a pensar,
vamos en primer término
a arreglar los asuntos
humanos,
los más grandes primero,
todos los otros después,
y entonces
entraremos en ti,
cortaremos las olas
con cuchillo de fuego,
en un caballo eléctrico
saltaremos la espuma,
cantando
nos hundiremos
hasta tocar el fondo
de tus entrañas,
un hilo atómico
guardará tu cintura,
plantaremos
en tu jardín profundo
plantas
de cemento y acero,
te amarraremos
pies y manos,
los hombres por tu piel
pasearán escupiendo,
sacándote racimos,
construyéndote arneses,
montándote y domándote
dominándote el alma.
Pero eso será cuando
los hombres
hayamos arreglado
nuestro problema,
el grande,
el gran problema.
Todo lo arreglaremos
poco a poco:
te obligaremos, mar,
te obligaremos, tierra,
a hacer milagros,
porque en nosotros mismos,
en la lucha,
está el pez, está el pan,
está el milagro.

jueves, 13 de septiembre de 2007

DIVAGACIONES

La Noche callada
Sola
Y yo soñando divagaciones grises
Echado en un sofá juego a que estoy cómodo
A que no existen mañanas y que soy feliz este instante
Pobre alma
Pobre alma la mía y la de tantos
Que sin faena segregamos sudores invisibles
¡Qué vida ¡ Los ignorantes hablan
En sus mentes oscuras no se alberga
La grandeza de la luz
Ni aún una chispa
Ni aún el reflejo de errantes insectos luminosos
El que canta, el que ríe
Al que señalan con el dedo y dicen es feliz
¿Es feliz?
Acaso alguien ha visto en su alma
Acaso en la soledad nocturnal
Alguien no ha visto su llanto y su lamento
Que es como un maìdo de desesperanza.
Es cepo de esclavo el sillón que lo aguarda
Es llanto su risa, làgrima seca su mirada
Su tiempo no existe
Solo existe el hoy
Y hoy tampoco es nada
Las cosas sencillas las ha apreciado tanto
Que olvidó ver la flor cuando nace y los colores tras el alba
Pero vive
¡Vive!
Y le dice y le muestra a la gente que èl está vivo
Y lo creen
Hasta a veces oscuros sentimientos lo rodean
Odio, celos, envidia, rencor…
Porque lo creen
Creen que está vivo
Parece que está vivo
Pero no
El hace tiempo
Mucho tiempo que está muerto.


© Pablo Martínez

YA NO HAY NADA

Ya no hay nada
Sólo olvido
Bajo el afán que sepulta
Los tremores y los sentidos
Fuimos lucha
Cuando se escondió el arrojo
Fuimos valor
Ante el temor de todos
Pero ya no hay nada
Solo olvido
En la inmediata soledad
De un sueño errante
Como una ilusión
Huyendo al viento.
Fuimos huracán
En la pasión dormida
Esfuerzo
En la contemplación austera
Pero ya no hay nada
Sólo olvido
En este lastimoso
Encuentro de mi mismo.
Quién celebra la victoria
El escondido
Quién vive en el recuerdo
El temeroso
Prosigan por mi trillo victoriosos
Yo me esconderé
A contempla su guerra.


© Pablo Martínez

REVOLUCIÒN

Yo no se quién eres pero te amo
Y corren lagartijas por mi piel cuando te nombro
Como si fuera un hechizo de vino y de recuerdos
Que viene de un nombre que no olvido
Y que guardo en silencio

En los campos de mi tierra cobras vida
Entre cocoteros, framboyanes y palmeras
Llenando de calor y de valor
A una patria que te admira y que te sueña.

Nunca te he visto
Pero duermes conmigo a mi lado
Y habitas en cada mujer y en cada sueño
Y te escucho entre murmullos de voces
Que simulan la caída del agua al riachuelo.

Por que eres naturaleza
Lo mismo que la fronda a la patria, selva
Que al valor de los valientes, pueblos
Y vienes del ayer y todos te asumen

Y te aman como a un cuerpo de mujer hecho de carne
Y piensan que son dignos de tu amor por que te aman
Y creen que te hacen el amor por que te sueñan.

Y yo que soy quien más te ama
Que te siento y te llevo como a mi cruz en mi calvario
Al nombrarte sonrío y te beso en el recuerdo.

Porque soy dueño de la verdad que encierra
Esa forma de mujer hecha de fuego
Hecha de guerra.
Que se une al mundo de la idea haciendo una canción

Que se canta y se grita en los bateyes con la caña
Que se clama a orillas del Ozama*
Cual si fuera tu nombre una palabra
La La palabra “Revolución”.


Pablo Martínez


*Río dominicano alrededor del cual vive la mayor población de indigentes del país

LA PRESA (CUENTO)



Desde que murió su madre, aquella vida de los barrios se le había hecho insoportable a René Marte. En verdad, desde su adolescencia, cuando le viraron el mundo y lo trajeron a vivir entre el bullicio de los alto parlantes, el monótono pregón de los buhoneros y el humo maloliente de los vehículos y la basura acumulada en todos los rincones, jamás pudo adaptarse a este cinturón de miseria donde vinieron a recalar.

