José era un hombre bueno, y su misericordia para todos los seres vivos
se evidenciaba en que dejó de comer carne cuando tuvo uso de razón al ver la forma en que mataban a
los cerdos en tiempo de navidad; los palos en la cabeza y las puñaladas que le
propinaban era más que suficiente para
sentir una lástima tan grande que abrazó el vegetarianismo como forma de vida.
Algo que José anhelaba, y de la
que nunca hablaba, era la de morir como
su abuela, mujer dócil y amorosa que un
día se quedó dormida para siempre faltando un día para cumplir los ciento
quince años. Por esa razón buscó la manera más sana de alimentarse; eliminó los
enlatados, embutidos y conservas de todo tipo, porque su abuela siempre decía
que los animales herbívoros, si no los matan se mueren de viejos.
Tanta fue la dedicación que tuvo José a su vida vegetariana, que tenia
el patio de su casa sembrado de árboles frutales, bajo los cuales se extasiaba
en tiempo de cosecha. Nunca tuvo deseos de probar un guisado de carne de ningún tipo, pues para él la carne dejó de
existir como alimento, por eso se
preocupaba por mantener la nevera
repleta de frutas y vegetales, y la alacena llena de los distintos
comestibles libres de toxinas.
En la ciudad vivía su familia, a la que veía los fines de semana, pues
su determinación de vivir junto a la naturaleza representó tener que hacer
algunos sacrificios, y uno de esos fue
el tener que dejar sus hijos que estudiaban en la universidad, y su mujer que
trabajaba en un banco, para así mudarse
en un área rural de la periferia, y por tanto más adecuado para su forma de vida.
Así vivía José, entregado a una
vida sana, casi religiosa; integrado a la naturaleza plena, en una existencia
sin ningún tipo de temores.
El amor a los animales le fue llegando casi por instinto, y a José se le ocurrió empezar a criar
diferentes especies; comenzó criando polluelos en un corral, a los que al crecer soltaba en su propiedad, luego pavos y patos; más tarde compró algunos becerros.
Fue
por casualidad que se le ocurrió comprar lo que parecía eran dos iguanas
silvestres el día en que pasaron promoviendo animales exóticos frente a su
casa; las vio dentro de una nasa de
pesca, y le gustó la idea de tenerlas pululando en sus predios; las compró, y
las puso en una cerca hasta que se
acostumbraran al ambiente y así poder
soltarlas. Pasaron algunos meses, y José tuvo que fortalecer la cerca, pues lo
que creía que eran dos iguanas, habían
crecido más de un metro de longitud.
Al
pasar algunos años, ya José tenía una pequeña granja con la multiplicación de
las especies que había iniciado, y con más razón, por el hecho de que no
mataba ni vendía sus animales;
las iguanas, resultaron ser una pareja de cocodrilos a los que tuvo que
hacerles una laguna en un estanque de cemento para llevarlo lo mas posible al
ambiente que les correspondía. Lo más curioso de todo, era que José no les
echaba ningún tipo de carne a sus animales;
a todos los ajustaba a sus propios hábitos de vida, por lo que tenían que ser vegetarianos, o morir de hambre.
La
vida de José transcurrió en tranquilidad y sosiego; sus hijos se casaron y de
vez en cuando se le aparecían en la granja, por lo que se sentía en armonía con
la naturaleza.
Los
cocodrilos se habían multiplicado, y la laguna le estaba resultando pequeña a
tantos reptiles; mantenerlos tantos años comiendo vegetales les hizo
desarrollar un hambre inusitada, pero nunca se les dio carne de comer. Para echarles la comida a los cocodrilos, José había inventado una
especie de muelle de madera, de unos dos metros de altura en forma de escalera,
por la que subía todos los días
arrastrando sus sacos de vegetales traídos de los mercados del área.
Fue
un lunes que ocurrió, José no se había dado cuenta lo podrida que estaba la
madera de aquel anden, y ante un movimiento inesperado resbaló cayendo
dentro de la laguna.
José no fue a casa de su familia
esa semana; los hijos fueron a la granja y no lo hallaron, por lo que la
policía tuvo que intervenir en su búsqueda. No había rastro de él.
Tiempo después los cocodrilos fueron trasladados a un zoológico, y hubo
que desaguar el estanque de la laguna; allí encontraron un par de botas, los
trapos de una camisa, un pantalón de hombre, y la osamenta de un ser humano; al hacer
los análisis determinaron que aquellos restos eran de José.
En
su nuevo hábitat los empleados del zoológico no salían de la sorpresa; les
habían dicho que los cocodrilos eran muy particulares porque todos eran vegetarianos; a la hora de alimentarlos
pudieron darse cuenta que a ninguno de los reptiles les gustaban los vegetales, y que sólo comían carne.
FIN
Pablo Martínez
Dominicano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario