sábado, 7 de julio de 2018

EL MUNDO AL QUE LLEGUE



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL MUNDO EN EL QUE VIVI

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INDICE

                                                                                                                                  Págs.

Introducción…………………………………………………………………………………………….1

 

Capítulo -1

1.1.Tiempos Difíciles………………………………………………………………………….…………2

1.2.San  Francisco de Macorís…………………………………………………………….……....……..3

1.3.La ocupación Americana y el Marine Kakindoc………………………………............…………….4

1.4.Los doce años y los Constitucionalistas……………………………………....…….….…………….5

1.1.Los Barrancones del Mirador del sur……………………………………………….….…….………6

1.2.General Agustín Núñez Noguera, un verdadero héroe………………………………...................…..7

1.3.El Teniente Mateo………………………………………………………………………….…………8

1.4.Aviso de desalojo……………………………………………………………………………………..9

 

Capitulo-2

2.1. Un Cambio de Rumbo.......................................................................................................................10

2.2. Adiós  a los Sueños…………………………………………………………………………………11

2.3. La adaptación………………………………………………………………………………………12

2.4. Mis Grandes Líderes de la Política………………………...……………………………………….14

2.5.1. Juan Pablo Duarte……………………………………..………………………………………….15

2.5.2. Joaquín Balaguer……………………………….……………….………… …………………….16

2.5.3. José francisco Peña Gómez………………...…………………………………………………….17

2.5.4. Juan Bosch………………………………..………………………………………..…..…………18

Capitulo-3

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


1.1

  1.1.       Tiempos difíciles

 

       El mundo al que llegué estaba pasando por una etapa muy difícil en el orden político a nivel internacional. No habían transcurrido cincuenta años del siglo XX cuando ya la humanidad había llegado a conocer dos guerras mundiales, y apenas habían transcurrido   diecisiete años del lanzamiento de las primeras bombas nucleares que devastaron las provincias japonesas de Hiroshima y Nagasaki (acontecimiento ocurrido   en el  1945).  El fin de la guerra supuso una derrota para Japón, mientras los dos países vencedores, aliados en la contienda, se erigían como las dos superponías mundiales, dividiendo al globo  en dos bloques rivales; mientras uno (EE.UU.),  propugnaba por el sistema capitalista,  el otro (URSS), propugnaba por el sistema comunista.  A tal punto se cegaron en su revalidad que se mantuvieron en una alocada carrera por ser primero en llegar a la luna, acontecimiento ocurrido el 20 de julio del 1959, con el lanzamiento del Apolo 11 desde Cabo Cañaveral, EE.UU. A ese periodo de rivalidad  entre las dos superpotencias, se le conoció  como “La Guerra Fría”.

       Eran tiempos en  que la posición geográfica de los países del Caribe, los hacían formar parte, casi de manera obligada de cualquier alianza internacional que lideraran los Estados Unidos de Norte América, sobre todo, por las grandes inversiones que estos tenían en el área.      

        Desde el 26 de julio de 1953 al 1ro.  de enero de 1959  Castro,  había encabezado con éxito una revolución armada, en Cuba,   en la que se  usaron técnicas novedosas de guerrillas rurales, internándose en las montañas de la Sierra Maestra.  La forma de lucha primero,  y la victoria de la revolución Cubana, después,  se convirtieron  en el referente de  muchos países latinoamericanos, que en la época estaban gobernados por dictadores. Esas dictaduras fueron el resultado del desorden político en que se encontraba la región, en el que las montoneras y los golpes de Estado hacían casi ingobernables esos países.  Los Estados Unidos no apoyaron en ningún momento aquella forma de lucha, por lo que los artífices de la Revolución cubana,  optaron por buscar apoyo logístico y económico fuera del Continente Americano,  precisamente, en la URSS que era en  ese momento el eje del “comunismo ateo y disociador” y adversario ideológico del espíritu que da origen a la proclama de intendencia de la gran  nación norteamericana.

       Cuando llegue al mundo, el  25 de enero del 1962, en el orden nacional, el país tenía apenas seis  días en que se había instaurado el segundo Concejo de Estado;  parte de su  misión sería  la de redactar una nueva constitución y celebrar elecciones generales que se llevarían a cabo el 20 de diciembre de ese mismo año.

