sábado, 7 de julio de 2018

EL JONRÒN 62 (Relato)



Cuando Isabel entró a ver al médico ya la apendicitis le tenía adormida la pierna derecha. El cúmulo de gente no distaba mucho de los hospitales públicos de los que huía, por lo que sintió que no valió la pena hacer el sacrificio de ir a una clínica privada, que además era muy costosa.
Aunque le tocó el siete, sentía que delante de ella había un número interminable de gente por el dolor agudo que le entraba hasta las entrañas, y pensó que todo ese merodeo para ir a ver al médico no había sido más que una niñada suya, que en vez de ayudarla la hizo perder el tiempo.
A los demás en la sala de espera no les importaba el paso de las horas. Los televisores transmitían la serie de grandes ligas donde Daniel Rosa y Paul Mac Ray, tratarían de romper la marca de jonrones establecida por Peter Paris,  años atrás.
Sólo Isabel no le hacia caso.

El Dr. Reinoso no perdió tiempo en diagnosticarle lo que ya ella imaginaba: apendicitis aguda.
Miró al médico cotejando los archivos, mientras hablaba por teléfono – alò, cómo está Dr. Guerrero.
-Bien, esperando el palo
-?Todavía? Ese batazo no pasa de hoy. Estoy loco por salir de aquí para ver el juego; hace rato que empezó. Dígame, ¿qué tiene para hoy?
- Tengo una nefrectomía (1) a las cuatro; es la joven que me referiste la semana pasada, no se puede pasar de hoy, está muy mal.
-Bien, veré qué médico nos queda en cirugía.
Isabel lo miraba sin decir una palabra, entregada a la sabiduría de la ciencia; le habían dicho siempre que en eso de enfermedades los médicos son los que tienen la última palabra.

Cuando la auxiliar entró lo hizo de prisa, y no pudo evitarlo. En ese momento Isabel pensó que tal vez quería ver el juego igual que los demás, y por eso no dijo nada cuando al salir se le resbalaron los papeles que el Doctor le había  entregado; venia del consultorio del Dr. Guerrero.
-Usted anda sola o acompañada -Preguntó el doctor.
-Ando con mi mamá-dijo.
Bien, prepárese para cirugía, no se mueva de ahí.

Minutos más tarde, desde su habitación Isabel escuchó la algarabía que se produjo. Las calles se convirtieron en un caos. En todo el planeta tierra se paralizó el tiempo y sólo se escucharon las bocinas celebrando el jonrón sesenta y dos que había dado Daniel Rosa.

Eran casi las ocho de la mañana cuando pudo abrir bien los ojos; el tremendo malestar se le complicó con los vómitos de la anestesia que ya se le había pasado. No  perdieron tiempo y llamaron al médico que la había operado.
Desaliñado aún por el trasnoche de una noche mezcla de trabajo y de juerga, entró el Dr. Rogelio, Médico cirujano recién graduado.
La auscultaba, al tiempo que le indicaba calmantes.
-No le veo razón, la operación fue todo un éxito –dijo.
-Me duele doctor, me duele...
Gritaba Isabel, mientras se apretaba el lado derecho.
El doctor tomó el celular e hizo una llamada. -Doctor Guerrero, tengo una emergencia creo que algo salió mal con la operación de la paciente Ana Cecilia Manzueta, necesito de su colaboración. Trate de venir lo más pronto posible.
Al oír esto, la madre de Isabel que había amanecido junto a ella, se tiró de la cama.
-Cómo fue que usted dijo? Mi hija no se llama Ana Cecilia Manzueta, Se llama Isabel Basílica Taveras.
El médico miró incrédulo el historial clínico, y como en cámara lenta revivió los pasos que había dado hasta el momento en que el Dr. Agustín Guerrero, subdirector del centro, le confió realizar aquella operación a sabiendas de que tendría otra ese mismo día. Sólo se le escucho decir ¡ay, Dios!, antes de salir.

Isabel murió victima de una peritonitis aguda, a los cinco minutos de que, en la habitación diez cero dos, una paciente de nombre Ana Cecilia Manzueta,  falleciera a causa de insuficiencia renal.
Durante todo ese día, y mucho tiempo después, la radio, la televisión, y todos los diarios del mundo no dejaron de publicar en algún momento la trascendental noticia sobre el jonrón sesenta y dos de Daniel Rosa .


FIN


Pablo Martinez


(1)Extirpación del riñón

1 comentario:

Martha Morgado dijo...

Cuando me dijiste que me iba a gustar, me imaginé otra cosa, creí que iba a ser cruel, pero esto fue demasiado; detesto los sucesos crueles, producto del descuido, cuando en la vida pasan cosas que no se pueden evitar, pues ni modo, pero esto..., te lo juro que me dieron ganas de golpear a alguien después de leerlo.

Atte. Martha...