Por ello, ante la desidia de la gente y el hedor que lo inundaba todo, no lo pensó dos veces; se fue a vivir al campo, huyéndole al bullicio y al progreso de la capital. Tenía vivo en sus recuerdos el río de su niñez, ese hermoso caudal que bordeaba los terrenos que dejó su padre en heredad, y que lo vio crecer hasta que era ya un hombrecito. Al fin y al cabo eso era lo que siempre había soñado: volver al campo, y construir su casa en el cerro.

Cuando miró su rancho recién terminado, creyó que tal vez sería más acogedor si tuviera en el frente un gran árbol que le diera sombra. Pensó en el flamboyán que había visto camino al río, y fue a buscarlo. Lo sembró donde había mejor tierra para que creciera mas rápido. Alguien le había dicho que la borra de café era un buen abono, que hacía que los árboles se dieran grandes.

Pasaron los días. René le echaba borra de café a su matita, que cuidaba con esmero, como si fuera su única familia. Le acariciaba las hojas de vez en cuando mientras la plantita crecía y crecía casi frente a sus ojos. Algunas veces, al acariciarla, pensaba en Carmencita, la hija del bodeguero, a quien le había prometido regresar para llevársela a vivir con él a ese cerro de Bonao. Cómo era de putica la condenada –pensaba-. Recordaba las travesuras que ella le hacia cuando estaban solos en el colmado, mostrándole los senos sólo para verle la cara, ya que le decía que él era muy serio; y con tanta picardía lo recordaba, que hasta se reía, porque fue ella quien casi lo obligó para darle su primer beso. Cuando bajaba al pueblo generalmente era para llamarla, comprar algo y recoger la borra que le guardaba una tía suya que tenía un negocio donde se vendía café colado.

Su tía siempre le decía que se fuera a vivir con ella al pueblo, pero él se negaba diciéndole que en ese cerro viviría con su mujer y criaría los hijos que Dios le diera; siempre alejado del ruido y el desorden de la gente.

El árbol había crecido en poco tiempo, su fronda ya era suficiente para dar su sombra y René, sentado bajo ella en una silla de guano, se extasiaba recordando a la mujer que pronto estaría acompañándolo en aquella hermosa soledad; siempre observaba lo fuerte que había quedado el rancho, no lo tumbaría ni un huracán –pensaba-. Tiró la vista al llano y vio sus reses y sus chivos pastando tranquilos, y más adelante, el río que se perdía entre el monte. Fue entonces cuando volvió a escuchar el mismo rugido que otras veces, pero ahora se oía mas cerca; sí, eran tractores, los conocía muy bien, y no precisamente de arar la tierra; los había visto en acción en Villa Juana cuando tumbaron el ranchito donde vivió junto a su madre, y le dieron los chelitos con los que había logrado su soñada heredad. Pero el ruido todavía venía de lejos. Cerró los ojos y continuó pensando en Carmencita.

Una mañana, tuvo un sueño. Soñó que entre su sabana tibia se deslizaban unas suaves manos que lo acariciaban, y pudo ver dibujada la figura de una escultural mujer que se contorneaba libidinosa y en celo. Se imaginó que era Carmencita que había llegado y lo tentaba a hacer travesuras; al descubrir la sabana quedó perplejo, millones de raicillas del framboyán, haciendo un extraño zumbido se habían unido y formado una escultura con figura de mujer que yacía a su lado, como una amante esposa en busca de amor.

Lo despertó el rugido estrepitoso y violento de las máquinas. Comprendió que el sonido no era del sueño que venía, era de la realidad. Las voces de los hombres se confundían entre los tractores que se disputaban el derrumbe del cerro.

René Marte vio su framboyán partido en mil pedazos entre las fauces de un tractor. No fue rabia, ni estupor, fue amor. Le fue encima al maquinista con un machete. Sonó un disparo. René cayó rodando hasta donde se hallaba su árbol deshecho entre la pala mecánica. Abrió sus ojos y acarició sus hojas como lo hacía cada mañana. Un hilillo de sangre se deslizó de su boca hecha tierra, mientras una profunda y terrible oscuridad le cegaba los ojos, y le robaba sus sueños para siempre…

Ante la confusión reinante, el capataz, pistola en manos, dejó escuchar su voz:

–Pero ese hombre estaba loco, por poco le rompe el pescuezo a ese infeliz que tiene tres muchachos –señalando al maquinista-. Parece que nadie le dijo que por aquí es que va la presa.


