martes, 7 de mayo de 2013

DICEN


Homenaje a José Saúl Rodríguez B 

Soy sólo un ser que va en pos de la poesía y las estrellas así sea un imposible el alcanzarlas...

Mi presentación son sólo unos versos que no me definen a mi sino a mi mente divagante y taciturna, espero hallar en esta página caminantes que tampoco hayan podido alcanzar sus sueños...

Dicen que mi locura es inocente,
pero me siento cruel y peligroso.
El néctar bebo de la flor silvestre
y de la hermosa rosa soy esposo.

Busco la libertad en las estrellas
y en las alturas del gorrión precioso.
Me gustar andar las playas más desiertas
y ver al mar que igual a mi está solo.

Muy peligroso soy mato las horas
con la ternura de mis tristes versos.
Soy cruel, dibujo miles de palomas
y las libero hacia el azul del cielo.

Dicen que no estoy loco, mas me encanta
hablar a solas y soñar despierto,
me enamoro muy fácil con el alma,
y más fácil olvido con el cuerpo.

Mi realidad no sé, es el refugiarme
acá en mi corazón días y siglos,
la multitud me aterra y es el mundo
para mi vano, insípido y baldío.

Dicen que no estoy loco, mas mis pasos
no sé hacia donde llevan mi cerebro.
Mis ojos ven mejor si están cerrados
y la voz sólo escucho del silencio.


José Saúl Rodríguez B (josepoeta1)
            (loscuentos.net)       



domingo, 5 de mayo de 2013

EL ÚLTIMO DE LA FILA (Relato)

       La playa estaba sin bañistas ese lunes por la mañana. Los lugares de estadía se veían desde lejos como adornos multicolores a lo largo del desierto de arenas blanquecinas, y la hilera de sillas desplegables semejaban fichas de dominó colocadas boca abajo.

Desde el pequeño puerto, entre las olas, podía verse los hoteles y los diferentes negocios bordeando el  lecho  marino, entre  cocoteros y canas  secas.

Llegó con un  bulto  transparente, semejante a una  funda  plástica gruesa, que dejaba  ver parte de lo que  contenía: una  toalla amarilla, un  pantalón de fuerte  azul desteñido, una  blusa verde de algodón, un  frasco de crema para  la piel, y  un monedero  azul  claro en forma de carterín.
Cuando  desplayó  sobre  la  arena sus carnes  de hembra apetecible, no  tardó  en  llamar  la  atención de los que  frecuentaban  el  lugar cada día en busca de pescar algunos dólares con los  turistas  de   paso. Es que era   bella, y ella lo sabía.
A pesar de su  evidente sobrepeso, que no  hacía  más que  resaltar  sus aparentes dotes de insaciable perra sexual, se adivinaba  todo  por las facciones de  su  cara; sus ojos de mirar malévolo y  provocador; sus labios  rojos y carnosos; su pelo negro, de asiática  herencia; el  tono de  su piel semi bronceado, y  con un aroma exquisito a perfume costoso. Y su cuerpo... no, su  cuerpazo ataviado sólo con unas  tangas rosadas de florecillas rojas y  brillantes, en el que no  había un solo detalle  que no  llamara a poseerla despiadadamente.
El vendedor de mariscos se dio cuenta de inmediato. Se le arrebataron las hormonas  mucho antes de verla. Su aroma   le  había  llegado de antemano,  como por un  instinto animalesco y  vulgar. Recordó que se  había  ido en  blanco  la  noche anterior, y  pensó  que  era  el  ron de caña fermentada el  causante de aquellas reacciones diabólicas que le erizaba  todo el  cuerpo.Se  le  fue acercando despacito, buscando que no se diera cuenta de su presencia invasora, pero no pudo, ella sintió  su mirada de perro realengo tragándosela por los ojos.
¿Qué quieres? - Preguntó de manera  brusca-.
-Nada, pasaba por aquí vendiendo mariscos- contestó el vendedor, algo nervioso.
-Pues no  te quedes  parado  y  déjame  ver que tienes ahí que me  guste,  tengo un hambre terrible- dijo  resuelta  la  mujer.

El vendedor se inclinó ante ella, mostrando   la  bandeja con su oferta de mariscos. Al ver los senos desnudos  de aquella voluptuosa mujer tan próximos, no   pudo  contener la lujuria  que le brotó de sus ojos ante tal  escena.
-Mira, deja  tu  nerviosismo, y déjame  ver  qué desayuno, que ayer me acosté tarde y  no  cené gran  cosa.  ¿Es que  tú nunca  ha  visto  una  mujer "encuera" en la playa?- le  reclamó  sin miramientos al vendedor.
-No tan…buena como…- le contestó turbado y algo  atrevido.
Tomó los preparados de mariscos de la bandeja y  comenzó a llevárselos a la  boca, mientras degustaba con  deleite  su  sabor con  sazón  criollo.

