EL
MUNDO EN EL QUE VIVI
INDICE
Págs.
Introducción…………………………………………………………………………………………….1
Capítulo -1
1.1.Tiempos
Difíciles………………………………………………………………………….…………2
1.2.San Francisco de Macorís…………………………………………………………….……....……..3
1.3.La ocupación
Americana y el Marine Kakindoc………………………………............…………….4
1.4.Los doce
años y los Constitucionalistas……………………………………....…….….…………….5
1.1.Los
Barrancones del Mirador del sur……………………………………………….….…….………6
1.2.General
Agustín Núñez Noguera, un verdadero héroe………………………………...................…..7
1.3.El Teniente
Mateo………………………………………………………………………….…………8
1.4.Aviso de
desalojo……………………………………………………………………………………..9
Capitulo-2
2.1. Un Cambio de Rumbo.......................................................................................................................10
2.2. Adiós
a los Sueños…………………………………………………………………………………11
2.3. La
adaptación………………………………………………………………………………………12
2.4. Mis Grandes Líderes de la
Política………………………...……………………………………….14
2.5.1. Juan Pablo
Duarte……………………………………..………………………………………….15
2.5.2. Joaquín Balaguer……………………………….……………….…………
…………………….16
2.5.3. José francisco Peña
Gómez………………...…………………………………………………….17
2.5.4. Juan Bosch………………………………..………………………………………..…..…………18
Capitulo-3
1.1
1.1. Tiempos difíciles
El
mundo al que llegué estaba pasando por una etapa muy difícil en el orden
político a nivel internacional. No habían transcurrido cincuenta años del siglo
XX cuando ya la humanidad había llegado a conocer dos guerras mundiales, y
apenas habían transcurrido diecisiete años del lanzamiento de las
primeras bombas nucleares que devastaron las provincias japonesas de Hiroshima
y Nagasaki (acontecimiento ocurrido en el 1945). El fin
de la guerra supuso una derrota para Japón, mientras los dos países vencedores,
aliados en la contienda, se erigían como las dos superponías mundiales,
dividiendo al globo en dos bloques rivales; mientras uno (EE.UU.),
propugnaba por el sistema capitalista, el otro (URSS),
propugnaba por el sistema comunista. A tal punto se cegaron
en su revalidad que se mantuvieron en una alocada carrera por ser primero en
llegar a la luna, acontecimiento ocurrido el 20 de julio del 1959, con el
lanzamiento del Apolo 11 desde Cabo Cañaveral, EE.UU. A ese periodo de
rivalidad entre las dos superpotencias, se le conoció como “La
Guerra Fría”.
Eran
tiempos en que la posición geográfica de los países del Caribe, los
hacían formar parte, casi de manera obligada de cualquier alianza internacional
que lideraran los Estados Unidos de Norte América, sobre todo, por las grandes
inversiones que estos tenían en el área.
Desde el 26 de julio de 1953 al 1ro. de enero de 1959 Castro,
había encabezado con éxito una revolución armada, en Cuba, en la
que se usaron técnicas novedosas de guerrillas rurales, internándose en
las montañas de la Sierra Maestra. La forma de lucha primero, y la
victoria de la revolución Cubana, después, se convirtieron en el
referente de muchos países latinoamericanos, que en la época estaban gobernados
por dictadores. Esas dictaduras fueron el resultado del desorden político en
que se encontraba la región, en el que las montoneras y los golpes de Estado
hacían casi ingobernables esos países. Los Estados Unidos no apoyaron en
ningún momento aquella forma de lucha, por lo que los artífices de la
Revolución cubana, optaron por buscar apoyo logístico y económico fuera
del Continente Americano, precisamente, en la URSS que era en ese
momento el eje del “comunismo ateo y disociador” y adversario ideológico del
espíritu que da origen a la proclama de intendencia de la gran nación
norteamericana.
Cuando llegue al mundo, el 25 de enero del 1962, en el orden nacional, el
país tenía apenas seis días en que se había instaurado el segundo Concejo
de Estado; parte de su misión sería la de redactar una nueva
constitución y celebrar elecciones generales que se llevarían a cabo el 20 de
diciembre de ese mismo año.