© Pablo Martinez

EL SISMO ((Relato)



Natalia quedó perpleja, pensó que estaba equivocada, pero ese era el número de la casa que el detective privado le había dado: Calle Las Mercedes #14, apto. 03, Zona Colonial. Aún no podía creerlo; los veía abrazados allá arriba, en el balcón del tercer nivel. Si, era Juan, el mismo a quien hacía más de cinco años se le había entregado sin firmar ningún documento. Desde esa noche en el motel se quedó sin nada, se lo dio todo al hombre de su vida. Ya no se sentía dueña ni siquiera de ella misma, todo era de él.
Sus temores comenzaron cuando él empezó a espaciar sus encuentros justo después del tercer aborto. Nunca le llevó la contraria, solo le dijo que si quedaba embarazada de nuevo quería tenerlo, al igual que lo hacían otras mujeres menos afortunadas que ella. Desde entonces notó como él se fue alejando; ni siquiera le importaron las cosquillas pos menstrual que no la dejaban conciliar el sueño. Estaba siempre tan distraído de ella.
Desde que se le metió en la cabeza la idea de que él tenía otra, también se le fueron metiendo unos celos enfermizos que no la dejaban vivir tranquila. Contrató a un detective privado que desde dos semanas atrás la mantenía al tanto de los movimientos de Juan, y cuyas investigaciones fueron la causa que la llevaron a aquel lugar.
Esa tarde no se pudo contener. Desde que vio aquella escena tomó el volante de su vehiculo y emprendió una alocada carrera que terminaría llevándola a la Avenida España.
El acondicionador estaba dañado. El calor era sofocante. Los cristales abajo permitían que el viento golpeara sin piedad su rostro lagrimoso. La radio dejó escuchar el boletín informativo de las noticias “un sismo de 7.5 en la escala de Richter con epicentro a 20 kilómetros del municipio de Yamasá acaba de ocurrir provocando daños severos. El sismo también se sintió fuertemente en la ciudad de Santo Domingo”.No prestó mucha atención.
Se sentó en un banco de cemento de aquel malecón, próximo a uno de los lugares de expendio. La radio volvió con las últimas noticias. “el sismo ocurrido esta tarde ha cobrado dos victimas, al desprenderse el balcón de una vivienda, ubicada en la calle Las Mercedes #14, apto. 03, de la zona Colonial de la ciudad de Santo Domingo; se trata de Juan Ovidio Cortejal Placeres y su madre, Juana Placeres de Cortejal, esta última residente en la Ciudad de Nueva York. Mantenga la sintonía”.
Se quedó pasmada; se trataba de Juan, su novio. Titubeó un momento. Una profunda paz la fue envolviendo, mientras una extraña sonrisa se dibujó en sus labios. Todo el tiempo había estado equivocada; era la madre.

© Pablo Martínez (dominicano)

DOS PALOMOS (Relato)

(Cuento)


El muchacho se le zafó de las manos y se escondió en la yerba de guinea. Sabia que se había soltado por casualidad; que si no hubiera sido porque su amigo era ya un adolescente, aquél policía no hubiera tenido ningún obstáculo para echarle también el guante a él que era mucho más pequeño.

Escuchaba voces acercándose a donde estaba, y se fue escurriendo hasta la parte más espesa del verde yerbal. Temblaba de pies a cabeza. Sentía que el corazón se le quería salir del cuerpo. Presentía que estaba a punto de ser atrapado; la maleza podía ser peinada por un solo hombre aunque éste tuviera que andar con otro a rastras como era el caso. Se engurruñó lo más que pudo, y como si con su propia oscuridad pudiera ensombrecer al mundo entero, y con ello librarse de la fatalidad que le venia encima, cerró los ojos. Ya no escuchaba nada; ni el sonido de las botas, ni los golpes lanzados con la macana a diestra y siniestra, ni las voces de su amigo preso, ni las del policía. Nada. Una suave brisa acarició su cara.

Entonces pensó. Pensó en su madre que llevaba años enferma acostada en una cama, y que en algún momento él la había llegado a mirar como a una extraña. Cuánto tiempo hacia que no podía sentir su calor, su ternura…La vez que pasó por debajo de una mesa de la cocina y se cortó una pierna con el filo de una lata de puré de las que trajeron los americanos, y mamá no estaba. O más tarde, cuando se lastimó esa misma herida, el día que se cayó al suelo mientras jugaba a los patines encima de una botella de vidrio y tampoco estuvo para ayudarlo; ni siquiera para mandar a callar a los muchachos cuando lo asustaban diciéndole que por ahí se le iba a salir el mondongo. Ella tampoco se dio cuenta cuando en una ocasión el niño malo del vecino fue a su patio a hacerle coca (2) a su comida y se quedó el día entero sin probar bocado. No le valieron gritos, nadie le hizo caso. Quizás porque pensaban que los más chiquitos siempre lloran por cualquier cosa.