        Muchos acontecimientos se habían dado  en  los siete  meses transcurridos  desde que  “ajusticiaran” al dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien fuera reconocido por ser uno de los más sanguinarios  de la región del caribe, y a quien  se le atribuye  la muerte de más de veinte mil personas.  La dictadura había causado mucho dolor en la mayoría  del pueblo dominicano, por lo que amplios sectores de la vida nacional, tales como la prensa escrita e intelectuales  de renombre, fueron afectados en su derecho a disentir en contra del régimen. Los intelectuales que no apoyaban la dictadura, fueron asesinados por sus ideas, y los que salieron con vida, encarcelados o terminaron en el exilio. Entre los asesinados, podemos mencionar a: Ramón Marrero Aristy, autor de la afamada novela “Over”; el escritor español Jesús de Galíndez, y entre los encarcelados, estuvieron: El Dr. Ramón de Lara, Juan Bosch, Ángel Miolan, Juan Isidro Jiménez… entre otros. 

       En Cuba, en el 1939 Juan Bosch, Enrique Cotumanama Henríquez, y Ángel  Miolan  fundaron el Partido Revolucionario Dominicano,  como un medio organizado para luchar contra el régimen de Trujillo.  Varias incursiones armadas fracasaron en su intento por deponer el régimen; entre estas expediciones estaban Cayo Confites, y  Constanza, Maimón y Estero Hondo, las cuales fueron las más importantes antes de la Conspiración de Luperón, que puso fin a la vida del generalísimo.

         En esa época más del  setenta por ciento de la sociedad era rural, y la conciencia cívica se hallaba en los segmentos urbanos que interactuaban en las ciudades, ya que la mayoría de las personas del campo era analfabeta y fiel seguidoras de El Jefe. Puede decirse que la escasa  clase media enfrentó la dictadura con su conciencia cívica armada de un  valor y un coraje que solo tienen los seres que están dispuestos a dar su vida por la libertad. La mayoría de los intelectuales del país terminaron siendo funcionarios del gobierno al servicio de la dictadura. Los que se opusieron, no vivieron para contarla o los salvó el exilio. Los estudiosos de aquella era, concluyen que los excesos del gobierno lo  llevaron a cometer el gran error de eliminar a las Hermanas Mirabal, con cuyo crimen quedo sellado el fin de la Era de Trujillo.  

       La vorágine política que vivió el país era parte de un proceso social iniciado hace dos siglo, desde el mismo momento en que la nación logrò su independencia, y afloraron las diferencias abismales entre los dominicanos.  Por tal razón, la historia ha sido testigo de acontecimientos que nunca debieron ocurrir, mucho menos contra aquellos que hicieron posible la nacionalidad dominicana, lograda a  fuerza de las ideas, de las armas, y prohijada  bajo el amparo de Dios.

       Al dar los siguientes ejemplos de lo que escribí en el párrafo anterior, mis ojos se humedecen  y  es un momento de sublime respeto y de amor  al mencionarlos: Juan Pablo Duarte, ideólogo y padre fundador de la nacionalidad dominicana; donó todos sus bienes y los de su familia a la causa de la independencia. Cuando las condiciones les  fueron dadas, regreso a su patria, enfermo y cansado, pero dispuesto a inmolarse por la restauración de la República. Su vida inmaculada y su ejemplo no tienen igual dentro de los padres de las demás naciones; su desprendimiento y amor infinito a la patria que idealizo lo hace trascender su condición de ser  humano y lo eleva a la estatura de lo divino. Murió en el exilio en Venezuela, el 15 de julio,   en la miseria, y con los pulmones perforados por la tuberculosis; Francisco del Rosario Sánchez, formidable padre fundador de nuestra nacionalidad, quien abrazara y encarnara  las ideas libertarias de Duarte. En ausencia de Duarte, Sánchez se constituyó en el motor de la causa separatista de la ocupación haitiana hasta la independencia, y continuo, sin descanso su lucha por restablecer la República. El 4 de julio del 1861 fue fusilado por orden de Pedro Santana, por oponerse a la anexión a España; Matías Ramón Mella, el brazo militar que inicio con un disparo al aire  la proclama de independencia. Fue exiliado a causa de sus ideas, y lucho en todas las causas posibles desde la creación de la República hasta la restauración. La honda  fidelidad de Mella a las ideas libertarías de Juan Pablo, lo hicieron abandonar sus posibilidades de crecimiento político, por lo que la historia recoge que murió en extrema pobreza afectado de disentería, el 4 de junio del 1964.

        Sirvan esos tres ejemplos para dar una idea de lo que ha sido el accionar  de las fuerzas oscuras que aun hoy gravitan en el escenario político contra los  que han puesto el interés del   pueblo por encima de sus intereses personales. La mayoría de las veces aquellos visionarios e idealistas, terminan traicionados por seres diminutos, incapaces de ver una pulgada más allá de sus narices. Esos seres nefastos de quienes hablo,  logran sus fines personales e individuales, gracias a sus ambiciones desmedidas, pero nunca trascenderán a la historia, a menos que sea como recuerdo de su vileza, y su vida llena de traiciones y engaños que han de empañar cualquier acto noble que alguna vez hayan hecho detrás de lograr sus objetivos.

        Nuestro país ha sido una cantera de hombres y mujeres nobles, llenos de valores,  y provistos de una capacidad de sacrificio sin igual en los momentos más amargos de nuestra historia. Se pueden contar por cientos las personas que han sido  mártires de la lucha por la libertad que han perdido la vida en defensa de la Patria y sus ideales más puros.

        En esos 118 años antes de mi nacimiento, la nación nunca tuvo paz, aunque, paradoja de la vida, tampoco había logrado mayor desarrollo y orden que en la ocupación norteamericana.   Los historiadores dicen que fueron múltiples las causas por las que los Estados Unidos intervinieron la República dominicana,  una de ellas habla del desorden en que estaba sumido el país en lo  político y lo económico; otra dice que con la ocupación, los norteamericanos lograban posiciones estratégicas en el Caribe  en tiempo de conflicto bélico, ya que la historia indica que en el 1914 se había iniciado la segunda guerra mundial.

        Aunque las voces nacionalistas se levantaron, y en el Este del país los hombres comunes se organizaron en un grupo de choque al que llamaron “Los Gavilleros” produciéndose enfrentamientos, en las que hubo importantes bajas,   los ocho años de ocupación norteamericana sirvieron para construir una formidable infraestructura de planteles escolares que eran una necesidad histórica, pues el desarrollo de la educación se estancó en el país a causa de las ocupaciones padecidas por distintas naciones; se creó  una red de carreteras  vitales para la comunicación interurbana, las cuales cruzaron la media isla  por los cuatro puntos cardinales.       La mayoría de estas obras fueron construidas con préstamos realizados por el gobierno de ocupación, con cargo a las finanzas públicas. La ocupación duraría desde el 1916 hasta el 1924, pero el gobierno norteamericano se mantendría con la administración de las aduanas hasta que los prestamos fueran saldados, cosa que se lograría años más tarde por iniciativa del Presidente Trujillo.

         Algunos de esos acontecimientos que hice mención son eslabones que formaron la cadena que llevaría a la celebración obligatoria de elecciones en el país post Trujillo. 

Junto a otras fuerzas sociales,  Juan Bosch gano esas elecciones celebradas el 20 de diciembre de ese año,  llevado de la  mano del PRD,  partido político que le sirvió de instrumento para la lucha social contra la dictadura.  

       Al momento de esas elecciones apenas tenía once meses de haber nacido en este mundo, y mi mente mira ese pasado lejano, como una nube difusa en la que se oyen voces y se ven imágenes que pasan ante mis ojos construyendo la historia de mi país y de mi vida.

1.2. San Francisco de Macorís.

       Decía mi madre, que mis recuerdos no podían ser posible, pues le contaba cosas que pocas veces se guardan en la memoria por la lejanía en el tiempo y la poquísima edad.

       Lo más recóndito que puede ir mi pensamiento, al tratar de dar paso a  los recuerdos de mi    infancia, es una rauda persecución que llega a mi memoria como en una carrera de imágenes sobrepuestas e imprecisas, y no logro determinar su procedencia. Muchas veces he pensado que son  una creación de mi mente al no encontrar mi pensamiento nada más qué  recordar.