El vendedor la miraba con desfachatez en ese momento  casi íntimo en  que estaba justo  a  su  lado. – ¿Usted es de por aquí?- preguntó, mientras  la veía  probar un  bocado de  tentáculos de calamar.
-No, pero estoy  trabajando hace   unos  días por aquí cerca, en  Casa Pancho- contestó, al momento en que el vendedor desorbitaba sus ojos y abría la  boca al oír aquello.
Ocurría que Casa Pancho, era una reconocida  Casa de Citas a la cual acostumbraban a ir los  parroquianos  del lugar más acaudalados, así como turistas extranjeros en busca de placer.
-Por lo que  veo debe  irte  bien, eres   una mujer muy  linda y llamativa- dijo, ya  metido en  confianza.
-No me quejo. Soy  una  de las  que más gana  entre  todas las  muchachas- le dijo, al tiempo que  volvía  a degustar   otro  bocado, ahora  de camarones.
- ¿Y es  muy  complicado el  trabajo?- preguntó el  vendedor con algo de sarcasmo.
-Si supieras que disfruto  mi  trabajo. Todo lo que  hago  lo hago porque  me  gusta, y todavía no he tenido un solo cliente que se queje  de mis "servicios"- contesto con desfachatez.
-¿Y se puede saber a cuantos clientes atiendes en una noche? peguntó atrevido el vendedor.
- No a muchos. En lo que  llevo  no he  pasado de cinco, pero si aparecieran, te aseguro que puedo atender a más de quince; pudieran ser unos veinte, pero uno a  uno, eso  sí. - contestó con seguridad.
-¿Y cuanto  te pagan esos clientes?- preguntó nueva vez, con un  tono lleno de alevosía, mientras los diablillos de la codicia comenzaban a remolinarse a  su alrededor.
- A mi no me  pagan los clientes; ellos le pagan a la caja tres mil pesos por salida, y a mí  me tocan quinientos pesos de esos- dijo.
-Mira... ¿que sólo te  dan quinientos, y el resto se los queda el dueño del negocio?- preguntó sorprendido el vendedor, mientras incubaba una idea maligna salida del averno.
-Así mismo es. Pero no creas, también me hacen mis  regalitos de vez en cuando; los clientes son muy  bondadosos conmigo- concluyó.

- Oye, no sé qué piensas, pero yo  creo  que  una  mujer como tu puede pedir por esa  boca, y no  hay hombre que  no le de todo lo que quiera. Mejor ponte a trabajar  por tu cuenta y  tú vas a ver que te vas a hacer millonaria.- dijo el vendedor, mientras un hedor a azufre envolvía el ambiente.
-Eso es muy difícil. Imagínate si alguien quiere hacerle daño a  una, no sabría  como defenderme. Eso sería lo mejor, pero no es seguro.-dijo.
- Te voy a proponer un trato, a ver qué me dices, sí.-  Preguntó el vendedor, con su idea  ya terminada.
- ¿De qué trato es que me hablas? Mejor déjame desayunar tranquila y no hagas planes conmigo.- contestó simulando algo de molestia.
-Es un plan que tengo, mujer. Tú dijiste que puedes estar  hasta con veinte si es uno a  uno. ¿Fue eso que me dijiste, verdad?- preguntó  nueva vez.
-Si eso dije, y es la pura  verdad, pero eso a  ti  no  te  importa.- dijo.
-Pues mira, con mi plan no  vas  a tener que darle  ni  un  solo centavo a nadie de esa gente, y todo lo que consigas  será para ti; eso sí, a  mi que te  voy   ayudar debes  darme  algo para los fines de semana.
-Habla  a ver- Inquirió.
-Tú ves esa enramada de al lado?, pues sólo tienes que acostarte ahí adentro, que las pencas te tapan, y  déjame  el resto a  mi.- le dijo, al tiempo que la ayudaba a levantarse, totalmente dispuesta a  someterse a la voluntad del vendedor.
El ambiente empezó a  ponerse extraño, y la  mañana se nubló de cúmulos negros, cubriendo el sol.
Desde lejos, podía  verse la hilera de gente que se  fue formando frente a la  enramada.
Llegaron vendedores ambulantes, camareros, turistas trasnochados; llegaron hasta en motores de  las comunidades  cercanas. Todos dispuestos a no perderse la oportunidad de participar en aquella excitante sesión pornográfica.
La lujuria los  envolvió  por completo, y las escenas de pasión  se fueron repitiendo uno a  uno, tal  como habían  dicho. La  fila  se fue extendiendo, llegando a más de veinticinco almas las perdidas en el  infierno.
La  mujer no fue  vista jamás después de ese día. Preguntaron por ella en  la  Casa de  Citas; nadie la conocía. Durante un año completo, el  vendedor  no dejó de  pasar por el  lugar con la esperanza de volver a  verla, hasta que  casi se olvidó de ella.
En el pueblo, una rara enfermedad estaba haciendo estragos, mientras hombres y mujeres morían sin encontrar una  cura  para aquel mal.
Enflaquecido, el vendedor empezó a contar los conocidos por él, y que  habían muerto de forma semejante. - Déjame ver: Papito, el Camarero; Santiago, el Cocinero; Bartolo, el Motorista; Andrés, el pescador... ¡coñooooooo!- exclamó al darse cuenta que los que habían muerto tenían algo en común; todos  habían sido parte de la fila, y él era  el último.


FIN