Muchos acontecimientos se habían dado en los siete meses
transcurridos desde que “ajusticiaran” al dictador Rafael Leónidas
Trujillo Molina, quien fuera reconocido por ser uno de los más
sanguinarios de la región del caribe, y a quien se le atribuye
la muerte de más de veinte mil personas. La dictadura había causado
mucho dolor en la mayoría del pueblo dominicano, por lo que amplios
sectores de la vida nacional, tales como la prensa escrita e intelectuales
de renombre, fueron afectados en su derecho a disentir en contra del
régimen. Los intelectuales que no apoyaban la dictadura, fueron asesinados por
sus ideas, y los que salieron con vida, encarcelados o terminaron en el exilio.
Entre los asesinados, podemos mencionar a: Ramón Marrero Aristy, autor de la
afamada novela “Over”; el escritor español Jesús de Galíndez, y entre los
encarcelados, estuvieron: El Dr. Ramón de
Lara, Juan Bosch, Ángel Miolan, Juan Isidro Jiménez… entre otros.
En
Cuba, en el 1939 Juan Bosch, Enrique Cotumanama Henríquez, y Ángel Miolan
fundaron el Partido Revolucionario Dominicano, como un medio
organizado para luchar contra el régimen de Trujillo. Varias incursiones
armadas fracasaron en su intento por deponer el régimen; entre estas expediciones
estaban Cayo Confites, y Constanza, Maimón y Estero Hondo, las
cuales fueron las más importantes antes de la Conspiración de Luperón, que puso
fin a la vida del generalísimo.
En esa época más del setenta por ciento de la sociedad era rural, y la
conciencia cívica se hallaba en los segmentos urbanos que interactuaban en las
ciudades, ya que la mayoría de las personas del campo era analfabeta y fiel
seguidoras de El Jefe. Puede decirse que la escasa clase media enfrentó
la dictadura con su conciencia cívica armada de un valor y un coraje que
solo tienen los seres que están dispuestos a dar su vida por la libertad. La
mayoría de los intelectuales del país terminaron siendo funcionarios del
gobierno al servicio de la dictadura. Los que se opusieron, no vivieron para
contarla o los salvó el exilio. Los estudiosos de aquella era, concluyen que
los excesos del gobierno lo llevaron a cometer el gran error de eliminar
a las Hermanas Mirabal, con cuyo crimen quedo sellado el fin de la Era de
Trujillo.
La vorágine
política que vivió el país era parte de un proceso social iniciado hace dos siglo, desde el mismo momento en que la nación logrò su independencia, y
afloraron las diferencias abismales entre los dominicanos. Por tal razón,
la historia ha sido testigo de acontecimientos que nunca debieron ocurrir,
mucho menos contra aquellos que hicieron posible la nacionalidad dominicana,
lograda a fuerza de las ideas, de las armas, y prohijada bajo el
amparo de Dios.
Al
dar los siguientes ejemplos de lo que escribí en el párrafo anterior, mis ojos
se humedecen y es un momento de sublime respeto y de amor al
mencionarlos: Juan Pablo Duarte, ideólogo y padre fundador de la nacionalidad
dominicana; donó todos sus bienes y los de su familia a la causa de la
independencia. Cuando las condiciones les fueron dadas, regreso a su
patria, enfermo y cansado, pero dispuesto a inmolarse por la restauración de la
República. Su vida inmaculada y su ejemplo no tienen igual dentro de los padres
de las demás naciones; su desprendimiento y amor infinito a la patria que
idealizo lo hace trascender su condición de ser humano y lo eleva a la
estatura de lo divino. Murió en el exilio en
Venezuela, el 15 de julio, en la miseria, y con los pulmones perforados
por la tuberculosis; Francisco del Rosario Sánchez, formidable padre fundador
de nuestra nacionalidad, quien abrazara y encarnara las ideas libertarias
de Duarte. En ausencia de Duarte, Sánchez se constituyó en el motor de la causa
separatista de la ocupación haitiana hasta la independencia, y continuo, sin
descanso su lucha por restablecer la República. El 4 de julio del 1861 fue
fusilado por orden de Pedro Santana, por oponerse a la anexión a España; Matías
Ramón Mella, el brazo militar que inicio con un disparo al aire la
proclama de independencia. Fue exiliado a causa de sus ideas, y lucho en todas
las causas posibles desde la creación de la República hasta la restauración. La
honda fidelidad de Mella a las ideas libertarías de Juan Pablo, lo
hicieron abandonar sus posibilidades de crecimiento político, por lo que la
historia recoge que murió en extrema pobreza afectado de disentería, el 4 de
junio del 1964.
