“¿Te acuerdas cuando nos conocimos en la escuela? Tú dabas clases, y yo,
estaba con mi novia en la otra aula.
Te pasé por el lado algo avergonzado, pero aun así no dejé de sorprenderme por tu juventud
y tu excesiva apariencia de mujer noble. Al pasar el tiempo mi mundo se volteo boca abajo. Todo lo perdí
en un santiamén, y me quedé completamente solo. Recuerdo a tu amigo enamorado,
a quien le daba consejos de cómo conquistarte;
fue la carnada que usó el destino. ¿Te acuerdas de la apuesta? Fue en el
momento que lo vi llegar completamente derrotado, decidido a abandonar su
postura de don Juan contigo, cuando la
hicimos: si no te conquistaba para mí, me quitaría el nombre. Ese día
marcó mi vida. Desde entonces estuvimos juntos, sin separarnos ni un minuto.
Aunque sé que cincuenta años es medio siglo, se fueron desapercibidos; solo los
achaques nos avisaron que ya había pasado el tiempo.
Cuando te vi desmejorar no me imaginaba
que podía suceder; nunca albergué en mi mente, ni por un segundo la idea
de la soledad. Sin ti mi vida es solo un paso hacia el abismo. A mis años no
hay nada que esperar que no sea la oscuridad,
porque mi vida se fue contigo… yo solo quiero volverte a ver.
El anciano lloró en silencio como tantas veces. Tomó el ramo de flores y
lo colocó en el jarrón con agua de las flores viejas, sobre la tumba. Mientras
lo arreglaba, seguía su monologo interminable: Hoy te traje las orquídeas que
te gustan, mañana, si estoy vivo, cortare las margaritas del jardín…
FIN
Pablo Martínez
Dominicano.
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