Luego pensó en su padre. Lo recordó en sus afanes para buscar el sustento de la casa; los tantos oficios que tenia éste que hacer para que no tuvieran que acostarse sin comer por lo menos una vez en el día. Lo miró empujando una carretilla de madera, recogiendo botellas y desechos metálicos como medio de vida; y las veces que lo vio salir machete en manos a desherbar patios por paga. Recordó la vez que lo vio llorar de impotencia, el día que lo desalojaron de la casa que había hecho con tanto esfuerzo cocinándoles a los soldados americanos. Fue en esa casa donde pasaron la guerra y donde escucho la palabra “Viet Nan” y la Palabra “Revolución”, y fue por esa última que tuvieron que dormir en el suelo por mucho tiempo a causa de las balaceras que se producían durante la noche. Allí le enseñaron que los policías no eran amigos de nadie y que unos llamados constitucionalistas eran los amigos del pueblo.

Ahora pensó en sus hermanos y hermana, y se dio cuenta de que al pasar el tiempo se habían hecho cómplice de la misma tristeza, y que compartían la pobreza al igual que el único bocado. Miró a su hermana haciendo de ama de casa cocinando un guiso de tripas de pollo con sus demás amiguitas. No la imaginó caminando por esas calles del pueblo vendiendo maní tostado como de costumbre, quizás porque para ella prefirió elegir el recuerdo que a él le resultara menos doloroso. Sabía que a las hembras se les daba un trato especial en la familia, y que cuando la madre faltaba, ellas ocupaban su lugar en el cuidado de la casa. Pero su hermana era apenas una niña, sólo le llevaba dos años y medio a él que era tan chiquito.

Se imaginó a sus dos hermanos; los vio levantándose a las cuatro de la madrugada para vender café colado, o limpiar zapatos por esas calles de Dios, tratando de conseguir el peso para ayudar a su padre con la manutención de la casa.

Entonces recordó a su abuelo. Su tierno abuelo, su amigo abuelo; compañero de aventuras en la costa del malecón. Con él aprendió a agarrar cucarachas marinas en las arenas de la playa de Güibia, para entonces pescar mojarras y blanquillos; y aprendió que la batata asada tiene mejor sabor que cuando está hervida. Todas esas cosas, y muchas más se las había enseñado su abuelo, por eso no tenia dudas, su abuelo había sido su mejor amigo antes de la pandilla. Cuando su abuelo llegaba a pasarse unos días en la casa, nadie se atrevía a vocearle “mamadeo” y los días eran más bonitos y le parecía que pasaban más rápido que cuando él no estaba. Nunca lo olvidaría. Como tampoco olvidaría la forma en que se inició en el vicio. Aún podía sentir el picor del primer trago de ron que se bebió y que se lo dio su abuelo un día de Navidad. Fue tan desagradable, que no entendió cómo alguien podía echarse eso a la boca. Luego se dio cuenta que eso era algo normal que la gente grande hacia, y que con el tiempo también él tendría que hacerlo. Tampoco entendía por qué cuando su abuelo bebía, se ponía a echar vivas a un tal Trujillo que se había muerto un año antes que él naciera, y del que luego escuchó fue el dueño del país. Se imaginó que el abuelo habría preferido que ese señor no se hubiera muerto, para no pasar por la pena de ver su casa destruida, por orden de los que, según supo, heredaron las tierras donde ellos vivieron tanto tiempo.

Cuando el abuelo murió sintió que se quedó completamente solo.
Fue allí mismo, en el cementerio, precisamente el día del entierro, que se dio cuenta de esa rara soledad, cuando miró a su lado y no vio a nadie; lo habían abandonado, estaba solo con el Zacatecas. En ese momento intuyó que le esperaban días difíciles, que tendría que elegir entre los pleitos con el hijo del vecino, o los cocotazos de sus hermanos.

Fue entonces que tomó la decisión, - si el abuelo no está, ya no volveré a casa.
Recordó que esa noche su papá y su hermano mayor lo encontraron durmiendo en la Oficina Municipal, donde prácticamente vivía el Zacatecas, y aunque no le pegaron, lo llevaron hasta la puerta del cementerio halándolo de las orejas. Pero a él no le importó, había pasado la prueba. Ese día se dio cuenta que si quería podía coger por esos caminos de Dios –como decía su abuelo- y regresar cuando ya fuera un hombre; además, no le había ido tan mal, esa noche comió yuca con arenque, y conoció a Andrés, el hijo el Zacatecas, quien después de ese día sería su amigo inseparable. Días después volvería a aquél cementerio, y además de ir a la tumba de su abuelo, iría también a visitar a Andrés, quien luego le presentaría a sus amigos Félix, Carlos y Manolìn; y más adelante al resto de lo que seria la pandilla.

Su familia no se dio cuenta cuando fue que comenzó a beber y a oler cemento. Pero cuando el hijo del vecino le fue con el chisme a su papá, ya no había nada que hacer; la pela que le dio apenas la sintió, porque tenia el cuerpo anestesiado por ambas cosas. Cuando la pandilla se dio cuenta de lo ocurrido, agarraron al hijo del vecino, y el mismo Andrés se encargó de darle tantos golpes que le rompió tres dientes. Ese día no fue a su casa y se quedó a dormir en el cementerio.
Aquella fatídica mañana se les ocurrió picar algo (2) con los turistas del hotel “El Mirador del Mar”, y no se dieron cuenta que lo estaban siguiendo desde que salieron.

