viernes, 24 de agosto de 2018

EL RELOJ DE LA MUERTE (Cuento)




        Cuando Manengo se puso viejo le perdió amor a la vida; pensaba que  ya estaba bueno de pasar trabajo, que un hombre después de los setenta lo único que quiere es descansar, y no tener que levantase de madrugadas a limpiar patios para poder conseguir con qué llevarse algo a la boca. Siempre pensaba lo mismo, por lo que la idea de irse para el otro lado se le había convertido en una obsesión; era  lo único que quería en la vida: morirse.
        Ya era prima noche cuando llegó a su rancho, con su saco a cuesta, donde llevaba la mocha de desyerbo, y alguna ropa vieja de su uso.
        Esa noche oró a la muerte con mayor fervor que nunca; le  decía que mirara los pesares de su vida solitaria; su lucha de cada día tan solo para comer, y que su vida ya no tenia sentido.  Después de la oración, se enderezo adolorido de su camastro chamuscado y mal oliente,  y sintió más que nunca el peso de los años. Una lámpara de de gas kerosén, mal alumbraba el cuartucho, único hogar que podía tener, y que estaba  enclavado casi en medio del bosque.   Se dirigió a la mesita junto al fogón que le servia de cocina, y  tomó la lata de salsa de tomate que usaba para beber y le echó agua. Cuando iba a llevársela a la boca, escucho una voz que lo llamaba. – Manengo…Manengo…Manengo. – ¿Quien anda ahí?-  pregunto sorprendido por la hora, mientras buscaba su mocha dentro del saco. - ¿Qué estas buscando viejo Manengo?¿tienes miedo? El hombre que quiere morir no teme a nada. Tanto que hablas conmigo, y ahora no me conoces- . Al terminar esas palabras ahí mismo se le apareció la muerte. Era ella, si, la misma que le habían contado; con su guadaña en las manos, afilada y puntiaguda; vestida de ropaje negro, y una túnica del mismo color que le cubría el rostro.- ¿Ya venite a bucame? Toy preparao pa´  ime a la hora que quiera. Bendíceme con tu sagrado propósito, y llévame de una ve.-  dijo el viejo. – No te desesperes, que todo tiene su tiempo, y a todos les llegara la hora.- dijo la muerte, mientras sacaba algo de su ropaje,- Sabes lo que es esto, Manengo?- Preguntó la muerte. –Eso e´ un reló-  Le contestó. –Si, un reloj para marcar el tiempo que le queda de vida a los seres humanos sobre la tierra, y a ti te tocara, el día que veas sus manecillas marcando la media noche, Tómalo, me lo devolverás cuando vuelva a buscarte,- Dijo la muerte, pesándole el reloj, al momento de esfumarse.
       Esa noche, el viejo Manengo se quedó mirando el reloj, esperando la media noche, pero el sueño lo venció, y no se dio cuenta cuando se quedó dormido.
       Al amanecer se levanto más temprano que de costumbre, se metió las manos en el bolsillo, y ahí estaba,  el mismo reloj, por lo que no había sido un sueño lo ocurrido. Ese día realizo su faena acostumbrada, visitando a las casas con jardines enyerbados,  para ofrecerle sus servicios de chapeador, oficio del que vivía después que tuvo que dejar la albañilería a causa de los años.
        A la hora de acostarse,  Manengo tomaba el reloj en sus manos, y esperaba paciente que las manecillas  llegaran a la media noche, pero el sueño siempre lo vencía.
          Pasó el tiempo y Manengo seguía con su afanosa y apesadumbrada  vida; ya había perdido la costumbre de mirar el reloj, y la esperanza de descansar en paz, tal y como era su deseo. Esa noche sintió que ya era tarde, y se dispuso a dormir; se tiro en su camastro de madera viejo, y se acomodo lo  más que pudo. Sintió que algo le molestaba entre las sabanas, y era el  reloj; lo tomo entre las manos, y miró las manecillas cercanas a la media noche y lentamente cerró los ojos hasta que casi se queda dormido, cuando oyó su nombre.
- Manengo…Manengo…Manengo.. ¿Ya me has olvidado, tanto que me has buscado, y ahora soy una extraña para ti?-  Preguntó la muerte.
 -  Tú no tiene piedá de mi,  tanta gente que te  lleva sin pedite, y yo que toy padeciendo, sigo viviendo  eta vida como un catigo de Dio; ya no creo en  naiden - dijo.
 La muerte se acerco al lecho, y le hablo casi con ternura.
         Viejo Manengo, ¿no te dije ya que todo tiene su tiempo, y a todos les llega la hora? Has visto el reloj?- pregunto la muerte.
-          ¿Que si lo é vito? Ya peldi la cuenta - dijo.
-          ¿Que hora es Manengo?- volvió a preguntar la muerte.
El Viejo Manengo, volvió a tomar el reloj en sus manos, y a duras penas reconoció las manecillas del reloj marcabndo la media noche.
-          Ya son las doce, y sigo vivo- dijo.
- Manengo… Mannego…Manengo…qué viejo mas difícil. ¿Recuerdas lo que ibas hacer cuando viniera a buscarte; ya no te sirve,  devuélveme el reloj.

-           
                                                                         FIN

©Pablo Martínez
Dominicano

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