HERMAFRODITA
Enrique nació con
alas; su madre decía que era un
prodigio, y que el ángel Gabriel había encarnado en él, por lo que
desde su nacimiento, lo llenaron de mimos y de todas las atenciones que se le
puede brindar a un príncipe. Todos sabían que era diferente, y así fue
creciendo; diferente a los demás niños de toda la comarca. Desde los omóplatos,
se notaba la protuberancia de las alas, y después de cumplir los veinte años,
algunos vecinos lo vieron ensayar el vuelo desde la azotea, y a partir de ese
día, se hizo algo normal ver a la gente dotado de binoculares mirando al cielo
por encima de su casa.
No había ser más delicado que aquel adonis
de la naturaleza; su semblante era el de un iluminado, a quien se le podía
notar el limbo de los santos católicos rodeándole la cabeza. Su piel no tenía
igual entre todas las pieles; su tersura competía con el terciopelo de los
almohadones dorados de los reyes españoles, y de sus ojos salían rayos de luz
que llenaban de amorosa pasión a todos cuanto se hallaban bajo su influjo. Sus
labios, rojos como la sangre, exaltaba la apariencia de su figura casi
femenina, semejante a los cisnes danzando en el lago, con la sinfonía de
Chaicouski. Si aquello no era un ángel, que más podía ser.
Una tarde se hizo casi noche,
y el querubín no descendía de sus rutinarias prácticas de vuelo. Desde lo alto,
se escuchaba el aleteo rompiendo los aires, y todos pudieron ver cuando un
gavilán se abalanzo sobre él, produciéndose un alocado vuelo, en una
extraña lucha de supremacía celestial. Por fin, el gavilán lo
atrapo, y sobre una nube centelleante, de luces multicolores, le hizo el
amor, una y otra vez, como una bestia alada insatisfecha, y llena de
sádicos deseos.
Desde ese día algo
cambio. Se le veía cada tarde emprender el vuelo, al encuentro del emplumado y
fornido gavilán, y repetir aquellas escenas de frenética pasión; bajaban en
picada, subían despavoridos, se entrelazaban uno contra el otro, y terminaban
haciendo el amor sobre el lecho de las nubes blanquecinas.
Fue entonces
cuando comenzaron a darse cuenta que aquel ser hermoso, casi divino,
nunca fue un ángel, y sus alas no eran las alas de un ángel, sino,
la de un misterioso hombre pájaro, con sexo de mujer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario