jueves, 23 de agosto de 2018

UN PÁJARO ALADO (Cuento)


HERMAFRODITA

 

        Enrique nació con alas;  su madre decía que era un prodigio, y que  el ángel Gabriel había  encarnado en él, por lo que desde su nacimiento, lo llenaron de mimos y de todas las atenciones que se le puede brindar a un príncipe. Todos sabían que era diferente, y así fue creciendo; diferente a los demás niños de toda la comarca. Desde los omóplatos, se notaba la protuberancia de las alas, y después de cumplir los veinte años, algunos vecinos lo vieron ensayar el vuelo desde la azotea, y a partir de ese día, se hizo algo normal ver a la gente dotado de binoculares mirando al cielo por encima de su casa.

     No había ser más delicado que aquel adonis de la naturaleza; su semblante era el de un iluminado, a quien se le podía notar el limbo de los santos católicos rodeándole la cabeza. Su piel no tenía igual entre todas las pieles; su tersura competía con el terciopelo de los almohadones dorados de los reyes españoles, y de sus ojos salían rayos de luz que llenaban de amorosa pasión a todos cuanto se hallaban bajo su influjo. Sus labios,  rojos como la sangre, exaltaba la apariencia de su figura casi femenina, semejante a los cisnes danzando en el lago, con la  sinfonía de  Chaicouski. Si aquello no era un ángel, que más podía ser.

       Una tarde se hizo casi noche, y el querubín no descendía de sus rutinarias prácticas de vuelo. Desde lo alto, se escuchaba el aleteo rompiendo los aires, y todos pudieron ver cuando un gavilán se abalanzo sobre él, produciéndose un alocado vuelo, en una extraña  lucha de supremacía celestial.   Por fin, el gavilán lo atrapo, y sobre una  nube centelleante, de luces multicolores, le hizo el amor, una y otra vez, como una bestia alada insatisfecha, y  llena de sádicos deseos.

        Desde ese día algo cambio. Se le veía cada tarde emprender el vuelo, al encuentro del emplumado y fornido gavilán, y repetir aquellas escenas de frenética pasión; bajaban en picada, subían despavoridos, se entrelazaban uno contra el otro, y terminaban haciendo el amor sobre el lecho de  las nubes blanquecinas.  

         Fue entonces cuando comenzaron a darse cuenta que aquel ser hermoso, casi divino,  nunca fue  un ángel, y sus alas no eran las alas de un  ángel, sino, la de un misterioso hombre pájaro, con sexo de mujer.

 

           

FIN


Pablo Martínez
Dominicano

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