lunes, 17 de septiembre de 2018

VEGETARIANOS (Cuento)


          José era un hombre bueno, y su misericordia para todos los seres vivos se evidenciaba en que dejó de comer carne cuando tuvo uso de razón  al ver la forma en que mataban a los cerdos en tiempo de navidad; los palos en la cabeza y las puñaladas que le propinaban era  más que suficiente para sentir una lástima tan grande que abrazó el vegetarianismo como forma de vida.
       Algo que José  anhelaba, y de la que nunca hablaba, era la de  morir como su abuela,  mujer dócil y amorosa que un día se quedó dormida para siempre faltando un día para cumplir los ciento quince años. Por esa razón buscó la manera más sana de alimentarse; eliminó los enlatados, embutidos y conservas de todo tipo, porque su abuela siempre decía que los animales herbívoros, si no los matan se mueren de viejos.
       Tanta fue la dedicación que tuvo José a su vida vegetariana, que tenia el patio de su casa sembrado de árboles frutales, bajo los cuales se extasiaba en tiempo de cosecha. Nunca tuvo deseos de probar un guisado de carne de  ningún tipo, pues para él la carne dejó de existir como alimento, por eso se  preocupaba por mantener la nevera  repleta de frutas y vegetales, y la alacena llena de los distintos comestibles libres de toxinas.
            En la ciudad vivía su familia, a la que veía los fines de semana, pues su determinación de vivir junto a la naturaleza representó tener que hacer algunos  sacrificios, y uno de esos fue el tener que dejar sus hijos que estudiaban en la universidad, y su mujer que trabajaba en un banco,  para así mudarse en un área rural de  la periferia, y por tanto más adecuado para su forma de vida.
           Así vivía José, entregado a  una vida sana, casi religiosa; integrado a la naturaleza plena, en una existencia sin ningún tipo de temores.
          El amor a los animales le fue llegando casi  por instinto, y  a José se le ocurrió empezar a criar diferentes especies; comenzó  criando polluelos en un corral, a los que al crecer soltaba en su propiedad,  luego pavos y patos; más tarde compró algunos becerros.
      Fue por casualidad que se le ocurrió comprar lo que parecía eran dos iguanas silvestres el día en que pasaron promoviendo animales exóticos frente a su casa; las vio  dentro de una nasa de pesca, y le gustó la idea de tenerlas pululando en sus predios; las compró, y las puso en una cerca  hasta que se acostumbraran al ambiente y así  poder soltarlas. Pasaron algunos meses, y José tuvo que fortalecer la cerca, pues lo que creía que eran dos iguanas,  habían crecido más de un metro de longitud.
      Al pasar algunos años, ya José tenía una pequeña granja con la multiplicación de las especies que había iniciado, y con más razón,  por el hecho de que  no  mataba ni  vendía sus animales; las iguanas, resultaron ser una pareja de cocodrilos a los que tuvo que hacerles una laguna en un estanque de cemento para llevarlo lo mas posible al ambiente que les correspondía. Lo más curioso de todo, era que José no les echaba ningún tipo de carne a sus animales;  a todos los ajustaba  a sus propios  hábitos de vida, por lo que tenían que ser vegetarianos, o morir de hambre.
     La vida de José transcurrió en tranquilidad y sosiego; sus hijos se casaron y de vez en cuando se le aparecían en la granja, por lo que se sentía en armonía con la naturaleza.
      Los cocodrilos se habían multiplicado, y la laguna le estaba resultando pequeña a tantos reptiles; mantenerlos tantos años comiendo vegetales les hizo desarrollar un hambre inusitada, pero nunca se les dio  carne de comer.     Para echarles la comida  a los cocodrilos, José había inventado una especie de muelle de madera, de unos dos metros de altura en forma de escalera, por la que  subía todos los días arrastrando sus sacos de vegetales traídos de los mercados del área.
     Fue un lunes que ocurrió, José no se había dado cuenta lo podrida que estaba la madera de aquel anden, y ante un movimiento inesperado resbaló cayendo dentro  de la laguna.
      José  no fue a casa de su familia esa semana; los hijos fueron a la granja y no lo hallaron, por lo que la policía tuvo que intervenir en su búsqueda. No había rastro de él. 
     Tiempo después los cocodrilos fueron trasladados a un zoológico, y hubo que desaguar el estanque de la laguna;  allí encontraron un par de botas, los trapos de una camisa, un pantalón de hombre, y  la osamenta de un ser  humano; al hacer los análisis determinaron que aquellos restos eran de José.
      En su nuevo hábitat los empleados del zoológico no salían de la sorpresa; les habían dicho que los  cocodrilos  eran muy particulares porque todos eran  vegetarianos; a la hora de alimentarlos pudieron darse cuenta que a ninguno de los reptiles  les gustaban los  vegetales, y que sólo comían carne.

  


FIN


Pablo Martínez
Dominicano.

     
      
    
       

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