Andrés, llegó a la casa cuando su
compadre Juan, se preparaba para irse al trabajo. Traía en una funda unos
chocolates, y se la dio a su comadre, como habituaba.
Al
irse Juan, su hijo Juancito y su mujer se quedaban solos, y como es natural, si
el hijo se iba a jugar o hacer mandados, ella se quedaba completamente sola,
sin vecinos cerca, ya que vivían a casi
un kilómetro de distancia del pueblo, protegidos por una cerca de alambre y
árboles de Nim, que los aislaba aun mas del resto de la gente. Juancito, vio
lo difícil que le fue a su padre despedirse
esa tarde, y no disfrutar de la presencia de su amigo; porque si a alguien quería su padre, ese era a Andrés, un hombre de su absoluta confianza, por
quien sentía tanta consideración y respeto, que fue en el único en quien pensó para que fuera su compadre
a la hora de bautizar a su primer y único hijo.
Juan se despidió de su compadre Andrés, lamentando no poder quedarse a tomarse el café
que su mujer acostumbraba prepararle
cuando llegaba a la casa.
Al irse su padre, Juancito miró a su
padrino seguir a su madre hasta la cocina, y hablar entre ellos. Su madre llego
con quince centavos, y se los puso en las manos.
- Vete al colmado y tráeme un sobre de café
y el resto de azúcar, y pasa por donde
la costurera para que me envíe el vestido que mande arreglar que ya esta pago-.
Le dijo.
Pero Juancito puso cara de enojo, y se negó a salir, recibiéndole de su madre cuatro
chancletazos por las nalgas. Dando gritos, y haciendo berrinches, se fue de la
casa fingiendo que saldría al mandado y lo que hizo fue ponerse a dar vueltas
en el patio. No
era la primera vez que notaba que entre su madre, y su padrino estaba pasando algo raro, pues siempre que este llegaba, si no estaba su
padre, lo mandaban al pueblo a comprar
algo.
Se
asomó a la puerta, y miró para donde los había dejado sentados, y no estaban. Escucho
algunos sonidos provenientes de la habitación que tenia la puerta cerrada por dentro. En ese momento estaba
resuelto a descubrir lo que estaba pasando entre su madre y su padrino, y
delatarlos con su padre pasara lo que pasara. Recordó que había una manera de tener acceso a la habitación; así que dio la vuelta
por detrás de la casa, se subió por las
paredes del baño hasta el techo de cinz,
donde precisamente faltaba media plancha, algo que fue dejado adrede para tener
luz natural. Allí penetro sigilosamente, y pudo verlos acostados en la misma
cama en que todos días su madre dormía con
su padre.
Fue así que decidió esperar la hora en que su
padre llegara del trabajo para contarle todo. Salio al pueblo, y se
demoro, hasta que su padre se le
apareció buscándolo en la plaza pública, casi a las diez de la noche. Esa noche
no durmió; aun le dolía el jalón de
orejas que le dio su padre cuando se lo llevo casi arrastrando.
A la mañana siguiente, el ambiente se sentía
pesado. Juancito no podía verle la cara a su madre, por quien había empezado a sentir cierto desprecio, así que aprovechó
que su padre podaba una mata de naranja en el patio, para acercarse y contarle
todo lo que había visto el día anterior, y que había sido la causa de su
desobediencia.
Si el día anterior, creyó que había sido el peor de su vida, Juancito se
había equivocado; porque después de escucharlo, su padre lo agarro con una
correa por la parte de la hebilla, y le dio una descomunal golpiza que no
olvidaría nunca.
-Como tu vas a decir eso de tu mamá que es una santa, y de mi compadre que es un hombre de respeto, muchacho del demonio- Le decía, mientras lo azotaba con violencia.
-Como tu vas a decir eso de tu mamá que es una santa, y de mi compadre que es un hombre de respeto, muchacho del demonio- Le decía, mientras lo azotaba con violencia.
El
tiempo quedó atrás. El pastor Juancito, recordaba con tristeza aquel terrible
episodio de su vida. Juan, a quien creía su padre, había muerto hacia años, y en ese preciso momento regresaba del
funeral de su padrino Andrés. Antes de salir,
se encontró con su madre a quien no veía desde aquella ocasión. En forma
de disculpa por aquel hecho del pasado,
su madre le confesó una sorprendente noticia: su padrino Andrés, no era solo su
padrino, era su padre biológico, y Juan, su padre de crianza, siempre lo supo.
FIN
Pablo Martínez
Dominicano
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