       El dolor por la salida de mi madre junto a una comadre suya, es la única escena que recuerdo con claridad en los inicios de mi vida en este mundo,  en la que me veo dando mis temerosos primeros pasos, y en la que trato de alcanzar el carro que la llevaría a la Vega, no muy distante, pero que la alejaría de sus hijos por varios días.
       Si algo marcó mi vida desde mis primeros años fue esa ausencia de mi madre, pues desde entonces fui comprendiendo lo que se esconde en el corazón de los seres humanos y lo rudo que pueden ser  cuando se deja a su libre accionar aun cuando se es muy niño. Las travesuras de las que fuimos objeto por parte de los hijos de la comadre no se justificaban, a menos que ellos hubiesen sido las esponjas que absolvían los malos humores de su madre por las  molestias que podíamos causarle con nuestra presencia en   aquella casa que nos  habían prestado mientras mi padre no estaba con nosotros.

 

       La situación de la familia que el destino me mandó tener era sumamente difícil, pues debía contar con apenas unos meses de nacido cuando mi padre cayó preso a causa de un dinero que perdió en un negocio de billete y quiniela de la Lotería Nacional. Como no pudo pagar aquel dinero a réditos, le cantaron seis meses en la cárcel de La Victoria. Tiempo después él me contaría las vicisitudes y calamidades que padeció durante parte de aquellos seis meses que pudo librarse de cumplir en su totalidad a causa de su deplorable estado  de salud; le dieron libertad en desahucio, pensando que moriría y lo enviaron a su casa. 

         Vivíamos al lado de la comadre, compartiendo la misma casa, divididos por un seto de madera;  quedaba frente a la calle principal de aquel pueblo polvoriento y ruinoso, en el que podía percibirse a simple vista la angustiosa vida de su gente, en aquellas largas y tediosas jornadas del trabajo agrícola  que se iniciaba antes del alba y terminaba al ocultarse el sol.
       Una de las maldades que nos hacían los hijos de la comadre consistía en hacer popo  frente a nuestra puerta, y el constante acoso de la casa diciéndonos que nos fuéramos, más las muecas de desprecio  cuando mis hermanos reclamaban,  se clavaron en mi  corazón de forma dolorosa, tanto, que aún no logro quitar de mi memoria todo aquello.       Esos fueron momentos que marcaron mi existencia para siempre, pues me enseñaría muy temprano lo que se esconde detrás de las imágenes que presentan algunas  personas, que en la mayoría de los casos son más importantes que todo lo que conocemos de ellas.
       Mi familia estaba compuesta de siete personas, mi padre Antonio, mi madre América, mis hermanos Ramón y Rafael, y mis hermanas: Ramona Soledad y María Altagracia. Debo decir que a causa de las condiciones de la época  o quizás por la pobreza extrema de mi familia, el segundo hijo de mis padres a quien llamaban “Moreno” murió mucho antes que yo naciera, por lo que la familia debía estar formada por ocho personas.
      La vida de soltero de mis padres antes de formar una familia estuvo llena de grandes dificultades que sirvieron para irles acercando el uno del otro hasta ese encuentro fortuito y mágico que une a las parejas de por vida.