Los agarraron de sorpresa.
A Andrés lo esposaron inmediatamente, pero él pudo escabullirse, gracias a que era un solo policía el que los perseguía; además, su amigo que ya era un hombrecito le hacia resistencia y no lo dejaba avanzar mucho. Estaba seguro que si lo agarraban, jamás volvería a ver a su familia, y que lo matarían al igual que matarían a su amigo hecho preso.
Ya no pensó más nada. Sólo vino una larga oscuridad…
La conciencia comenzó a llegarle junto a un frío intenso, arrastrando consigo, como de ultratumba los sonidos y los pasos del verdugo cada vez más cercanos. Y salida de un lugar muy escondido de su ser se dejó escuchar la voz de Andrés que lo llamaba angustiosamente,-Tomaaaaàss…, Tomaaaaaàsss…
Cuando creyó que era inminente su captura sintió que una mano poderosa lo sujetó zarandeándolo con violencia, haciéndolo despertar bruscamente dejando salir del fondo de su alma un alarido de terror – No me mate… no me mate…no me mate…
- Vamos, mi pana despierte. No se me vaya a morir ahora, soy yo Andrés su panal, míreme…
Los ojos lagañosos del moribundo dejaron de dar vueltas sobre su órbita y tranquilizándose, fijó la vista sobre el rostro de quien le hablaba de aquella manera tan fraternal. Cuando por fin sus ojos se aclararon, pudo contemplar aquella figura barbuda y harapienta, en cuyo rostro maltratado se dibujaba la angustia amorosa de quien está a punto de perder lo único que le queda en la vida..
-Qué le pasa varón, ¿me va a dejar solo? Venga, levántese de ahí pa` que se quite tò esa baba -decía Andrés, mientras le apartaba del cuerpo la sabana mojada ya podrida, sucia y maloliente.

Tomas empezó a darse cuenta de lo ocurrido: otra vez tuvo otra crisis; le había dado el ataque epiléptico. Miró el afán de quien además de ser su amigo, había llegado a convertirse en la única familia con quien podía contar, y dejó escapar la misma pregunta que le hacia cada vez que recobraba el conocimiento -¿y el policía?. Andrés, qué pasó con el policía, por qué no nos agarró presos, por Dios, dime…que me estoy muriendo…
Su voz era como un jadeo latigoso por la flema en los pulmones.
Andrés miró el rostro cadavérico de su amigo, y al ver los mismos ojos casi apagados del niño que conoció hacía algo más de treinta años, se dio cuenta que ya no valía la pena seguir callando.
- Lo matamos. Tomás, lo matamos. Tu papá y yo lo matamos. –Dijo.
- Qué fue lo que ocurrió – preguntó Tomás buscando comprobar lo que siempre se había imaginado.
- Tu vecino – continuo Andrés- había dado parte a la policía pa` que nos agarraran y nos mandaran a la casa verde (3) por los golpes que le dimos a su hijo. A tu papá se lo dijeron, y cuando vio que no llegaste a dormir, se fue temprano pa`l cementerio con su carretilla a buscarte, y cuando salimos, nos siguió atrás. Cuando el policía te iba a echar mano, que te dio el primer ataque, tu papá creyó que te había hecho algo y se acercó por atrás y le dio un palo en la cabeza; él no se murió de una vez y yo no tuve mas remedio que agarrarlo pa` que tu papá lo rematara…Por eso fue que se fue y no volvió más.
- Qué pasó con el cuerpo- preguntó Tomás.
- Lo tiramos en la carretilla, lo tapamos con unos sacos y cuando oscureció lo llevamos al cementerio y lo metimos con otro que mi papá había enterrado ese día.
Tomás intentó nuevamente recordar pero no pudo, la tuberculosis y el alcohol gastaron su cuerpo y le robaron su memoria. Sus recuerdos se habían convertido en aquel sueño que se repetía siempre después que le daban los ataques y era la única ocasión en que podía volver a vivir los momentos mas felices de su niñez,
y también los más amargos, como era aquella persecución que sólo terminaba en el momento en que iba a ser atrapado.

Ahora podía entenderlo todo, y confirmaba aquel presentimiento con que había vivido después de aquel trágico día. El sueño era un mensaje. Un mensaje de alguien que clamaba justicia por un crimen que quedó impune en el tiempo, que no tuvo razón de ser, y él fue el medio elegido para hacer pagar por ello.
Abrió los ojos lo más que pudo y contempló la claridad del nuevo día asomándose a la puerta de aquel edificio abandonado donde casi siempre pasaban la noche, y por primera vez percibió el hedor que lo envolvía todo y que comenzaba en ellos mismos. Intentó levantarse del chamuscado colchoncito que le servia de cama y no pudo; mientras, su amigo lo cobijaba con su propia sàbana como un padre tierno. Entonces dijo como el que va a morir – quiero que te entregues, el castigo que hemos padecido es mas grande que el que merecíamos, y la vida que hemos vivido no ha valido la pena, mira en lo que termina, anda, entreg…
Una tos flemática le entró de repente y el vaho a alcohol envolvió el cuarto por completo. Andrés se dio cuenta de que estaba llegando la hora y lo abrazó. Gruesas lágrimas mojaban su cara.

