lunes, 3 de septiembre de 2018
UNA COMIDA ( Relato)
La Doña era una mujer
joven de apenas unos treinta y cinco años; una rubia altiva de buen porte, que
se ganaba el respeto de quienes la conocían; el Don, que casi nunca estaba, era
un hombre que rondaba los cincuenta años, quien tenía múltiples negocios en
Suramérica que lo hacían durar largas temporadas apartado de la familia, por lo
que ya era costumbre su ausencia. Su hijastro, Iván tenia
veinticinco años de edad, y en el pueblo se le consideraba un azote
por las diabluras que realizaba cuando tomaba alcohol. La menor era su hija Cristina,
quien había cumplido los dieciocho, y se sabia de su retraso en el aprendizaje
producto de una caída al nacer.
El dinero para la familia no
era problema, los negocios del Don eran tan lucrativos, que cuando salían de
compras no pedían precio de los artículos, sin importar lo que fuera, desde
ropa de marca, un automóvil o un yate. Fue por esa razón que nunca tomaron en
cuanta la necesidad de estudiar una carrera, y realizar un oficio para ganarse
la vida, algo que veían como una ofensa a su posición económica, ya que durar
unos cinco años en la universidad era para ellos una perdida de tiempo.
En aquella mansión, la comida
era algo a lo que no le ponía atención; se desperdiciaba tanta, que se había
vuelto algo normal ver gente hurgando en sus desechos buscando todo tipo
de comestibles con los que mantenían sus animales.
Una mañana, la Doña se
dirigía fuera de la casa en su convertible rojo, y en el portón de
salida, pudo ver a un hombre, junto a otras personas buscando entre la basura.
Se sintió indignada, y se detuvo.
- Oigan, que buscan entre la basura.- preguntó-
El hombre, demacrado y andrajoso por la mala vida, se le acercó.
Na, patrona, solo bucamo algo pa ´ lo animale, y si nos sirve, pué, no
lo comemo también.- Dijo, algo temeroso.
-
No saben que no se debe hurgar en la basura,
que eso es insalubre, puede causarles una enfermedad que los puede
matar; que eso es cosa de perros, no de seres
humanos. Nunca en la vida pudiera yo comer lo que haya en la basura,
eso es degradante; eso es lo que luego le enseñan a sus hijos.- Concluyó.
El indigente la vio acelerar
despavorida, tomo sus cosas, y desapareció.
Eran apenas las ocho de la noche cuando llegó la noticia: Iván, el hijo
del patrón se había matado en un accidente. Cuentan que había estado bebiendo
todo el día, que tomó una curva muy cerrada en la motora de alto
cilindraje que conducía, y al caer sobre una roca se le abrió el cráneo,
muriendo al instante.
La muerte de Iván, causó una
conmoción en la mansión. Llamaron al celular del Don, pero se escuchaba
apagado. Siempre les decía, que si no lo ubicaban que no se preocuparan,
él volvería, que era sólo la falta de señal en el área donde
tenía las minas de esmeralda que explotaba en Venezuela hacia
años.
El funeral se realizó sin la presencia
del señor de la casa. Los empleados comentaban lo que se decía en el
pueblo; que aquella muerte fue lo mejor que le pudo pasar porque
liberó al patrón de un problema mucho mayor en el futuro. Muchos
creían que la muerte de Iván no se produciría de esa manera tan
repentina y absurda; se lo imaginaban en medio de una masacre, en la que su ego
se pondría de manifiesto, como era su costumbre cuando bebía.
El novenario tradicional en esas ocasiones
transcurrió sin la presencia del Don, y sin saberse nada de su paradero.
Pasaron tres meses desde la muerte de
Iván, y todo volvía a ser igual que antes, hasta que un día Cristina
salió al pueblo con un empleado de la casa, y no regresó. La buscaron por todos
los rincones, y se hicieron todas las investigaciones, y no hubo rastros de su
paradero; las autoridades la dieron por desaparecida.
La doña se quedó completamente sola. Sin
rastro de su marido, tras la muerte de su hijastro, y la
desaparición de su hija, creía que no tenía mas remedio que hacer un
viaje al exterior y traerse a su hermana a vivir con ella. Ese era el
pensamiento que le cruzaba por la cabeza cuando escuchó los helicópteros,
ruidos de sirenas, de vehículos que llegaron de una manera aparatosa que
hicieron que las seis hectáreas de aquella mansión, se convirtieran
en un hervidero de policías armados hasta los dientes. Pero no hubo
resistencia. La Doña logro escabullirse hasta los pasadizos
subterráneos que solo ella conocía.
La casa fue ocupada, todos los
empelados fueron arrestados para investigación. El misterio se había desvelado:
el Don estaba siendo buscado por la DEA acusado de narcotráfico, y lo estaban
cercando. Cerraron todas sus cuentas e incautaron todos sus bienes inmuebles y
demás propiedades en distintos países: apartamentos, vehículos de lujo, yates,
y montones de dinero en efectivo. La muerte de Iván no había sido un accidente,
fue provocada por un agente anti narcóticos encubierto; y Cristina había sido
detenida para dar detalles sobre la familia, y la ubicación de su
padre.
A la mañana siguiente, la Doña logró llegar a
un área alejada de la casa, y salió a la calle. No llevaba nada encima, solo la
ropa que traía puesta. Se cotejo el cabello y se amarró una bufanda de vaqueros
que recogió al salir; tomó algo del polvo de la calle y se lo pasó
por la cara, y la ropa, y caminó.
Su cabeza estaba a punto de estallar.
Sabia lo que estaba pasando; siempre supo sobre los negocios turbios de su
marido. Era tan culpable como él de todo aquello, por lo que no podía dejarse
atrapar, le esperaba de veinte a treinta años en una cárcel de
alta seguridad sin posibilidades de fianza.
Antes de adentrarse a un área
boscosa, miró a lo lejos, y observó cómo se levantaba aquella
gran mansión que era toda una joya de la arquitectura neoclásica, rodeada de gárgolas,
pérgolas y gazebos, entre una extensa jardinería bien cuidada. En
ese momento se le llenaron los ojos de lágrimas.
Entró al área boscosa, y caminó por
horas. No había probado bocado desde el día anterior, por lo que se sentía muy
débil, pero no podía parar. Llegó a la carretera; había cruzado el
bosque.
Ante ella se levantaba un hermoso
residencial donde vivían las familias adineradas de esa parte de la ciudad.
Observó unas personas hurgando entre la basura de los ricos, y se acercó.
Reconoció a alguien; era el indigente a quien le hizo reproches
frente a la casa. Había recogido algunas manzanas y plátanos maduro
de la basura. Avergonzada se acercó, tomó algo y se lo llevó a
la boca.
- Qué decía usté patrona, que no se come la basura. Tanto
tiempo detrás suyo y mire como
cae; por la boca muere el pez. Queda usted arrestada, tiene derecho
a un abogado, todo lo que diga puede ser usado en su contra.- Dijo
el agente encubierto Daniel Pérez, del departamento anti narcóticos.
Tiempo después, en una prisión de máxima
seguridad la doña negoció su salida, por lo que su sentencia de veinte años fue
reducida a prisión cumplida. Todos aquellos lujos que había tenido ya no
le hacían falta, ni le importaban; lo único que quería hacer al salir era
quedarse en un modesto restaurante, tomar asiento, y comprar una comida.
Pablo Martínez
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