MI PADRE

     Mi padre era el mayor de nueve hermanos, de una familia de descendencia hebrea-española, de esas que se radicaron en los campos de esta media isla y se dedicaron al cultivo de la tierra, y que más tarde vendieron sus predios quedando en la miseria, y formando parte de aquella sociedad de gente humilde que vivía de la siembra en pequeños huertos, o de emplearse como peones en las fincas de los mismos a quienes las vendieron.
      Una noche mi abuelo, a quien le gustaban los tragos, golpeó a mi abuela en frente de mi padre y éste le reclamó diciéndole que peleara con un hombre, cosa que le valió una cachetada en pleno rostro y por la cual, mi padre tomó la decisión de marcharse de su casa, regresando años más tarde cuando ya su madre había muerto. Nunca olvidaría aquellos infaustos días en que tuvo que vivir de peón de fincas siendo apenas un jovenzuelo.
      Le ocurrió que un día de esos, en que la peonada descansaba de sus labores habituales, uno de la casa para quienes trabajaba, buscaba a alguien que supiera de letras, y el único que todos los peones que tenía algún grado de escolaridad era mi padre, pues los demás eran totalmente analfabetas. Al parecer necesitaban a un promotor de “Ron el Caballito”, para que difundiera el producto en toda la comarca y la región del Cibao. Ese puesto requería de una persona con algunas cualidades que mi padre tenía: presencia física agradable, instrucción y don de gente.     Nunca nadie podría imaginarse lo difícil que le había sido a mi padre aprender a leer y a escribir en aquella época de dictaduras en la que lo único que el hombre tenía asegurado era un machete “siete canales” (como él mismo decía) para trabajar en las fincas. No fueron pocas las veces que fue recriminado por el abuelo para que dejara de asistir a las clases que durante las noches le impartía un señor que logró reunir algunos jóvenes alrededor suyo, quienes le pagaban una modesta mensualidad por la docencia. Nunca le hizo caso al abuelo quien,  aunque era un hombre trabajador, también era de genio resabioso y un bebedor consuetudinario; una réplica formada a semejanza de la política aplicada por la dictadura, para evitar que los hombres “perdieran el tiempo” en cosas banales ya que estaba prohibida la vagancia. Tal vez el abuelo tenía otras razones que jamás dijo, como que esas reuniones nocturnas podían traerle algunos problemas de índole político, pues éstas siempre atraían a algunos mirones que podían interpretarlas como conspirativas contra el régimen,  ya que se trataba de jóvenes, con aspiraciones de alcanzar mejores condiciones de vida, algo que para muchos parecía imposible, comenzando por sus padres que los necesitaban para las tareas agrícolas.
     Así aprendió a leer y a escribir mi padre, quien se convertiría en un ávido lector, hábito que le serviría más adelante para alcanzar la ilustración necesaria que le haría ser tomado en cuenta en algún momento de su vida, y  así fue.


     Mi padre fue contratado como agente vendedor de ron, puesto que para la época tenía cierta notoriedad en las zonas rurales y empobrecidas, pues, aparte de darle la libertad que muy pocos tenían, de recorrer todo el norte del país a caballo, convertía a quien lo ostentaba, en una figura notable en las actividades sociales que la marca patrocinaba.
     Fue así como de la noche a la mañana mi padre dio un salto en la escala social, que lo sacó de aquel estado deplorable, haciéndolo elevar su calidad de vida y poniéndolo ante la vista de sus antiguos compañeros, como una persona privilegiada.
     Pero dice el dicho que la suerte en casa de pobre dura poco. Así ocurrió. La noticia de la muerte de su madre, tres días después de ser enterrada, encontró a mi padre casi borracho, en plena celebración de las fiestas patronales del pueblo que le correspondió visitar en ese entonces. El efecto fue tan  contundente que abandonó la fiesta en medio del más grande de los dolores, renunciando de inmediato a su trabajo y diciéndole adiós al ruidoso mundo en que vivió todo aquel tiempo, para no regresar jamás.
   Al morir su madre, quedó una aureola de pesadez  que como una sombra, abrumaba el hogar ya incompleto, y ocurrió que a los pocos meses,  como una maldición o sortilegio extraño, se fueron apagando las vidas de tres hermanos de mi padre, los más pequeños, muriendo uno tras otros, quedando sólo seis, tres hembras y tres varones. 
    Fue así como mi padre  inicio otra etapa en su vida de errante vagabundo, que lo llevaron  a ganarse la vida de muchas maneras.
    Recuerdo una anécdota de su recorrido por el Cibao,  mientras vendía cuadros de santos católicos; me dijo que había dormido muchas veces donde le cogía la noche, que podía ser  una casa abandonada, a orillas de un río, o una cripta de un cementerio. A  él no le importaba el lugar para amanecer, pero en una ocasión  no había nada a la vista para pasar la noche, solo una vieja iglesia y estaba cerrada con candado.      Comenzaban las primeras lluvias de mayo, y la oscuridad caía con todo su peso sobre aquellas tierras fértiles, en las que los bosques estaban formados por frutales de todo tipo. Mi padre preveía un diluvio, y la iglesia cerrada. Tomó el candado ente sus manos y lo movió, y como por acto de magia se abrió,  pudiendo entrar al salón, y cotejarse en uno de sus bancos. Fue la única vez que no pudo dormir en todo su peregrinar; los ídolos de yeso, de san Martín de Porres, el Cristo crucificado, y la Virgen María, se veían  moviendo sus cabezas, en un dialogo mudo, alumbrados por los velones del altar de la iglesia, y los relámpagos de aquella  noche semi eterna.
   Al paso del tiempo, abandonó la venta de “santos” católicos, y comenzó a vender tela. Meses después incursionó en la venta de utensilios de cocina, y más adelante,  entro al negocio de vender billetes de lotería; fue  entonces cuando  conoció  a quien más adelante seria  mi madre.