Se dejó escuchar la voz del moribundo que clamaba por última vez - entrégate…
Andrés se apartó enjugándole los ojos. Agarró la botella del ron que le había quedado de la noche anterior; se tomó un trago, se limpió la boca, y…caminó.
Desde la puerta miró cómo su amigo se iba encogiendo. Mientras, Tomàs tenía su último sueño para no despertar jamás.
Andrés se entregó.
Dicen que cuando abrieron la tumba, tan sólo encontraron un cuerpo; el del policía nunca apareció.



FIN


© Pablo Martìnez


(1) Hacerle coca: arrebatarle.
(2) Picar algo: Conseguir dinero; pedir.
(3) Casa Verde: Casa Albergue; correccional.

UN CHELE DE PALMITA ( Relato)

(Cuento)

El aeropuerto estaba repleto de gente. Como cada día, las aerolíneas atendían las largas filas frente al mostrador de servicio al pasajero. La rutina había convertido a sus empleados en autómatas, desprovistos de la sonrisa espontánea con que atendían al cliente cuando comenzaron años atrás. Pasajeros vienen, pasajeros van…puertas que se abren y se cierran…chequeos de documentos… que esta maleta está llena de romo…seguridaaaaad…runner, runner la carga de iberia…a todo el personal de rampa, tenemos una emergencia, las luces de la pista de aterrizaje están apagadas… hay que trabajar hora extra… atención por favor, American Airlines les anuncia la llegada de su vuelo 587 procedente de la ciudad de Nueva York… una hilera de deportados… pasajeros que abrazan para irse y por llegar…migración…aduanaaa.. Taxiiiii…Do you want rent a car?... Maleteroooooo….

El tumulto había pasado. El aeropuerto se veía despejado. Los empleados de limpieza realizaban su labor interminable; y sin proponérselo, el olor a carne frita se escapaba de las cafeterías de los lugares de espera.
Sentado a la derecha de la primera fila de asientos, frente al mostrador de American Airlines, Virgilio Del Monte esperaba impaciente.
Había llegado de Capotillo. Llevaba viviendo allí más de cuatro años y pensaba mudarse a las inmediaciones del aeropuerto. Hacia un tiempo que había conseguido un terreno donde construía una casita de madera, pero estaba sin trabajo. Habló en las líneas de carga, pero no había nada para un hombre sin preparación académica que apenas sabia escribir su nombre. Su única oportunidad –le habían dicho- era caer de maletero.
No lo pensó dos veces. Se aventuró a ir al aeropuerto en busca de un puesto de maletero. Le dijeron que ejerciendo ese oficio se le acabarían sus problemas; que a los maleteros les daban propinas en dólares, que rendían mucho; y creyó que siendo así, pronto terminaría su vivienda y podría ir a sacar a su mujer y sus tres hijos de casa de su hermana.
Llevaba más de siete horas de espera sin probar bocado. Apenas se tomó un café con los únicos diez pesos que tenia en los bolsillos. Cuando los gastó, pensó que talvez se tendría que volver caminando, pero confiaba que ese mismo día comenzaría a trabajar.

Al llegar bien temprano, lo primero que hizo fue irse a la administración del aeropuerto, y le hizo saber a la recepcionista y al guardia de la seguridad que él era un “compatriota”, que tenia hasta su carné, y que había cogido bastante lucha para llevar al poder al nuevo gobierno, y un trabajito como “maletero”, era lo menos que merecía.
La verdad era que muy joven, Virgilio Del Monte había sido un dirigente campesino en su pueblo natal, un campo de Moca; que ingresó a la política por casualidad, porque lo buscaron para ayudar a medir los terrenos que la reforma agraria repartiría entre las familias sin predios. En ese trajín consiguió un buen pedazo de tierra; pero cuando perdió “El doctor” la gente que asumió el gobierno determinó que aquellos asentamientos eran ilegales, y él lo perdió todo. Deambuló por todo el Cibao echando días en las fincas de los ricos, y cuando pudo, se puso a vender billetes y quiniela y se caso. La cosa no le fue muy bien, y terminó en la capital vendiendo plátanos en el mercado de Villa Consuelo. Los pleitos casi a diario lo hicieron buscar la forma de cambiar de vida; la última vez que peleó, le propinó tremenda paliza a un camionero de Barahona que quería engañarlo con un dinero; lo mandó al hospital con los intestino perforados y tuvo que vender la mejora que había comprado en “Los coquitos”, para no caer preso y salir fichado. Se fue a vivir al Capotillo con su mujer y sus hijos donde una hermana que había llegado a la capital antes que él.