Sirvan esos tres ejemplos para dar una idea de lo que
ha sido el accionar de las fuerzas oscuras que aun hoy gravitan en el
escenario político contra los que han puesto el interés del
pueblo por encima de sus intereses personales. La mayoría de las veces aquellos
visionarios e idealistas, terminan traicionados por seres diminutos, incapaces
de ver una pulgada más allá de sus narices. Esos seres nefastos de quienes
hablo, logran sus fines personales e individuales, gracias a sus
ambiciones desmedidas, pero nunca trascenderán a la historia, a menos que sea
como recuerdo de su vileza, y su vida llena de traiciones y engaños que han de
empañar cualquier acto noble que alguna vez hayan hecho detrás de lograr sus
objetivos.
Nuestro país ha sido una cantera de hombres y mujeres nobles, llenos de
valores, y provistos de una capacidad de sacrificio sin igual en los
momentos más amargos de nuestra historia. Se pueden contar por cientos las
personas que han sido mártires de la lucha por la libertad que han
perdido la vida en defensa de la Patria y sus ideales más puros.
En esos 118 años antes de mi nacimiento, la nación nunca tuvo paz, aunque,
paradoja de la vida, tampoco había logrado mayor desarrollo y orden que en la
ocupación norteamericana. Los historiadores dicen que fueron
múltiples las causas por las que los Estados Unidos intervinieron la República
dominicana, una de ellas habla del desorden en que estaba sumido el país
en lo político y lo económico; otra dice que con la ocupación, los
norteamericanos lograban posiciones estratégicas en el Caribe en tiempo
de conflicto bélico, ya que la historia indica que en el 1914 se había iniciado
la segunda guerra mundial.
Aunque las voces nacionalistas se levantaron, y en el
Este del país los hombres comunes se organizaron en un grupo de choque al que
llamaron “Los Gavilleros” produciéndose enfrentamientos, en las que hubo
importantes bajas, los ocho años de ocupación norteamericana
sirvieron para construir una formidable infraestructura de planteles escolares
que eran una necesidad histórica, pues el desarrollo de la educación se estancó
en el país a causa de las ocupaciones padecidas por distintas naciones; se creó
una red de carreteras vitales para la comunicación interurbana, las
cuales cruzaron la media isla por los cuatro puntos cardinales.
La mayoría de estas obras fueron
construidas con préstamos realizados por el gobierno de ocupación, con cargo a
las finanzas públicas. La ocupación duraría desde el 1916 hasta el 1924, pero
el gobierno norteamericano se mantendría con la administración de las aduanas
hasta que los prestamos fueran saldados, cosa que se lograría años más tarde
por iniciativa del Presidente Trujillo.
Algunos de esos acontecimientos que hice mención son eslabones que formaron la
cadena que llevaría a la celebración obligatoria de elecciones en el país post
Trujillo.
Junto a otras fuerzas sociales, Juan
Bosch gano esas elecciones celebradas el 20 de diciembre de ese año,
llevado de la mano del PRD, partido político que le sirvió de
instrumento para la lucha social contra la dictadura.
Al
momento de esas elecciones apenas tenía once meses de haber nacido en este
mundo, y mi mente mira ese pasado lejano, como una nube difusa en la que se
oyen voces y se ven imágenes que pasan ante mis ojos construyendo la historia
de mi país y de mi vida.
1.2. San Francisco de Macorís.
Decía
mi madre, que mis recuerdos no podían ser posible, pues le contaba cosas que
pocas veces se guardan en la memoria por la lejanía en el tiempo y la poquísima
edad.
Lo
más recóndito que puede ir mi pensamiento, al tratar de dar paso a los
recuerdos de mi infancia, es una rauda persecución que llega
a mi memoria como en una carrera de imágenes sobrepuestas e imprecisas, y no
logro determinar su procedencia. Muchas veces he pensado que son una creación
de mi mente al no encontrar mi pensamiento nada más qué recordar.
