El mar estaba quieto. Los veleros se apiñaban
uno al lado del otro, y daba la impresión de
que no iban a caber, por lo que algunos de ellos debían ser sacados del
agua antes de la tormenta. Nadie hubiera
sospechado siquiera, de no existir los pronósticos del tiempo, que aquella
tranquilidad pudiera cambiar de un momento a otro.
Mireya
observaba el firmamento desde el balcón de aquel hotel, donde esperaba a que su
prometido terminara de amarrar el velero, para tratar de contrarrestar los fuertes oleajes de
la tormenta anunciada.
Se
sentó un momento a soñar despierta, donde se veía haciendo de esposa amada, en un futuro
cercano, en el que la suerte le sonreía,
y, agradecida, levantaba los brazos al cielo dando gracias por su felicidad.
Porque
quería ser feliz, decidió esperar paciente al hombre que la vida le tenía
reservado para ella. Recordó aquella noche, en el aeropuerto. El hijo del presidente
de una de las mayores empresas petroleras
de medio oriente estaba de transito, en un vuelo que salio de Miami, haciendo escala en el país, donde tomaría
otro avión con destino a Caracas.
Ella trabajaba en protocolo de la línea aérea,
que por un error, realizó una sobre venta de pasajes perjudicándole, por lo que
la enviaron a resolver el percance. Se encargo de su hospedaje en un hotel cercano, y de los trámites
necesarios para que pudiera partir al día
siguiente. La contrariedad afecto tanto al pasajero, que fue necesario
acompañarlo hasta el hotel donde cenaría y pasaría la noche. Así se conocieron. Esa noche, la aerolínea le permitió
acompañarlo a cenar y compartir unos momentos hasta que se calmara y de allí
irse a su casa. Así nació una hermosa relación
que mantuvieron durante meses a través
de las redes sociales, hasta el momento
en que se le apareció en el mismo aeropuerto pidiéndola en matrimonio. Esa era
la primera salida como prometidos que realizaban, y su primera vez a bordo de
un velero recorriendo el caribe.
El
amor los hizo olvidar la temporada de huracanes que azota al Atlántico a
mediados de cada año, y como prevención, los hicieron arribar hasta aquel complejo
turístico frente al puerto donde atracaron.
El
ruido la despertó. El viento silbaba entre
los ventanales, y los cocoteros se mecían como en un baile de tambores
tropicales. Le entro una llamada de su prometido, donde le decía que no quiso
despertarla, y que estaba en el bar. Fue
en ese momento que ocurrió. El techo de madera de aquel hotel se desplomo estrepitosamente,
por la violenta caída de un enorme cotero,
arrastrando a Mireya, con los escombros, hiriéndola de muerte, y robándole sus
sueños para siempre.
A la mañana siguiente, los organismos de
socorro llegaron al lugar, y recogieron el cadáver de la única victima del fenómeno
atmosférico. Desde la ambulancia, podía
verse el velero destruido, y en el mástil,
un hermoso trozo de vela roja inflada por el viento.
FIN
©Pablo
Martínez
Dominicano
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