miércoles, 22 de agosto de 2018

UN BLOQUE DE HIELO (Cuento)


        Lo encontraron colgado del caballete de la casa. Tan muerto que no tuvo reparos en dejarse la cremallera embarrada del semen de su ultima eyaculacion. Parecía un monigote destemplado, con su lengua kilométrica casi rodando por el suelo, y los brazos a los lados, más tiesos que los muñecos de alambre forrados de papel. 
        En la habitación no había absolutamente nada, estaba totalmente vacía, por lo que de inmediato la policía comenzó a investigar si aquello se trataba de un homicidio, donde posiblemente había participado más de una persona. –Si, porque, cómo se ahorcó- se preguntaban todos al ver que lo único inusual, era el charco de agua bajo el cadáver aun sin descomponer del panadero del pueblo, aunque había llovido toda la noche -Cuando me mate no van a saber como fue - Solía decir siempre, mientras preparaba la masa de pan. 
       El pueblo lo conocía bien y sabía que tenía tantas deudas, y tantas ausencias que habían convertido a Manuel, el panadero del pueblo, en la persona más solitaria y triste del mundo, por lo que a nadie le extrañó, cuando dijeron que se había ahorcado en la sala de su casa. 
      Apresaron a los empleados para investigarlos, porque el muerto le debía tres semanas de salario; luego, se llevaron a su compadre Juan, a quien el muerto le debía el alquiler de la casa; también se llevaron a Silvio, dueño del colmado, quien le había parado el crédito al muerto, porque no tenia para pagar. Mas tarde le toco a Román, dueño de la mueblería, y quien le había embargado al muerto todos sus ajuares; mas tarde, al dueño de la gallera, donde se le había visto por última vez, en la mañana del día anterior, y donde el muerto había perdido el dinero de pagarle a los empleados, pagar la casa, el colmado, y la cama donde dormía, que fue lo único que le dejaron. No hallaron evidencias de culpabilidad por lo que tuvieron que soltarlos.
       El teniente Rafael, de homicidios, no encontraba respuestas ante aquel evidente crimen, pues no podía ser otra cosa que un asesinato.- Porque si fue un suicidio, donde se subió el mal nacido, si no hay ni una silla, nada; a menos que fuera el hombre araña, y se fuera trepando por la pared a amarrar la soga. ¿Como se subió, díganme ustedes? Porque no ha dejado huellas—Le preguntaba a los demás compañeros.
       La gente del pueblo se hizo cargo del cadáver como si fuera de su propiedad, por lo que después que lo bajaron, lo pusieron en su cama, y procedieron a sacar toda el agua que había en la sala, y disponerse a preparar el velatorio ahí mismo, en la casa. 
       La mujer del compadre Juan, fue quien se dio cuenta, cuando se le llenaron las chancletas de agua, y la encontró extraña.-¿Tu has visto agua mas fría que esta, Ramona? Si parece que es de una nevera que la estamos sacando.-. 
-Debe ser que no le da sol a la casa, pero esta muy fría, si - contesto la compañera, mientras barrían hacia fuera el agua helada. 
         En ese momento fue que llego a la casa el teniente Rafael.- Díganme ustedes, ¿no encontraron nada raro en la casa? Porque si este muerto no era el hombre araña, por lo menos tenia que ser el hombre elástico, para amarrar la soga en el bajante del techo, levantar el cuerpo entero, ponérsela en el cuello, y luego, dejarse caer de manera aparatosa para ahorcarse.- dijo, mientras caminaba empinado para no ensuciar el piso aun mojado.
- Aquí no hay nada raro- dijo la mujer del compadre Juan- pero usted no se ha dado cuenta lo frío que está esta casa, el piso y el ambiente; el agua parece de nevera, y no importa que haya llovido, en este sitio nunca hace frío.-
         El teniente palpo con sus manos el piso, y respiro profundo el aire húmedo y frío, y se dio cuenta que era verdad, pero al no hallarle explicación, solo atino a decir: - Usted tiene razón, doña, por eso el cadáver se mantuvo tan bien conservado de un día para otro- Se limpio las manos en los pantalones, se las olió, y se las volvió a limpiar mientras salía. 
        A Manuel el panadero, lo enterrarían al otro día temprano en la mañana. Los veladores amanecieron tomando tragos y jugando domino, agradeciéndole al alcalde del pueblo el ataúd de madera que había enviado, y la corona de flores, con el lema: Nunca te Olvidaremos. Esa larga noche se juntaron todos a los que Manuel, en vida les debía algo, y, como no se le conocía descendencia, se pusieron de acuerdo para vender y repartirse lo único que había quedado: la panadería.
         La procesión llegó al cementerio, y se detuvo frente al nicho, para enterrar el cadáver. Algunas mujeres dejaron escapar un gemido de fingido dolor cuando comenzaron a moverlo, al escuchar la voz de zacateca que dijo: - entiérrenlo, que casi hiede.-
Desde la multitud salió un joven presuroso. -Por lo menos, déjenme decir algo por el alma de este buen hombre; en mi vida no había conocido una persona mas desprendida y bondadosa que este hombre noble al que van a enterrar- dijo, mientras todos se miraban preguntándose quien era el mozo. Continuo: Yo soy el joven que le llevaba hielo todos los días, porque no tenía nevera, y nos quedábamos hablando bajo la mata de mango, frente a su casa. Nadie sabia de mi vida mas que el; le dije que soy huérfano de padre y madre, y que para mi la vida ha sido pasar calamidad. El sábado, en la tarde,  como de costumbre fui a llevarle su pedazo de hielo, pero ahora quería que le hiciera un favor, esta vez quería un bloque de hielo grande, de la altura de una silla. Me fui a buscárselo, se lo lleve, y me dio este sobre que aquí tengo, diciéndome que no lo abriera hasta el domingo-. Los presentes quedaron mudos. Todos los acreedores de Manuel el panadero, se acercaron al joven.- Dinos una cosa, ¿y que es lo que tiene el sobre?- Pregunto uno medio asustado. – Los papeles de la panadería; me la vendió, por los doscientos pesos que costo el hielo- Inmediatamente se armo un alboroto. Los acreedores se halaban los cabellos, incrédulos, y lanzaban improperios al difunto por aquella burla después de muerto. 
         El teniente Rafael, quien estuvo al tanto de todo lo que estaba aconteciendo, buscando un indicio, una huella que lo llevara a descubrir lo que suponía había sido un crimen, se acercó a la mujer del compadre y a doña Ramona, y pregunto- ¿que tan fría estaba el agua?- y ellas contestaron a coro –como de nevera- y abrieron los ojos.




FIN
      



Pablo Martinez
dominicano


                                                           



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