El
dolor por la salida de mi madre junto a una comadre suya, es la única escena
que recuerdo con claridad en los inicios de mi vida en este mundo, en la
que me veo dando mis temerosos primeros pasos, y en la que trato de alcanzar el
carro que la llevaría a la Vega, no muy distante, pero que la alejaría de sus
hijos por varios días.
Si algo marcó mi vida desde mis primeros
años fue esa ausencia de mi madre, pues desde entonces fui comprendiendo lo que
se esconde en el corazón de los seres humanos y lo rudo que pueden ser
cuando se deja a su libre accionar aun cuando se es muy niño. Las travesuras de
las que fuimos objeto por parte de los hijos de la comadre no se justificaban,
a menos que ellos hubiesen sido las esponjas que absolvían los malos humores de
su madre por las molestias que podíamos causarle con nuestra presencia
en aquella casa que nos habían prestado mientras mi padre no
estaba con nosotros.
La
situación de la familia que el destino me mandó tener era sumamente difícil,
pues debía contar con apenas unos meses de nacido cuando mi padre cayó preso a
causa de un dinero que perdió en un negocio de billete y quiniela de la Lotería
Nacional. Como no pudo pagar aquel dinero a réditos, le cantaron seis meses en
la cárcel de La Victoria. Tiempo después él me contaría las vicisitudes y
calamidades que padeció durante parte de aquellos seis meses que pudo librarse
de cumplir en su totalidad a causa de su deplorable estado de salud; le
dieron libertad en desahucio, pensando que moriría y lo enviaron a su
casa.
Vivíamos al lado de la comadre, compartiendo la misma casa, divididos por un
seto de madera; quedaba frente a la calle principal de aquel pueblo
polvoriento y ruinoso, en el que podía percibirse a simple vista la
angustiosa vida de su gente, en aquellas largas y tediosas jornadas del
trabajo agrícola que se iniciaba antes del alba y terminaba al
ocultarse el sol.
Una de las maldades que nos hacían los
hijos de la comadre consistía en hacer popo frente a nuestra puerta, y el
constante acoso de la casa diciéndonos que nos fuéramos, más las muecas de
desprecio cuando mis hermanos reclamaban, se clavaron en mi
corazón de forma dolorosa, tanto, que aún no logro quitar de mi
memoria todo aquello. Esos fueron momentos
que marcaron mi existencia para siempre, pues me enseñaría muy temprano lo que
se esconde detrás de las imágenes que presentan algunas personas, que en
la mayoría de los casos son más importantes que todo lo que conocemos de ellas.
Mi familia estaba compuesta de siete
personas, mi padre Antonio, mi madre América, mis hermanos Ramón y Rafael, y
mis hermanas: Ramona Soledad y María Altagracia. Debo decir que a causa de las
condiciones de la época o quizás por la pobreza extrema de
mi familia, el segundo hijo de mis padres a quien llamaban “Moreno”
murió mucho antes que yo naciera, por lo que la familia debía estar
formada por ocho personas.
La vida de soltero de mis padres antes de formar
una familia estuvo llena de grandes dificultades que sirvieron
para irles acercando el uno del otro hasta ese encuentro fortuito y
mágico que une a las parejas de por vida.
MI PADRE
Mi padre era el mayor de nueve hermanos, de una
familia de descendencia hebrea-española, de esas que se radicaron en los campos
de esta media isla y se dedicaron al cultivo de la tierra, y que más tarde
vendieron sus predios quedando en la miseria, y formando parte de aquella sociedad
de gente humilde que vivía de la siembra en pequeños huertos, o de emplearse
como peones en las fincas de los mismos a quienes las vendieron.
Una noche mi abuelo, a quien le gustaban los
tragos, golpeó a mi abuela en frente de mi padre y éste le reclamó diciéndole
que peleara con un hombre, cosa que le valió una cachetada en pleno rostro y
por la cual, mi padre tomó la decisión de marcharse de su casa, regresando años
más tarde cuando ya su madre había muerto. Nunca olvidaría aquellos infaustos días
en que tuvo que vivir de peón de fincas siendo apenas un jovenzuelo.
