El en
el origen de los astros siderales, cuando todo era oscuridad, en la extensa
inmensidad de las galaxias; Él estaba ahí. Fue testigo cuando el
poder del hacedor encendió un éter de luz, e iluminó el
universo por completo.
Él vio el primer día y la
primera noche; cuando se crearon los cielos, la tierra
y los mares; cada árbol, cada cosa, y también al ser humano. Él
estaba ahí, y los amó tanto, como a sus iguales.
Pasaron
los siglos, y sufriendo en silencio, veía destruirse a la humanidad, en las
constantes guerras entre los pueblos, causadas por el egoísmo y la ambición.
Entonces el hacedor tomó la determinación de acabar de una vez con lo que le
quitaba la paz al universo. Sólo siete se salvaron de la
tormenta, porque obedecieron.
Y no
bastó una vez. El mal regresó nuevamente, y quisieron alcanzar al creador
rompiendo fronteras. Y vino Babel, y las lenguas al mundo pusieron barreras. Y
pasaron los siglos sobre la tierra; la creación floreció, pero el propósito se
perdió en la gente.
Los
pueblos olvidaron lo que llevaban dentro, y se empeñaron en aplastar
el germen del hacedor. Las bestias humanas perdieron la razón, llenos de
lujuria y deseos.
Y tuvo que ser otra vez.
El fuego del universo los arrastro al firmamento, como partícula sin ningún
valor; limpiando los mares y el cielo, por ese momento.
El estaba ahí, sufriendo callado.
Y
los siglos pasaron. Todo había cambiado. Se erigieron dioses de barro y de
metal. El ser humano se convirtió en un pedazo de carne, sin amor, y
sin luz en su corazón. Se hizo esclavo de sus iguales, por la fuerza y la
opresión. El odio los dividió y hubo guerras, y más guerras, y guerras…Y Él
estaba ahí, sufriendo callado.
Y
cuando el caos fue mayor que en todos los tiempos, viviendo en las sombras, los
seres de luz pidieron compasión y piedad para la humanidad que
sufría en silencio. Sus voces se escucharon en el universo.
Llegaron
la indecisión, y la duda, de qué hacer para no hacerlos
perecer a todos a un tiempo.
- A quien enviaré. - El
creador preguntó-
-Envíame a mí, yo por ti estaré y los
salvaré, y si es preciso, por ellos moriré.- Él por fin habló... el
hijo de Dios.
Y vino
el salvador, sin mirar los rostros, solo el corazón. Y les hizo recordar lo que
habían olvidado: que eran Ángeles encarnados como seres humanos; que
la misión era llevar amor sobre toda la
tierra, a toda la creación… y no lo entendieron. Habían olvidado de
donde vinieron.
Y
la maldad de los hombres creció, y con saña lo destruyó todo, sin compasión, y sin
pedir perdón; con violencia y felonía.
Él estaba ahí; en medio de la gente, sufriendo en su carne el dolor que
no conocía. Y padeció por todos los seres que amó por igual, con la inmensidad
de su corazón… y murió por todos…el hijo de Dios. Y resucitó. Y desapareció,
diciendo yo vuelvo.
Y
el tiempo pasó; mil años y mil años. Y Su ejemplo
aún vive, su fe engrandeció a aquellos que amó desde el principio de
la creación. Muchos lo esperaban, otros no creían. Y llegó el día.
Las
huestes celestiales abrieron los portales del universo. Las arcas aladas se
llenaron primero con los que creyeron. Para los que sintieron amor
en su corazón se abrieron las puertas de las arcas, y fueron
transportados en un rayo de luz al interior. Mientras el caos reinaba en los
que no comprendieron que el propósito de la creación era solo dar amor.
Ya
no hubo tiempo; la humanidad que no creyó, en un repentino
resplandor, se volvió cenizas, y desapareció.
Pablo Martínez
Dominicano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario