Cuando Manengo se
puso viejo le perdió amor a la vida; pensaba que ya estaba bueno de pasar trabajo, que un
hombre después de los setenta lo único que quiere es descansar, y no tener que
levantase de madrugadas a limpiar patios para poder conseguir con qué llevarse
algo a la boca. Siempre pensaba lo mismo, por lo que la idea de irse para el
otro lado se le había convertido en una obsesión; era lo único que quería en la vida: morirse.
Ya era prima noche
cuando llegó a su rancho, con su saco a cuesta, donde llevaba la mocha de
desyerbo, y alguna ropa vieja de su uso.
Esa noche oró a la
muerte con mayor fervor que nunca; le
decía que mirara los pesares de su vida solitaria; su lucha de cada día tan
solo para comer, y que su vida ya no tenia sentido. Después de la oración, se enderezo adolorido
de su camastro chamuscado y mal oliente,
y sintió más que nunca el peso de los años. Una lámpara de de gas
kerosén, mal alumbraba el cuartucho, único hogar que podía tener, y que
estaba enclavado casi en medio del
bosque. Se dirigió a la mesita junto al
fogón que le servia de cocina, y tomó la
lata de salsa de tomate que usaba para beber y le echó agua. Cuando iba a
llevársela a la boca, escucho una voz que lo llamaba. –
Manengo…Manengo…Manengo. – ¿Quien anda ahí?-
pregunto sorprendido por la hora, mientras buscaba su mocha dentro del
saco. - ¿Qué estas buscando viejo Manengo?¿tienes miedo? El hombre que quiere
morir no teme a nada. Tanto que hablas conmigo, y ahora no me conoces- . Al
terminar esas palabras ahí mismo se le apareció la muerte. Era ella, si, la
misma que le habían contado; con su guadaña en las manos, afilada y puntiaguda;
vestida de ropaje negro, y una túnica del mismo color que le cubría el rostro.-
¿Ya venite a bucame? Toy preparao pa´ ime
a la hora que quiera. Bendíceme con tu sagrado propósito, y llévame de una
ve.- dijo el viejo. – No te desesperes,
que todo tiene su tiempo, y a todos les llegara la hora.- dijo la muerte, mientras
sacaba algo de su ropaje,- Sabes lo que es esto, Manengo?- Preguntó la muerte. –Eso
e´ un reló- Le contestó. –Si, un reloj
para marcar el tiempo que le queda de vida a los seres humanos sobre la tierra,
y a ti te tocara, el día que veas sus manecillas marcando la media noche,
Tómalo, me lo devolverás cuando vuelva a buscarte,- Dijo la muerte, pesándole
el reloj, al momento de esfumarse.
Esa noche, el viejo
Manengo se quedó mirando el reloj, esperando la media noche, pero el sueño lo venció,
y no se dio cuenta cuando se quedó dormido.
Al amanecer se levanto
más temprano que de costumbre, se metió las manos en el bolsillo, y ahí estaba,
el mismo reloj, por lo que no había sido
un sueño lo ocurrido. Ese día realizo su faena acostumbrada, visitando a las
casas con jardines enyerbados, para
ofrecerle sus servicios de chapeador, oficio del que vivía después que tuvo que
dejar la albañilería a causa de los años.
A la hora de acostarse, Manengo tomaba el reloj en sus manos, y
esperaba paciente que las manecillas llegaran a la media noche, pero el sueño siempre
lo vencía.
Pasó el tiempo y
Manengo seguía con su afanosa y apesadumbrada vida; ya había perdido la costumbre de mirar
el reloj, y la esperanza de descansar en paz, tal y como era su deseo. Esa
noche sintió que ya era tarde, y se dispuso a dormir; se tiro en su camastro de
madera viejo, y se acomodo lo más que pudo.
Sintió que algo le molestaba entre las sabanas, y era el reloj; lo tomo entre las manos, y miró las
manecillas cercanas a la media noche y lentamente cerró los ojos hasta que casi se queda
dormido, cuando oyó su nombre.
- Manengo…Manengo…Manengo.. ¿Ya me has olvidado, tanto que me
has buscado, y ahora soy una extraña para ti?-
Preguntó la muerte.
- Tú no tiene piedá de mi, tanta gente que te lleva sin pedite, y yo que toy padeciendo,
sigo viviendo eta vida como un catigo de
Dio; ya no creo en naiden - dijo.
La muerte se acerco al
lecho, y le hablo casi con ternura.
–
Viejo
Manengo, ¿no te dije ya que todo tiene su tiempo, y a todos les llega la hora? Has
visto el reloj?- pregunto la muerte.
-
¿Que
si lo é vito? Ya peldi la cuenta - dijo.
-
¿Que
hora es Manengo?- volvió a preguntar la muerte.
El Viejo Manengo, volvió a tomar el reloj en
sus manos, y a duras penas reconoció las manecillas del reloj marcabndo la
media noche.
-
Ya
son las doce, y sigo vivo- dijo.
- Manengo… Mannego…Manengo…qué viejo mas difícil.
¿Recuerdas lo que ibas hacer cuando viniera a buscarte; ya no te sirve, devuélveme el reloj.
-
FIN
©Pablo Martínez
Dominicano
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