Le ocurrió que un día de esos, en que la peonada
descansaba de sus labores habituales, uno de la casa para quienes trabajaba,
buscaba a alguien que supiera de letras, y el único que todos los peones que
tenía algún grado de escolaridad era mi padre, pues los demás eran totalmente
analfabetas. Al parecer necesitaban a un promotor de “Ron el Caballito”, para
que difundiera el producto en toda la comarca y la región del Cibao. Ese puesto
requería de una persona con algunas cualidades que mi padre tenía: presencia
física agradable, instrucción y don de gente. Nunca
nadie podría imaginarse lo difícil que le había sido a mi padre aprender a leer
y a escribir en aquella época de dictaduras en la que lo único que el hombre
tenía asegurado era un machete “siete canales” (como él mismo decía) para
trabajar en las fincas. No fueron pocas las veces que fue recriminado por el
abuelo para que dejara de asistir a las clases que durante las noches le
impartía un señor que logró reunir algunos jóvenes alrededor suyo, quienes le
pagaban una modesta mensualidad por la docencia. Nunca le hizo caso al abuelo
quien, aunque era un hombre trabajador, también era de genio resabioso y
un bebedor consuetudinario; una réplica formada a semejanza de la política
aplicada por la dictadura, para evitar que los hombres “perdieran el tiempo” en
cosas banales ya que estaba prohibida la vagancia. Tal vez el abuelo tenía
otras razones que jamás dijo, como que esas reuniones nocturnas podían traerle
algunos problemas de índole político, pues éstas siempre atraían a algunos
mirones que podían interpretarlas como conspirativas contra el régimen,
ya que se trataba de jóvenes, con aspiraciones de alcanzar mejores condiciones
de vida, algo que para muchos parecía imposible, comenzando por sus padres que
los necesitaban para las tareas agrícolas.
Así aprendió a leer y a escribir mi padre, quien se
convertiría en un ávido lector, hábito que le serviría más adelante para alcanzar
la ilustración necesaria que le haría ser tomado en cuenta en algún momento de
su vida, y así fue.
Mi padre fue contratado como agente vendedor de ron,
puesto que para la época tenía cierta notoriedad en las zonas rurales y
empobrecidas, pues, aparte de darle la libertad que muy pocos tenían, de
recorrer todo el norte del país a caballo, convertía a quien lo ostentaba, en
una figura notable en las actividades sociales que la marca patrocinaba.
Fue así como de la noche a la mañana mi padre dio un
salto en la escala social, que lo sacó de aquel estado deplorable, haciéndolo
elevar su calidad de vida y poniéndolo ante la vista de sus antiguos
compañeros, como una persona privilegiada.
Pero dice el dicho que la suerte en casa de pobre dura
poco. Así ocurrió. La noticia de la muerte de su madre, tres días después de
ser enterrada, encontró a mi padre casi borracho, en plena celebración de las
fiestas patronales del pueblo que le correspondió visitar en ese entonces. El
efecto fue tan contundente que abandonó la fiesta en medio del más grande
de los dolores, renunciando de inmediato a su trabajo y diciéndole adiós al
ruidoso mundo en que vivió todo aquel tiempo, para no regresar jamás.
Al morir su madre, quedó una aureola de pesadez que como una
sombra, abrumaba el hogar ya incompleto, y ocurrió que a los pocos meses,
como una maldición o sortilegio extraño, se fueron apagando las vidas de
tres hermanos de mi padre, los más pequeños, muriendo uno tras otros,
quedando sólo seis, tres hembras y tres varones.
Fue así como mi padre inicio otra etapa en
su vida de errante vagabundo, que lo llevaron a ganarse la vida de muchas
maneras.
Recuerdo una anécdota de su recorrido por el Cibao,
mientras vendía cuadros de santos católicos; me dijo que había dormido muchas
veces donde le cogía la noche, que podía ser una casa abandonada, a
orillas de un río, o una cripta de un cementerio. A él no le importaba el
lugar para amanecer, pero en una ocasión no había nada a la vista para
pasar la noche, solo una vieja iglesia y estaba cerrada con candado.
