lunes, 17 de agosto de 2009

Desinstinto

Esta noche lóbrega, en que una lluvia pertinaz moja las calles de mi pueblo, la he elegido para morir. Tal vez debí esperar otro día, pero no creo que se repita en mucho tiempo esta singular escena: yo solo, truenos y relámpagos en la oscuridad inmensa, sin luna ni estrellas, las bombillas apagadas, sin electricidad; la melancolía, el silencio sólo interrumpido por los truenos; la casa abandonada, sin un hijo que me espere, y cuatro muertos que si me aguardan en el mas allá.
Por qué he tomado esta decisión de que sea justamente hoy el día para morirme? No me queda de otra. Me cansé de estar arrumbado en un rincón de la casa como un mueble viejo más; me cansé de la soledad de mi vida sin sentido, de repetir uno tras otro un trago de alcohol que ya ni me embriaga. Además, creo que no haré mucha falta, el vecino más cercano no sabe si estoy vivo o muerto; mi familia (los hermanos y sobrinos que aun quedan y que no veo desde hace siglos) vive tan lejos, que la noticia de mi muerte le llegará cuando ya mis huesos estén blancos. Entonces para que prolongar más esta agonía. Voy a hacerlo. Me mataré con el mínimo dolor que pueda sentir. Déjame ver. Me meteré en la tina llena de agua y me ahogaré. No, eso tarda mucho y creo que seria muy doloroso; tomaré los cables eléctricos y me electrocutaré. No, tampoco, ni siquiera hay electricidad en todo el pueblo; me prenderé fuego, abriré el tanque de gas, cerraré las ventanas de vidrio y prenderé un fosforo, jajajaja, volaré por las alturas cuando explote todo. Ni loco, esto me costó demasiado construirlo. Ya sé, tomaré el veneno de las ratas, es tan efectivo, que la última vez maté cuatro con poca cosa. No, tampoco, me dicen que los dolores son muy prolongados y que destruye el estomago. Podría darme un tiro, pero eso está desde ya descartado, quiero morirme, si, pero no llamar la atención de esa manera; me imagino esto lleno de gente, rompiéndolo todo, porque nada les cuesta...
No sé qué hacer... cómo lo hago.
La lluvia mengua, la tormenta pasa; truenos y centellas son cada vez menos.
Llegó la energía eléctrica, las calles se alumbraron, hasta la radio se encendió sola y rompió el silencio. Suena la puerta, alguien llega… es mi esposa, debo abrir… ahora qué hago… en qué íbamos, en el veneno de ratas, no sé donde está guardado…

Lástima, esta era la mejor noche para morir, ya tengo sesenta; una noche así no aparece de nuevo ni en veinte años.
Mejor abro la puerta, con la lluvia, la pobrecita va a coger un resfriado.


Pablo Martinez (dominicano)