Un carro se detuvo frente a la entrada principal del aeropuerto.
Los maleteros del paseo le fueron encima acordonando al recién llegado cual si fuera una estrella de Hollywood: era el señor Morales, jefe de los Maleteros. Su paso ágil, distaba mucho de los años que llevaba a cuesta. Se le veía haciendo ademanes acompasados, parsimoniosos, esforzándose por darse un aire de nobleza. En su cara larga por la pérdida del cabello, podía verse dibujado el rostro del cinismo y la falta de humanidad; un saludo entre los dientes, una sonrisa a flor de labios, escondía muy bien la verdadera personalidad del señor Morales, para quien no se halló mejor mote que, “El cuervo”.

Virgilio Del monte no era hombre de perder el tiempo, hasta ese día. Sacó el carné que había conseguido después del pacto que hizo su partido en el Palacio de los Deportes, y se precipitó hasta el señor Morales.
-Me mandaron de la “aiministraciòn”, pa` que ustè me resuelva con un trabajito de maletero; ya sabe, que la cosa no tà muy buena.
El señor Morales miró el carné, y miró la foto impresa del recién electo presidente
-Pero mire que bien quedo en la foto, usted debe ser por lo menos hermano gemelo del presidente, - bromeaba- venga mañana a mi oficina.

Era bien tarde cuando llegó a Capotillo. Los Maleteros le habían conseguido algún dinero para el pasaje, porque lo vieron sentado en su banqueta muriéndose del frío. Esa noche no pudo dormir. El hambre le había provocado fiebre y un fuerte dolor de cabeza. Es que ya no era un jovencito iba para los cuarenta, y si a algo no estaba acostumbrado era a pasar hambre. Lo bueno de todo era que mañana seguro que comenzaría a trabajar, -pensó.

No se pudo levantar temprano como quería. Llegó al aeropuerto pasado las diez de la mañana vestido con dos camisas lo que significaba que aún se sentía afiebrado. En sus ojos podía verse los remanentes de la mala noche.

Como pudo llegó a la oficina del señor Morales y la encontró cerrada. Dicen que está en una reunión –comentaban los que se encontraban en el pasillo. Al cabo de unas horas la puerta se abría, y una jovencita de algunos quince años salió de la oficina sin mirar a nadie. Todos se miraron a la cara, pero nadie dijo nada. En su sillón, el señor Morales se apoltronaba, y como de costumbre trataba de simular al hombre de incuestionable moralidad, incapaz de realizar un sólo acto reprochable.

- Entren que la secretaria no vino hoy. He tenido tanto trabajo, que hasta los asuntos de familia tengo que atenderlos aquí en mi oficina porque no tengo tiempo para nada; ahí esta el caso de mi ahijada, que mi comadre está enferma, la pobre y tuve que mandarle algo para su medicina; pero para eso es que estamos, para servirnos unos a otros. –dijo.

La verdad se supo más tarde. La jovencita no era más que una de las muchachitas con quienes el señor Morales acostumbraba hacer sus juegos sexuales; y eran “juegos” pues se sabia de su prolongada impotencia a causa de la diabetes, que lo hacían incapaz de una relación normal de pareja.

Virgilio se abalanzó hasta él de nuevo con su carne en la mano. Ustè me dijo que viniera hoy pà empezà a trabajar-dijo, un poco desorientado.
-Ah, si…no hay problemas… pero usted debe saber que este es un aeropuerto, y que para entrar se debe cumplir con una serie de requisitos previamente establecidos, por la administración que sin ellos no hay para nadie. Tráigame dos fotos dos por dos y un papel de buena conducta, y vamos a ver lo que se puede hacer. –concluyó.
Virgilio quedo atolondrado, jamás pensó que se volvería a Capotillo con las manos vacías; aún no sabia de donde su mujer sacó el dinero que le sirvió para el pasaje de ese día. Ahora tendría que empeñar el televisor para poder tirarse las fotos y sacar el papel de buena conducta en la policía.

Empeñó el abanico y la plancha; la mujer no dejó que le sacara el televisor de la casa. Pero ya tenía los cien pesos que necesitaba para lograr su objetivo.
No fue fácil. Duró casi todo el día, pero logró llevarse su papel de buena conducta y dos fotos de las cuatro que le habían sacado; también le habían sobrado veinticinco pesos, con ellos podría irse temprano al aeropuerto a llevar el documento.

Madrugó ese día para estar temprano, aun sabiendo que la mayoría de los empleados de la administración llegaba un poco tarde a su trabajo. Echó un sueñito en el banco de los maleteros algunos de los cuales ya conocía. Pasadas las ocho llegó la secretaria a la oficina y miró el gentío que se aglomeraba a la puerta, - Los que vinieron a ver al señor Morales sepan, que el señor Morales está de licencia y que no volverá hasta la semana que viene o quien sabe cuando. –dijo.
Virgilio Del Monte, sintió que el mundo se le venia encima. Tanto sacrificio y ahora esto. Pensó en su hija adolescente durmiendo apiñada a sus demás hermanos en una sola cama. Tantas veces que le había pedido que se mudaran, que ya no aguantaba vivir de esa manera. Su mujer era la más comprensiva porque lo conocía bien y sabía que hacia todo lo posible por salir a camino. Bueno, será para la próxima semana.-se consoló.