MI MADRE

   Si alguna vez ha existido el amor sobre la tierra, después de Cristo, se encarnó en mi madre.
   Para poder describir su vida en ese mundo lleno de dolores y tristeza, debo hacer mención de cosas que ocurrieron, y que le afectaron durante toda su existencia.
   Por el año 1937 la dictadura inicio una política de repoblación de la frontera, y esto contempló la erradicación de los nacionales de la otra parte de la isla que habían ocupado de manera pacífica ese territorio, en el que ya  eran una población mayor que los locales. La historia cuenta que miles de  seres humanos fueron asesinados ferozmente a manos de la guardia, o de sicarios sacados de las cárceles para realizar esa “labor patriótica”. Aquello le causó muchos problemas a la imagen del dictador  a nivel internacional, pero también enraizó el racismo en este pueblo compuesto por personas  solidarias y llenas de humanidad.

     Recreo aquella situación vivida en esos tiempos porque en cierto modo afectaría indirectamente el destino de mi familia y por lo tanto, cambiaría el curso de mi vida.

    Mi abuelo materno, hombre de tez oscura,  era un campesino faldero que no tuvo decoro al enamorar a la hija más bonita del síndico de Nagua, a quien una noche, se llevó por una ventana, radicándose en Salcedo por alrededor de cinco años. En ese tiempo nació su primera hija, a quien más tarde apodaría Negrita, y luego nació su segundo hijo, a quien apodaría Negrito, por el “infortunio” de haber nacido también de te oscura.
    Cinco años se quedó mi bisabuelo esperando a quien se había llevado la prenda más preciada de toda la familia; escopeta en manos, pasaba horas en el parque a la entrada del pueblo esperando ver llegar al ladrón de su hija para darle lo que se merecía por tal afrenta. Ya era algo tarde cuando regresó el intrépido Don Juan, cinco años después; con dos  hijos  y mujer en manos, parecía más un hombre digno de pena que de venganza. Ante aquel panorama, no había nada que hacer que no fuera olvidar aquello y echarle tierra.
     Fue así como la situación económica  en que  vivía mi abuelo materno, comenzó a  prohijar sentimientos de repulsa en las hermanas de la abuela, alentándola a que lo abandonara por el color de su piel, y por la pobreza en que la tenía viviendo. Así ocurrió, mi abuela dejó al abuelo solo, y se fue a vivir donde  su familia,  arrepentida del error cometido años atrás, y también  dejó a sus hijos repartidos entre la familia del abuelo.

    Mi madre fue creciendo sin instrucción materna, ni escolar; sólo con las consejos de la tía de su padre quien la  crio y le enseñó los quehaceres y deberes de la casa, algo nada extraño en aquel tiempo, pues la mujer campesina  de entonces tenía menos oportunidades de estudio que los varones, a causa de la lejanía en que se hallaban las escuelas. Las pocas personas que lograron escolarizarse debían  caminar hasta quince kilómetros todos los días, sacrificio que pocos podían mantener en una época de poco transporte. Otro inconveniente era el alto costo de los útiles escolares, que para campesinos sumamente pobres, no había forma de costear; quiere decir que mi madre no aprendió a leer y a escribir; mi padre le enseñaría a firmar su nombre mucho tiempo después.

