Cuando
el agua le llegó hasta los tobillos fue que Ricardo se dio cuenta que tenia que
hacer algo; los organismos de socorro
habían dicho que habría algunos chubascos esporádicos, y que las fuertes lluvias que traería la
tormenta se sentirían en las áreas menos pobladas de la línea fronteriza, así que no había que temer, y que
sólo sugerían seguir sus
recomendaciones.
Aquello que estaba cayendo no era una llovizna, era un diluvio, y no tenia visos de parar en muchas horas,
por lo que Ricardo estaba atento al fenómeno, caminando de acá para allá
haciendo cualquier cosa, como levantar el zinc en algunos sitios; pero
nada valía la pena.
-
Andrea,
esto es un ciclón; coge una cubeta y vamos a sacar agua sino hay que irse.-
Decía a su mujer, al momento de disponerse a sacar agua.
-
No
hay manera, no hay donde tirarla, todo esta anegado; hay que irnos al refugio.-
Contestó la mujer, quien tomando una maleta comenzó a llenarla de las cosas mas
importantes para ella y sus dos hijas casi adolescentes..
-
Te
vas a ir tú con las muchachas; yo no voy a dejar mi casa; cuando viene a ver se
lo roban tó los malditos ladrones. Además, pa´donde vamos a coger si no se
puede salir por ahora; mejor vamos a subir las camas en bloc, y esperemos que amanezca.- Recomendó
Ricardo.
La casa era de concreto aún sin empañetar, y
sustituía la vieja edificación de madera desgastada en la que Ricardo y
Andrea residían desde que se casaron, y con la llegada de sus dos hijas
formaron un hogar. Al tiempo la cosa fue mejorando, y comprando bloques poco
a poco, fueron levantando aquella casa que techaron de zinc porque no podían
esperar mejores días.
El viento arreciaba, y se arremolinaba entre los árboles como queriendo
engullirlos hasta el cielo; a veces silbaba, y otras lanzaba unos sonidos
amenazantes como queriendo llevarse el mundo por delante entre truenos, rayos y
relámpagos. Frente al patio trasero de la casa
salió disparado el techo de un
almacén de provisiones, cayendo dentro de su patio, poniendo sus vidas en peligro.
-Estos se esta poniendo cada vez más difícil; gracias a Dios que los
bajantes de esta casa están amarrados con las barrillas, de lo contrario, hace
rato que el techo se hubiera ido volando.- Decía Ricardo para que lo oyeran
pero hablando solo.
Próximo a la entrada de la casa, un árbol de flamboyán se desplomó,
arrastrando consigo un poste de energía eléctrica, y tirando los cables de alto
voltaje al suelo, ocupando todo el espacio de entrada y salida.
-Ahora si es verdad que esto se puso feo; no se puede salir de aquí ni al colmado a
comprar velas, y gracias a Dios que se
fue la luz, porque sino, aquí tó el mundo estaría muerto.- Dijo Ricardo,
mirando que el viento y la lluvia estaban causando mayores daños.
Decidió no esperar a que llegara la energía eléctrica, y para evitar posibles problemas, con machete en manos y unos alicates, procedió a desramar el árbol caído; luego tomó
los alicates y empezó a halar el cable
roto.
-Ese es el potencial deje eso. -Se escucho una
voz que venia del vecino.
-Vecino es que no se puede esperar que llegue-
Dijo, mientras halaba el cable conductor de cincuenta y ocho mil voltios, en el
mismo momento en que todo hizo explosión porque llegó la luz.
Al día siguiente, en la funeraria
municipal todos lloraban; los deudos se
sentaron en la primera fila de las banquetas vestidos de negro; encima del
ataúd podía verse la foto enmarcada de un hombre sonriente, con toga y
birretes; debajo del vidrio transparente,
un paño blanco cubría el cuerpo
carbonizado de Ricardo.
FIN
Pablo
Martínez
Dominicano
-