Contó los días uno a uno. Se las arregló limpiándole un solar a un Maletero amigo suyo.
Las manos se le reventaron, pero ahí estaba. Se había dado cuatro días más, para terminar su tarea de limpieza, y para que cuando llegara el señor Morales estuviera ejerciendo sus funciones de jefe plenipotenciario del departamento de maleteros del aeropuerto, con todas sus facultades físicas y mentales para otorgarle a él, Virgilio Del Monte, la ficha que lo acreditaría como “Maletero”.

El señor Morales revisó el papel de buena conducta, lo miró por delante y por detrás – y dónde está la carta del partido. Como usted debe saber, yo no puedo meter a nadie a trabajar en este departamento por mi propia cuenta, yo me debo al partido; así que váyase y tráigame una carta que diga que usted es de nuestra gente, porque por ahí andan unos diciendo que son lo que no son y usted ya sabe. Mire “secre” ponga eso en un fólder. –dijo, pasando el papel de buena conducta.
Virgilio quedó paralizado. Dónde diablos iba a conseguir una carta. Pensó en su cuñado, el marido de su hermana, él le ayudaría.

Cuando llegó el señor Morales, Virgilio lo estaba esperando en la puerta de su oficina. La carta se la consiguió el cuñado en un cuartel del Partido Rojo, a una cuadra de su casa, sólo tuvo que dar el número de cedula.

El señor Morales se acomodó en su trono cuando lo abordó Virgilio. Algunas personas habían llegado en ese momento.
“American Airlines les anuncia la llegada de su vuelo 401 procedente de San Juan de puerto Rico.” –se escuchó en los altavoces.
-Esta es la carta, bien...mire secretaria, ponga eso en el fólder del caballero acá. Así es que deben ser los hombres, miren a este señor –dirigiéndose a los presentes- ya casi completó su expediente para comenzar a trabajar en el departamento
Virgilio lo miró perplejo.
-Y qué es lo que falta ahora -preguntó inocente.
Muy sencillo- contestó el señor Morales-para completar el expediente salga ahora ahí afuera y tráigame “un chele de palmita”1.
Virgilio no dijo nada, solo lo miró de una manera indescriptible antes de irse.
Dos horas más tarde el departamento de socorro del aeropuerto recogía de la pista de aterrizaje, el cuerpo destrozado de un hombre que cayó del tren delantero del vuelo 402 con destino a puerto Rico, nadie supo nunca quien era, pero ese hombre posiblemente era Virgilio.

(1) Moneda dominicana de un centavo acuñado durante la época del dictador Rafael Leonidas Trujillo; tenia al frente la imagen de una mata de palma.


FIN

LA CONFUSIÓN (Relato)

(Cuento)

A mi no me gustaban los hombres. Si de algo yo era enfermo era con las mujeres. Pero cómo iba a saberlo. Cuando entré a la discoteca y vi a ese mujeròn sentada en el mostrador, no tuve más remedio que írmele a la muela (1). Qué boca tenia la maldita, unos labios carnosos como a mi me gustaban y un cuerpazo de matamacho que había que ver; es que estaba para comérsela. Yo no me di cuenta de nada. Cuando me la llevé me la fui tragando por todo el camino hasta la habitación. Yo sé que la bebida hizo una parte, pero ella hizo el resto. Cuando me le tiré arriba en la cama y le sentí el bulto, fue que caí en la cuenta; una mujer no podía tener eso tan grande. Sólo le metí tres puñaladas y me fui del sitio. Es que a mi no me gustaban los hombres.

Al otro día me agarraron preso porque el tipo murió. De veinte años que me echaron lo bajaron a diez. ¿Qué como llegué a esto? No lo sé, pero fue despacito. Después de siete años en la càrcel uno se degenera y la costumbre hace ley. El primero fue Manuel, ese ya está enterrado; al segundo lo soltaron y está interno; y a este que tengo ahora ya le falta poco para morirse. A mi no sé cuando me tocará; dicen que soy cero positivo. Estoy terriblemente arrepentido de aquel hecho. Más ahora con este sentimiento, que no puedo arrancarme. Si usted lo hubiera visto me entendiera. Yo lo maté, nunca me lo voy a perdonar; me llevo mi culpa conmigo a la tumba. Perdóneme padre, pero si usted hubiera visto lo bueno que estaba ese hombre.

El confesionario quedó solo. El sacerdote alcanzó a ver la figura de una extraña mujer saliendo de la capilla, un policía la esperaba en la puerta.


©Pablo Martínez

(1)Enamorarla