   

    

 

 

 
  


EL JONRÒN 62 (Relato)



Cuando Isabel entró a ver al médico ya la apendicitis le tenía adormida la pierna derecha. El cúmulo de gente no distaba mucho de los hospitales públicos de los que huía, por lo que sintió que no valió la pena hacer el sacrificio de ir a una clínica privada, que además era muy costosa.
Aunque le tocó el siete, sentía que delante de ella había un número interminable de gente por el dolor agudo que le entraba hasta las entrañas, y pensó que todo ese merodeo para ir a ver al médico no había sido más que una niñada suya, que en vez de ayudarla la hizo perder el tiempo.
A los demás en la sala de espera no les importaba el paso de las horas. Los televisores transmitían la serie de grandes ligas donde Daniel Rosa y Paul Mac Ray, tratarían de romper la marca de jonrones establecida por Peter Paris,  años atrás.
Sólo Isabel no le hacia caso.

El Dr. Reinoso no perdió tiempo en diagnosticarle lo que ya ella imaginaba: apendicitis aguda.
Miró al médico cotejando los archivos, mientras hablaba por teléfono – alò, cómo está Dr. Guerrero.
-Bien, esperando el palo
-?Todavía? Ese batazo no pasa de hoy. Estoy loco por salir de aquí para ver el juego; hace rato que empezó. Dígame, ¿qué tiene para hoy?
- Tengo una nefrectomía (1) a las cuatro; es la joven que me referiste la semana pasada, no se puede pasar de hoy, está muy mal.
-Bien, veré qué médico nos queda en cirugía.
Isabel lo miraba sin decir una palabra, entregada a la sabiduría de la ciencia; le habían dicho siempre que en eso de enfermedades los médicos son los que tienen la última palabra.

Cuando la auxiliar entró lo hizo de prisa, y no pudo evitarlo. En ese momento Isabel pensó que tal vez quería ver el juego igual que los demás, y por eso no dijo nada cuando al salir se le resbalaron los papeles que el Doctor le había  entregado; venia del consultorio del Dr. Guerrero.
-Usted anda sola o acompañada -Preguntó el doctor.
-Ando con mi mamá-dijo.
Bien, prepárese para cirugía, no se mueva de ahí.

Minutos más tarde, desde su habitación Isabel escuchó la algarabía que se produjo. Las calles se convirtieron en un caos. En todo el planeta tierra se paralizó el tiempo y sólo se escucharon las bocinas celebrando el jonrón sesenta y dos que había dado Daniel Rosa.

Eran casi las ocho de la mañana cuando pudo abrir bien los ojos; el tremendo malestar se le complicó con los vómitos de la anestesia que ya se le había pasado. No  perdieron tiempo y llamaron al médico que la había operado.
Desaliñado aún por el trasnoche de una noche mezcla de trabajo y de juerga, entró el Dr. Rogelio, Médico cirujano recién graduado.
La auscultaba, al tiempo que le indicaba calmantes.
-No le veo razón, la operación fue todo un éxito –dijo.
-Me duele doctor, me duele...
Gritaba Isabel, mientras se apretaba el lado derecho.
El doctor tomó el celular e hizo una llamada. -Doctor Guerrero, tengo una emergencia creo que algo salió mal con la operación de la paciente Ana Cecilia Manzueta, necesito de su colaboración. Trate de venir lo más pronto posible.
Al oír esto, la madre de Isabel que había amanecido junto a ella, se tiró de la cama.
-Cómo fue que usted dijo? Mi hija no se llama Ana Cecilia Manzueta, Se llama Isabel Basílica Taveras.
El médico miró incrédulo el historial clínico, y como en cámara lenta revivió los pasos que había dado hasta el momento en que el Dr. Agustín Guerrero, subdirector del centro, le confió realizar aquella operación a sabiendas de que tendría otra ese mismo día. Sólo se le escucho decir ¡ay, Dios!, antes de salir.

Isabel murió victima de una peritonitis aguda, a los cinco minutos de que, en la habitación diez cero dos, una paciente de nombre Ana Cecilia Manzueta,  falleciera a causa de insuficiencia renal.
Durante todo ese día, y mucho tiempo después, la radio, la televisión, y todos los diarios del mundo no dejaron de publicar en algún momento la trascendental noticia sobre el jonrón sesenta y dos de Daniel Rosa .


FIN


Pablo Martinez


(1)Extirpación del riñón