Comenzaban las primeras lluvias de mayo, y la
oscuridad caía con todo su peso sobre aquellas tierras fértiles, en las que los
bosques estaban formados por frutales de todo tipo. Mi padre preveía un
diluvio, y la iglesia cerrada. Tomó el candado ente sus manos y lo movió, y
como por acto de magia se abrió, pudiendo entrar al salón, y cotejarse en
uno de sus bancos. Fue la única vez que no pudo dormir en todo su peregrinar;
los ídolos de yeso, de san Martín de Porres, el Cristo crucificado, y la Virgen
María, se veían moviendo sus cabezas, en un dialogo mudo, alumbrados por
los velones del altar de la iglesia, y los relámpagos de aquella noche
semi eterna.
Al paso del tiempo, abandonó la venta de “santos” católicos, y
comenzó a vender tela. Meses después incursionó en la venta de utensilios de
cocina, y más adelante, entro al negocio de vender billetes de lotería;
fue entonces cuando conoció a quien más adelante seria
mi madre.
MI MADRE
Si alguna vez ha existido el amor sobre la tierra, después de
Cristo, se encarnó en mi madre.
Para poder describir su vida en ese mundo lleno de dolores y
tristeza, debo hacer mención de cosas que ocurrieron, y que le afectaron
durante toda su existencia.
Por el año 1937 la dictadura inicio una política de repoblación de
la frontera, y esto contempló la erradicación de los nacionales de la otra
parte de la isla que habían ocupado de manera pacífica ese territorio, en el
que ya eran una población mayor que los locales. La historia cuenta que
miles de seres humanos fueron asesinados ferozmente a manos de la
guardia, o de sicarios sacados de las cárceles para realizar esa “labor
patriótica”. Aquello le causó muchos problemas a la imagen del dictador a
nivel internacional, pero también enraizó el racismo en este pueblo compuesto
por personas solidarias y llenas de humanidad.
Recreo aquella
situación vivida en esos tiempos porque en cierto modo afectaría indirectamente
el destino de mi familia y por lo tanto, cambiaría el curso de mi vida.
Mi abuelo materno,
hombre de tez oscura, era un campesino faldero que no tuvo decoro al
enamorar a la hija más bonita del síndico de Nagua, a quien una noche, se llevó
por una ventana, radicándose en Salcedo por alrededor de cinco años. En ese
tiempo nació su primera hija, a quien más tarde apodaría Negrita, y luego nació
su segundo hijo, a quien apodaría Negrito, por el “infortunio” de haber nacido
también de te oscura.
Cinco años se quedó mi bisabuelo esperando a quien se había
llevado la prenda más preciada de toda la familia; escopeta en manos, pasaba
horas en el parque a la entrada del pueblo esperando ver llegar al ladrón de su
hija para darle lo que se merecía por tal afrenta. Ya era algo tarde cuando
regresó el intrépido Don Juan, cinco años después; con dos hijos y
mujer en manos, parecía más un hombre digno de pena que de venganza. Ante aquel
panorama, no había nada que hacer que no fuera olvidar aquello y echarle
tierra.
Fue así como la situación económica en que
vivía mi abuelo materno, comenzó a prohijar sentimientos de repulsa en
las hermanas de la abuela, alentándola a que lo abandonara por el color de su
piel, y por la pobreza en que la tenía viviendo. Así ocurrió, mi abuela dejó al
abuelo solo, y se fue a vivir donde su familia, arrepentida del
error cometido años atrás, y también dejó a sus hijos repartidos entre la
familia del abuelo.
Mi madre fue creciendo
sin instrucción materna, ni escolar; sólo con las consejos de la tía de su
padre quien la crio y le enseñó los quehaceres y deberes de la casa, algo
nada extraño en aquel tiempo, pues la mujer campesina de entonces tenía
menos oportunidades de estudio que los varones, a causa de la lejanía en que se
hallaban las escuelas. Las pocas personas que lograron escolarizarse debían
caminar hasta quince kilómetros todos los días, sacrificio que pocos
podían mantener en una época de poco transporte. Otro inconveniente era el alto
costo de los útiles escolares, que para campesinos sumamente pobres, no había
forma de costear; quiere decir que mi madre no aprendió a leer y a escribir; mi
padre le enseñaría a firmar su nombre mucho tiempo después.